
En 2022 se impuso la idea de que para Feijóo formar Gobierno era sólo cuestión de tiempo, un remate a puerta vacía. No era cierto, no lo es. Lo llamó su partido para arreglar un problema, pero había más. Antes de la moción de censura de 2018 la situación del Partido Popular era crítica, en segunda, tercera o incluso cuarta posición en las encuestas, sobrepasado por Ciudadanos como primera fuerza. Algunas proyectaban un resultado peor que el de abril de 2019. La valoración del último Gobierno del PP fue 2,54, la del último Gobierno de Zapatero fue 3,47. Entre noviembre de 2011 y abril de 2019 perdió casi seis millones y medio de votos y 120 escaños: el sesenta por ciento de su voto y el 65 por ciento de sus escaños. La mayor caída fue en las elecciones de 2015. La leve subida de noviembre de 2019 no cambia lo esencial.
Durante los últimos años, lo que fue un logro mundial, los acuerdos de no proliferación, se estaba desvaneciendo progresivamente. Corea del Norte, en su día, ya ignoró las advertencias de Estados Unidos y construyó su propio arsenal nuclear. El programa nuclear iraní ha seguido amagando con una proliferación descontrolada en Oriente Medio. Israel se ha erigido históricamente, a lo largo del tiempo, en el obligado vindicador de la no proliferación regional. Atacó el programa nuclear iraquí en 1981 y el programa sirio en 2007; ha estado atacando, abierta o encubiertamente, el programa iraní durante años.
El Gobierno puede anotarse otra marca. Durante el mandato de Sánchez –y con él ausente– ha tenido lugar la Cumbre Iberoamericana más depreciada de la historia. Lamentablemente, así se recordará su XXIX edición, que tuvo lugar en la ciudad ecuatoriana de Cuenca la pasada semana. España sigue perdiendo posiciones y relevancia como referente político en la región. Sánchez tenía que “seguir atendiendo la gestión de los efectos de la DANA”, es decir, tenía que seguir atendiendo su campaña de imagen y de hostigamiento partidista, acreditando –por si hicieran falta nuevas pruebas– ser incapaz de entender la política como algo distinto de la propaganda. Por mucho que España esté siempre bien representada en la persona del Rey, la ausencia del presidente del Gobierno implica la ausencia de la figura institucional que da peso político y asume en estas Cumbres una función movilizadora insustituible. Basta con repasar su historia para constatar, con desolación, hasta qué punto hoy se prefiere compadrear con autocracias que desempeñar el papel que nos corresponde.
En solo cinco años, los conservadores han conocido dos elecciones “históricas” como partido. La primera, en 2019, por la amplitud de la victoria. La segunda, este jueves, por la contundencia de la derrota. Tras catorce años en el poder, los tories entregan el testigo a un Laborismo en ascensión explosiva. Para una muy amplia mayoría de británicos el balance de los últimos ejecutivos conservadores es del todo decepcionante. Primero fue la crisis financiera, luego la pandemia y, por último, el repunte de la inflación. La impresión de un país "roto" es abrumadora. Aunque la inflación, que llegó a dispararse hasta el 11%, ha retrocedido hasta el 2,3%, la crisis del coste de la vida pesa mucho en un país sin fuertes amortiguadores sociales. El servicio público de salud (NHS), al que los británicos están tan apegados, se encuentra en un estado lamentable, con millones de personas esperando citas o tratamiento.
Hay una ‘ley de hierro’ del sanchismo: su rendimiento electoral es directamente proporcional al incremento del chantajismo secesionista. Esa ley funciona desde que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa; el domingo, en Cataluña, también. Los socialistas y medios afines están celebrando con mucho estruendo unos resultados cuya difícil materialización política sería un ‘tripartito de izquierdas’ en compañía del independentismo de la Esquerra y del soberanismo plurinacional de los Comunes. Esa hipótesis aumenta la presión secesionista sobre Sánchez en dos frentes: el autonómico y el nacional. En Cataluña, está por ver que ERC se integre en esa suma y en qué condiciones -desde el punto de vista constitucional, necesariamente imposibles- una vez desplazado el liderazgo del independentismo a Junts.
El procés secesionista rompió Cataluña por la mitad. El proceso sanchista –nombrado “reencuentro”– acaba de romper el Tribunal Constitucional por la mitad: a los cuatro votos particulares hay que sumar la postura del magistrado abstenido por haber sostenido la inconstitucionalidad de la amnistía y la del magistrado recusado por idéntico motivo. Una vez demolido el prestigio de la justicia constitucional, la segunda fase de la legislatura consagrará la mayoría de edad del procés catalán como robusto y desafiante proceso expañol. A estas alturas, ya sabemos que la clave para traducir la parla sanchista al castellano es darle la vuelta y entenderlo del revés: un 2 es un 5, un no –por ejemplo, a la amnistía– es un sí, y un “reencuentro” es, naturalmente, un desencuentro (y de los gordos); usando bien la clave, Pedro Sánchez resulta un paladín de la verdad.
Pedro Sánchez lleva confundiendo la política exterior con una pasarela desde que estrenó el cargo. Para nuestro presidente, ese titán de la verdad, organizar una cumbre de la OTAN tiene más que ver con decorar “marcos incomparables” que con decir algo sobre marcos estratégicos. Su inanidad en ese campo es la de todo su Gobierno; la de su ministra de Defensa, por ejemplo, a quien la semana pasada, sus 32 colegas de la OTAN despacharon para Madrid con el aviso de interiorizar “un sentido de urgencia mayor”. No está el patio para bromas, y es una broma de muy mal gusto lo de agendar el incremento del 2% en gasto militar para dentro de cuatro años.
El Partido Socialista Obrero Español está haciéndose eco de un testimonio infamante contra esta fundación, vertido hoy por un compareciente en una comisión del Congreso. El bulo referencia supuestos “informes policiales” que acreditarían el cobro de comisiones ilegales por parte de FAES. Se trata de una falsedad reciclada que ya en su día quedó desmentida suficientemente.
Emmanuel Macron había convocado anticipadamente unas Elecciones Legislativas en busca de una “aclaración” tras el fuerte ascenso de la Agrupación Nacional (RN) en los pasados comicios europeos. Sin embargo, los resultados parecen abonar la confusión antes que la claridad. Cierto que el “muro republicano” organizado para acordonar el voto del RN ha funcionado bien. Incluso demasiado bien: hasta el punto de desmentir los sondeos que vaticinaban un amplio triunfo de la derecha populista del remozado “Frente Nacional” y adjudicar la victoria al recién organizado “Frente Popular”, alianza de partidos de extrema izquierda que se alza con el primer puesto. De un frente a otro en una Francia sumida en la polarización.
Que este Gobierno está fuera de control empieza a ser una evidencia. Después de la estrafalaria pausa para reflexionar de Pedro Sánchez se proyecta la impresión de que cualquiera hace la guerra por su cuenta. El Gobierno se ha convertido en una tropa sin dirección en la que sólo cuenta la arbitraria voluntad de su presidente quien, a la vista está, únicamente concibe la política como una simple proyección de “su persona”.