Ante la plaga de incendios
Manuel Parra Celaya. Ya no es apenas noticia que al llegar el verano se multipliquen los incendios en España. Esta vez se han distinguido, de momento, en el castigo la Sierra de Gata cacereña y la ya siempre asolada Galicia. Tan acostumbrados están los medios de difusión que –me imagino- salvo la extensión de la zona en llamas y las incidencias concretas de cada caso, tienen unos latiguillos o lugares comunes que sirven a un público también acostumbrado a la cantinela: “controlado pero no extinguido”, “ se han desalojado por precaución…”, “se desconocen las causas, pero…” Y aquí se suele añadir “puede haber sido una colilla mal apagada” o el no menos habitual “se cree que pudo ser intencionado”.
Me gustan las causas perdidas
Manuel Parra Celaya. Eso dice Red Butller –o sea, Clark Gable-, cruzando en su cinto un Remington confederado y propinando un beso de tornillo a Escarlette O´Hara –o sea, Vivian Leigt-, todo ello con el foindo impresionante de Atlanta en llamas. Pues bien, sin Colt ni heroína apasionada ni incendio, voy a defender una causa que considero de antemano perdida, pero que me invita una y otra vez a entrar en lid, no tanto por la trascendencia del objeto –que la tiene- sino por la estupidez de su contrario.
Un paso más, señor Rivera
Manuel Parra Celaya. En esta tarea –tan valiente como aborrecer la corrupción o defender la integridad de España y la igualdad de todos ante la ley- contamos con una larguísima y brillante herencia de pensadores españoles que apostaron por ella y, además, de distintas y –aparentemente- divergentes posturas ideológicas. Por ejemplo, y cito de memoria, los liberales krausistas, teóricos del organicismo social y político, desde Giner de los Ríos a Joaquín Costa; los tradicionalistas como Donoso Cortés y Ramiro de Maeztu; el republicano Salvador de Madariaga, propulsor de una democracia orgánica unánime, el socialista Fernando de los Ríos y el falangista José Antonio Primo de Rivera, partidario de las unidades naturales de convivencia, teoría cuya traslación a la práctica del franquismo fue una simple caricatura.
Objeciones de conciencia
Manuel Parra Celaya. Pasada a la historia la objeción de conciencia a defender a la patria común con armas –es decir, hacer la mili- por su supresión (o suspensión, dicen los expertos) bajo la hégira de Aznar, y de plena actualidad la objeción de conciencia fiscal, especialmente por su puesta en práctica por parte de ciertos políticos y otros personajillos, se convierte ahora en noticia la objeción de conciencia a la vacunación de los niños, que al parecer está organizada y dignamente representada por sus correspondientes asociaciones.
¿Y ahora se escandalizan?
Manuel Parra Celaya. “…Caló el chapeo, requirió la espada/ miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Sin duda pueden aplicarse estos endecasílabos cervantinos a quienes fingen escándalo por la pitada al Himno Nacional y al Rey –en calidad de actual Jefe del Estado- en la final del otro día.
Torneras y troneras: Sor Teresa Forcades y Ada Colau
Manuel Parra Celaya. Me ha venido a la memoria a causa del profundo aburrimiento –tras la estupefacción inicial ya hace tiempo- que me produce la proliferación mediática de Lucía Caram y de Teresa Forcades, ambas hermanas “trabucaires” del separatismo catalán; al parecer, la primera afirma “estar enamorada de Artur Mas” (sic) y la segunda va de señora de compañía (en El Quijote las llamaban dueñas) de Ada Colau, candidata a la alcaldía de Barcelona y marca blanca de Podemos en mi ciudad. Según las últimas noticias, sus respectivos posicionamientos a diestra y a siniestra han originado algunos roces entre ellas, en el bien entendido de que coinciden en cobijarse ambas, no en su celda de meditación o en medio de su comunidad orante, sino bajo la “estelada”, popularmente llamada “cubana” por miles de catalanes.
Un procedimiento detestable
Manuel Parra Celaya. Hoy no voy a referirme a los políticos corruptos, pues ya anda la prens a habitual sobrada de ellos; quiero tratar de los honrados, pues supongo que también los hay, aunque el concepto de honradez –no en balde vivimos bajo la tiranía del relativismo- depende en mucho de la capacidad pseudopolicial e inquisitoria de sus rivales (de otros partidos y, a veces, del propio) y de los momentos, con especial énfasis en los períodos electores.
Hipocresía
Manuel Parra Celaya. Ha bastado que Albert Rivera opinara en voz alta que legalizar la prostitución evitaría la proliferación de mafias dedicadas al tráfico y a la explotación de mujeres abocadas a ello para que le llovieran los aspavientos y críticas de quienes le tienen ganas, a diestra y siniestra (aunque algunos le tienen más ganas que otros); parece como si el líder de Ciudadanos fuera la encarnación de la rijosidad y la lujuria o si hubiera ofrecido un panegírico del llamado oficio más viejo del mundo.
Rearfimación de una acrtualidad
Manuel Parra Celaya. Mis erráticas preferencias como lector de prensa me llevan bastantes domingos a las páginas de ABC; la causa no hay que buscarla ciertamente en mis tendencias dinásticas ni en propensión alguna a lo conservador por sistema, sino en la búsqueda de plumas de rigor intelectual, sean coincidentes o no con mis opiniones.
Los angustiosos minutos de silencio
Manuel Parra Celaya. El laicismo, como religión natural que pretende ser, tiene sus oficiantes, sus palabras litúrgicas, su lenguaje de homilía y sus ritos. Entre estos últimos destaquemos hoy los minutos de silencio, esos que parecen inventados para no ofender a nadie, institucionalizados urbi et orbi tras el fallecimiento de un personaje público, ante un atentado terrorista, con ocasión de algún crimen de trascendencia televisiva o de un trágico accidente –sea por fallo técnico o, tal como el del avión de Germanwings en suelo francés.