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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

cartel con el que el Ayuntamiento de Barcelona quiere simbolizar las fiestas de la Patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Merced

Desarraigar la religiosidad en Barcelona

Manuel Parra Celaya. Y, en concreto, la cristiana, para que no quepan dudas. Así, nuevamente se ha provocado una polémica con la presentación de un cartel con el que el Ayuntamiento de Barcelona quiere simbolizar las fiestas de la Patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Merced. Una sospecha clara es que, con el acto que presidía el señor Collboni, se pretendía suscitar una controversia pública para publicitar el mencionado cartel, a su creador y reafirmar el carácter laicista del Consistorio. 
    Tras esta clara intención creo que subsiste otro motivo de mayor calado, similar al de aquella ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, cuyo contenido fue interpretado por voces autorizadas como de inspiración sectaria, masónica concretamente, o de la estúpida burla de la Santa Cena con que nos obsequió la televisión estatal para celebrar el Año Nuevo y que fue protagonizado por una señora o señorita de cuyo nombre ni me acuerdo ni pretendo acordarme. 
    La asociación Abogados Cristianos ha presentado una querella contra el Ayuntamiento y su alcalde, y, esta vez, el Arzobispado de Barcelona también ha formulado una (tímida) protesta, toda vez que se ha suprimido la Eucaristía en el programa oficial de actos, como ya viene siendo habitual desde los tiempos de la señora Ada (Inmaculada) Colau, de infausta memoria para los barceloneses.  Ni por asomo, el hecho no alcanzará la repercusión mediática oficial que ha levantado la norma del Ayuntamiento de Jumilla al negar que se use un Polideportivo municipal para una celebración musulmana.
    Insisto en que el cartel barcelonés forma parte de una estrategia de signo anticristiano de dimensiones y espacios que superan con mucho el estrecho marco de una ciudad.  Es inútil insistir entre la diferencia sustancial que existe entre que los Estados y sus instituciones sean aconfesionales y que desarrollen políticas laicistas como parte de las ideologías de los partidos que las sostienen.
    Vayamos, pues, al fondo del asunto: el objetivo final de este y de otros casos como los mencionados es desarraigar de nuestra sociedad cualquier poso de religiosidad, concretamente cristiana, y, en el caso barcelonés, católica; la diferencia con tiempos ya pasados (acaso añorados por algunos) es que, en lugar de llevar a cabo violencias, persecuciones e interdictos desde el poder, ahora se acude a la burla y a un supuesto sentido del humor, con el fin de que sus efectos más profundos pasen desapercibidos para la población y sean incluso celebrados como gracias, sin más recorrido. Quizás, de persistir en las estrategias del pasado, el efecto logrado sería el contrario, es decir, una reafirmación del sentimiento religioso. 
    Seguro que muchos católicos no le van a dar importancia a esta humorada festiva y artística del Ayuntamiento de Barcelona e incluso dirán que no es para tanto; esgrimirán, seguro, la libertad de expresión. Y me apuesto lo que ustedes quieran a que la Conferencia Arzobispal española no invocará el derecho a la libertad religiosa ni aconsejará a Abogados Cristianos que se repasen los textos del Vaticano II. 
    Imagínense los lectores si algún estamento público patrocinara y subvencionara un cartel burlesco con ocasión de alguna celebración de las comunidades musulmanas que coexisten entre nosotros y que proliferan tanto en nuestras ciudades como en las de toda Europa; voces del laicismo imperante se alzarían contra la propuesta, aunque fuera considerada festiva y artística, invocando el respeto para las conciencias ultrajadas; pero con los católicos es distinto, porque ya se ha levantado hace tiempo la veda del insulto, la burla o la ridiculización de sus sentimientos religiosos.
    Si volvemos al caso barcelonés que nos ocupa, no vale la pena recordar al Consistorio la devoción mercedaria de la ciudad, con una antigüedad de más de siete siglos; San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort han quedado aherrojados de la memoria, así como la creación de la Orden de la Merced, que pretendía, precisamente, la liberación de los cautivos en manos sarracenas en su fundación, y, ahora, otros tipos de liberación, de las drogas, la delincuencia o el desarraigo, todo ello propiciado por el Sistema. 
    No sabemos -ni nos interesan- las supuestas convicciones religiosas de los políticos, allá ellos y sus votantes; sí hemos visto al señor Collboni aplaudiendo, entusiasmado, la presentación del cartel de marras, que -dicen- pretende ser solo una muestra festiva de las fiestas patronales de Barcelona, incluyendo, claro, a creyentes y no creyentes. 
    Pero, como hemos dicho, tiremos por elevación: no se trata de una anécdota local, ni siquiera nacional; estamos ante un reto europeo y occidental, pues esta Europa, tras finiquitar la Cristiandad por decreto, pretende ahora hacerlo con el Cristianismo de sus poblaciones; la Europa laicista -que no sencillamente laica- es fundamentalmente anticristiana; por ello, quizás, abre los brazos a la implantación de cultos foráneos que considera como inestimables aliados en esa tarea.

 

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