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Diario YA


 

poco sirve tratar de refutar las mentiras/mitos pseudohistóricos puestos en pie por el nacionalismo catalán

Victimismo y confrontación: las bases ideológicas del secesionismo catalán

Francisco Torres García.- Tengo la impresión de que de muy poco sirve tratar de refutar las mentiras/mitos pseudohistóricos puestos en pie por el nacionalismo catalán en los últimos cuarenta años. Creo que para la inmensa mayoría de quienes se manifiestan proclives a la secesión esos mitos carecen realmente de importancia, manteniendo su posición aunque estos se derrumbaran. Por ello, de muy poco sirve explicar la realidad de la Guerra de Sucesión -nada tiene que ver con un pretendido enfrentamiento entre España y Cataluña-, que Cataluña nunca fue un Estado o que formó parte de lo que fue la Corona Aragón, aunque nuestros estudiantes se encuentren con la transformación de los conceptos políticos medievales en la inexistente realidad de una “confederación catalano-aragonesa”. Menor trascendencia tiene recordar que el nacionalismo es algo relativamente reciente y que fue la máscara utilizada por la burguesía catalana para defender sus intereses económicos. Tratar de frenar el separatismo catalán explicando una realidad histórica que para quienes han asumido el independentismo no es la piedra angular de su planteamiento político es un error. Aunque no quiere esto decir que no sea necesario denunciar esa mitificación y mixtificación.
Mucha más fuerza que la mitología histórica -propia del nacionalismo romántico del XIX- tiene para los independentistas la ideología del victimismo y la confrontación. El victimismo les ha permitido crear una mentalidad de “pueblo” explotado, antes y ahora; la confrontación permanente, basada en la reclamación continua de un mayor techo competencial, ahora centrada en el reconocimiento del derecho a decidir y el concierto económico, exacerba el irracionalismo inherente a todo nacionalismo, facilita la construcción ideológica disolviendo los sentimientos de cohesión, integración y solidaridad nacional de los españoles que pueblan las tierras catalanas, pero también generando tendencias de rechazo entre el resto de los españoles que viven en otras zonas de la nación.Victimismo y confrontación consigue asentar entre muchos catalanes la dialéctica del enemigo, de un único enemigo responsable de todos los males: España.
Este proceso es en realidad fruto de la evolución política española de los prácticamente últimos cuarenta años. Algo que no hubiera sido posible -probablemente inviable- sin la decisión de los diversos gobiernos de ser complacientes con los nacionalismos, de permitir no ya la inmersión lingüística sino la inmersión ideológica en el nacionalismo, que es, en última instancia, la responsable del continuo crecimiento de la mentalidad secesionista que tiene su expresión plástica en manifestaciones como la Diada o en el apoyo electoral que tienen estos planteamientos. La progresiva disolución del concepto y la idea de España, cuya difusión no forma parte del corpus ideológico del duopolio PP-PSOE que ocupa el poder desde hace treinta años; el debilitamiento de los conceptos de integridad, cohesión, solidaridad y misión, básicos para definir España como realidad evitando su conversión en un término para designar simplemente un Estado, al que ha contribuido de forma decisiva el desarrollo del Estado de las Autonomías, han acabado convirtiéndose -sin pretenderlo- en eficaces colaboradores del secesionismo.
El secesionismo es hoy en Cataluña una realidady conviene no ignorar que probablemente cuenta con un apoyo situado sobre el 30% de la población. Sociológicamente, ya no es sólo la expresión de la izquierda radical o de un sector importante de la burguesía catalana del palacete y del negocio que durante décadas, incluyendo los años del régimen de Franco, ha dominado, como una oligarquía, el poder social, económico y político en Cataluña, es también asumido, no sé si como mal menor, probablemente por efecto de la crisis, por unas clases medias tradicionalmente refractarias a todo tipo de riesgo y que han comprado la “persecución” como responsable del desastre económico provocado por la Generalidad. Esta realidad es así por la expansión de una razón de base similar a la que ha dado vida a la Liga Norte italiana, porque entienden que debido a su riqueza -producto en parte del sacrificio arancelario del XIX y de las inversiones durante décadas realizadas por parte del Estado- sus condiciones de vida serían superiores sin el lastre que supone el resto del país, especialmente de una parte del mismo que retratan como vagos, vividores mientras otros trabajan, y diletantes, porque se ven a sí mismos como el gran motor económico, como los pagafantas de la fiesta. Cualquier estudiante de economía podría no sólo derribar la imagen sino denunciar el simplismo de la misma; pero ello no quiere decir que el mito no haya arraigado con fuerza.
No estamos, pese a las declaraciones más o menos altisonantes, pese a los deseos de ERC, ante el peligro inminente de una declaración unilateral de independencia, porque por muchos catalanes y “charnegos” que hayan acudido a la Diada no representan a la mayor parte de la población de Cataluña y porque, finalmente, si la amenaza de la  consulta se hace realidad la pregunta, tal y como plantea Artur Mas, tendrá como objetivo la proclamación del “derecho a decidir” pero no la independencia en sí, aunque nadie pueda ocultar el planteamiento plebiscitario de la misma. Y estoy seguro de que Arturo Mas respiraría si el gobierno de Mariano Rajoy adopta una posición contundente contra la posible consulta e impide que se ponga en marcha. No vamos a estar en los próximos meses ante el punto sin retorno, simplemente porque el secesionismo burgués de Convergencia y el taimado independentismo de tertulias de café de lujo de Unió está perdiendo el apoyo de importantes sectores económicos pesados catalanes y de los grupos de inversión. Sectores que a la inversa de lo que acontecía en el siglo XIX ven en el nacionalismo no una protección sino un obstáculo cada vez mayor para sus intereses.
Ahora bien, estamos ante una coyuntura político-económica que puede variar en una o dos décadas, evolucionando en un sentido o en otro, por lo que el gobierno y los dos grandes partidos PP-PSOE deberían, ahora que estamos a tiempo, variar su posición con respecto a los nacionalismos para, en vez de acercarse ideológicamente a ellos, con la vana pretensión de hacerse simpáticos a sus votantes, en vez de plantear una nueva redistribución de competencias o abrir vías para conceder formas de concierto económico, impulsar la idea de España implementando vías para rehacer el sentimiento de cohesión, integración y solidaridad nacional. Mucho me temo que esta vía para la restauración nacional no está ni en la agenda del PSOE ni en la del Partido Popular.