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¿Reinado social o sano laicismo?

Ángel David Martín Rubio. 17 de junio. 
 

Hablando de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús dijo el papa Pío XI que es «la suma de toda religión y con ella la norma de vida más perfecta, la que mejor conduce a las almas a conocer íntimamente [a Cristo] e impulsa los corazones a amarle más vehementemente y a imitarle con más exactitud» (Miserentissimus Redemptor). Por eso la devoción al Sagrado Corazón como símbolo del amor misericordioso de Jesucristo se ha extendido en la Iglesia.

Hacia el siglo XIII, San Buenaventura y algunas almas santas empiezan a dar culto al Sagrado Corazón. Algo más tarde el propio Jesús toma la iniciativa apareciéndose a Santa Margarita María de Alacoque, religiosa visitandina francesa, y confirmando mediante revelaciones y promesas el culto a su Corazón. Ya en nuestra tierra, muchas fueron las apariciones, visiones y confidencias de Cristo al jesuita Bernardo Hoyos en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús en Valladolid, hoy Santuario Nacional de la Gran Promesa. El 14 de mayo de 1733, fiesta de la Ascensión, escribe el padre Hoyos: «Después de comulgar tuve la misma visión referida del Corazón, aunque con la circunstancia de verlo rodeado con la corona de espinas y con una cruz en la extremidad de arriba, ni más ni menos que le pinta el P. Gallifet. Diome a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mí sólo, sino para que por mí las gustasen otros. Y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en que ni aún memoria parece que hay de ella, me dijo Jesús: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”».

Después de celebrar él mismo la primera fiesta en honor del Sagrado Corazón, comenzó a difundir la imagen, algunas preces, la comunión de los primeros viernes y, en junio de 1735, tuvo lugar la primera novena y fiesta pública en la capilla contigua al actual Santuario. Buena prueba de la eficacia del apostolado de estos años es la rapidez con que el culto al Sagrado Corazón se difundió por todas partes por obra del mismo Bernardo Hoyos y de otros jesuitas como los padres Cardaveraz, Loyola y Calatayud.

Superadas numerosas dificultades, de nuevo se intensificó este culto a comienzos del siglo XX. Frente al laicismo sectario de entonces, surgió la costumbre de hacer pública profesión de esta devoción con placas visibles en la puerta del hogar, procesiones y actos masivos, las colgaduras con la imagen y los famosos Detentes. Una modalidad nueva, en forma de entronización, aparece entre nosotros en los años difíciles de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Su apóstol, peruano de sangre española, el padre Mateo Crawley SSCC, encontró las mejores disposiciones y auxiliares para su grandioso designio. Parece increíble la tarea desarrollada y los frutos conseguidos en aquellos años hasta culminar en el acto de 1919 en el Cerro de los Ángeles.

En dicho lugar, centro geográfico de la Península Ibérica, junto a un Monasterio de Madres Carmelitas que había de ser lámpara permanente de oración por España, se elevó un monumento al Sagrado Corazón cargado de simbolismo, ante el cual el Rey Alfonso XIII realizaba la consagración de nuestra Patria el 30 de mayo de 1919. Aquel acto solemne en el que participaron los reyes, el gobierno entero, las jerarquías de la Iglesia y una inmensa multitud.

Era la culminación de un secular deseo de los católicos de que España fuese toda de Jesucristo y para siempre y, de hecho, siguieron una multitud de consagraciones de familias, pueblos y ciudades ante estatuas del Corazón de Jesús erigidas en colinas, torres y pedestales. En los años siguientes se elevaron numerosos monumentos por toda la geografía española. Todos ellos nos recuerdan elocuentemente que la devoción al Corazón de Jesús no es simplemente una más entre otras, sino un sistema acabadísimo de vida espiritual cuya base es la Consagración verdadera; una consagración que no se reduce al simple recitado de una fórmula sino que es la entera donación que demanda Jesucristo de sus más fieles amigos. Según las expresiones de Santa Margarita, San Claudio de la Colombière o el padre Hoyos, la Consagración puede reducirse a un pacto: Yo cuidaré de ti y de tus cosas -dice Jesús al alma consagrada- cuida tú de Mí y de las mías.

Y esto no sólo tiene aplicación a los individuos sino también a las comunidades. «Yo por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos sean consagrados en la verdad» dice Jesús la noche de la Última Cena. Cristo se consagra a sí mismo y esta consagración tiene efecto sobre los suyos, sobre aquellos que aceptan su persona y su doctrina. Algo semejante ocurre cuando alguien constituido en autoridad se consagra con los suyos y si, por ejemplo, el Papa León XIII consagraba el mundo al Sagrado Corazón, su intención era que con él, todos se consagraran y al mismo tiempo su acto era una invitación y un estímulo a que cada uno renovase esa consagración radical que es el Bautismo.

Así también cuando el rey Alfonso XIII consagró la nación española al corazón de Jesucristo, cumplió con el deber de un cristiano que aceptaba públicamente el amor que Dios le ofrecía, que respondía generosamente a él y que, al mismo tiempo se sentía unido a millones de españoles que expresaban su misma respuesta al amor de Dios manifestado en el corazón de Cristo con la esperanza de que todos siguiesen la verdad del Evangelio y de la fe cristiana.

En circunstancias bien distintas, cuando la apostasía comienza a filtrarse de forma cada vez menos sutil, nos corresponde a nosotros renovar aquella consagración en los términos y el espíritu con los que fue pronunciada en 1919 y que eran expresión de la doctrina del Reinado Social de Jesucristo. Estimulados por este recuerdo, por el ejemplo de nuestros antepasados, podemos consagrarnos de verdad al Corazón de Jesús para que así todos alcancen lo que proclaman en su plegaria (Adveniat regnum tuum! Venga a nosotros tu reino!) porque lo hacen fiados en la promesa que un día se escuchó en un humilde claustro de Castilla: «Reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes».

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Ofrecemos a continuación la fórmula que será utilizada en la ceremonia de renovación de la Consagración de España al Corazón de Jesús, el día 21 de junio de 2009, en el Cerro de los Ángeles:

Hijo eterno de Dios y Redentor del mundo, Jesús bueno, tú que al hacerte hombre te has unido en cierto modo a todo hombre y nos has amado con tu corazón humano, míranos postrados ante tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser y, para vivir más estrechamente unidos a ti, todos y cada uno nos consagramos hoy a tu Sagrado Corazón.

De tu corazón traspasado brota el Amor de Dios, hecho allí visible para nosotros y revelado para suscitar nuestro amor. Ante la generación del nuevo milenio, tan esperanzada y tan temerosa al mismo tiempo, la Iglesia da testimonio de la misericordia encarnada de Dios dirigiéndose a tu Corazón.

Muchos, por desgracia, nunca te han conocido; muchos, despreciando tus mandamientos te han abandonado. Jesús misericordioso, compadécete de todos y atráelos a tu Corazón.

Señor, sé rey no sólo de los hijos fieles, que jamás se han alejado de ti, sino también de los hijos pródigos que te han dejado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sé rey de aquéllos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de ti: devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto se forme un solo rebaño de un solo pastor.

Concede, Señor libertad a tu Iglesia; otorga a todos pueblos y, en particular, a España la paz y la justicia; que del uno al extremo de la tierra no resuene sino esta voz; bendito sea el Corazón divino, causa de nuestra salvación; a él la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén

Este fue el texto leído por Alfonso XIII (30-mayo-1919)

Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios Hombre, Redentor del Mundo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan:

España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante este trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la península. Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran, han constituido en la sucesión de los siglos y a través de comunes azares y mutuas lealtades esta gran patria española, fuerte y constante en el amor a la Religión y en su adhesión a la Monarquía.

Sintiendo la tradición católica de la realeza española y continuando gozosos la historia de su fe y de su devoción a Vuestra Divina Persona, confesamos que Vos vinisteis a la tierra a establecer el reino de Dios en la paz de las almas, redimidas por Vuestra Sangre y en la dicha de los pueblos que se rijan por vuestra santa Ley; reconocemos que tenéis por blasón de Vuestra Divinidad conceder participación de Vuestro Poder a los Príncipes de la tierra y que de Vos reciben eficacia y sanción todas las leyes justas, en cuyo cumplimiento estriba el imperio del orden y de la paz.

Vos sois el camino seguro que conduce a la posesión de la vida eterna: luz inextinguible que alumbra los entendimientos para que conozcan la verdad y principio propulsor de toda vida y de todo legítimo progreso social, afianzándose en Vos y en el poderío y suavidad de vuestra gracia, todas las virtudes y heroísmos que elevan y hermosean el alma.

Venga, pues, a nosotros tu Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la Ciencia y de las Letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias.

Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra, que tantos pueblos ha desangrado; continuad con nosotros la obra de vuestra amorosa providencia.

Desde estas alturas que para Vos hemos escogido, como símbolo del deseo que nos anima de que presidáis todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios todos para que en la pacifica armonía de todas las clases sociales, encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, mas llevadero su trabajo.

Bendecid al Ejército y a la Marina, brazos armados de la Patria, para que en la lealtad de su disciplina y en el valor de sus armas sean siempre salvaguardia de la Nación y defensa del Derecho. Bendecidnos a todos los que aquí reunidos en la cordialidad de unos mismos santos amores de la Religión y de la Patria, queremos consagraros nuestra vida, pidiéndoos como premio de ella el morir en la seguridad de Vuestro Amor y en el regalado seno de Vuestro Corazón Adorable. Así sea.

  

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