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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

¿FUE UNA DESPEDIDA?

El año de Franco aguado

Manuel Parra Celaya. Hace once meses que el Presidente del Gobierno español inauguró un llamado “año de Franco”, pero los fastos previstos para esta insólita conmemoración, auspiciada por un odio irracional y por un estúpido revanchismo, se han visto aguados por otros temas más urgentes que han ido llegando a su ya repleta cartera de eventos desagradables para él y sus colaboradores. 
    A finales del siglo pasado, el escritor D. Antonio Castro Villacañas dejó escrita una frase que cobra hoy actualidad: “Ser hoy franquista es un anacronismo, pero ser antifranquista es una tontería”. Efectivamente: mientras perdure una absurda dialéctica franquismo-antifranquismo -seguía este autor- “España seguirá viviendo una etapa de transitoriedad insegura”. Bien, pues, transcurrido un cuarto de siglo e inmersos en problemas acuciantes de orden interno e internacional, seguimos en la inseguridad, sin que sepamos cuándo saldremos de ese tránsito aberrante.
    Y, en efecto, una parte de la sociedad española ha sido etiquetada en esa dialéctica absurda, que sirve para ocultar o justificar barrabasadas políticas y/o personales; da la impresión de que el juego anda entre nostálgicos y tontos de capirote, lo que no es del todo cierto, pues a los ciudadanos les preocupan más otras minucias como la de llegar a final de mes, encontrar vivienda digna o contemplar el poco o nada airoso papel de España en el concierto internacional. También queda corta la calificación de tontería, ya que, por una parte, es un espantajo que sirve de cortina de humo, y, por otra, es una incitación a resucitar rencores que ya estaban apagados. 
    Hace unos días fui invitado -como simple turista de la Sierra madrileña- a visitar el Valle de los Caídos, que, por cierto, diga lo que diga la propaganda oficial, nunca perdió el nombre geográfico de Cuelgamuros, que ahora se presenta como un descubrimiento o un sustituto del título del monumento. Y lo primero que me llamó la atención fue que de los indicadores de carretera una mano anónima, quizás gratificada por ello, había emborronado con pintura negra la parte que mencionaba a los Caídos. Debe entenderse que, ya que el Valle aún es lugar de Reconciliación, donde están enterrados -juntos- los caídos de los bandos de la guerra civil, el sujeto de la brocha y la pintura negra pretendía agraviarlos a todos, sin distinción. ¿Ignorancia o maldad? Elijan ustedes.
    Mi visita a Cuelgamuros puede ser la última, lo sé, tal como soplan los vientos y se sospechan las marrullerías del Gobierno español, quizás con la obligada puesta de perfil de la Conferencia Arzobispal, a pesar de que los Pontífices Juan XIII, Paulo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron concediendo prerrogativas y parabienes a lo que era un lugar de paz y de concordia. 
    Por si acaso se cumplían los siniestros propósitos mencionados, eché mi mirada postrera a la Piedad de Juan de Ávalos, a los cuatro Apóstoles, a las Virtudes y a los ángeles de bronce con espadas, colocados allí para que, en lugar de invitar a la molicie y a la pereza del pueblo español, dieran guardia, erectos, a un futuro donde no se vertiera más sangre española en discordias civiles. 
    En la Basílica ya no reposan los restos de Franco trasladados a Mingorrubio, ya que nunca fue su voluntad hacerlo en el Valle de los Caídos, al estar dedicado específicamente a ellos; tampoco está la tumba de José Antonio Primo de Rivera, por una acertada medida de la familia y cumplir su voluntad de reposar en tierra sagrada…por si acaso iban a ir a más los planes gubernamentales. Pero quedan los osarios de más de 40.000 caídos -repito: de ambos bandos de la guerra-y de quince mártires beatificados por la Iglesia Católica, que seguro constituirán un obstáculo para los planes de reasignación firmados o por firmar por el Gobierno y algunos obispos.
    Pude rezar ante el Cristo de la nave central, pero no me fue permitido hacerlo en la capilla del Santísimo, no sé por qué normas y prohibiciones de las muchas que impiden a los visitantes recorrer algunos lugares del Valle de los Caídos. Confieso que me costó mucho, en mi oración, no caer en pensamientos de odio hacia los presuntos profanadores, ya que el lugar invita al Amor y, como dije, a la Reconciliación entre los españoles, aunque algunos políticos sean aviesos y descreídos. 
    Cuando el autocar turístico descendía por la carretera, pasé junto a Los Juanelos y divisé, en lo alto, el pico de Altar Mayor, hermano menor, a pesar de su nombre, de la gigantesca Cruz de la Basílica; por aquellos senderos transcurría el Vía Crucis, en maravillosa marcha montañera y espiritual que recorrí varias veces, y que finalizaba ante la Capilla del Cristo Yacente. 
    Al llegar al hotel, fui leyendo los textos de  Ramón Cué, S.J., y me detuve en la expresión Los muertos ya no odian, que es todo un manifiesto sobre el significado del Valle y un aviso y una lección para todos los españoles de las generaciones actuales, sometidos a la falaz propaganda política y antirreligiosa. Por supuesto, en mi interior y en el de muchos, aquella guerra civil, que no viví como todos los de mi generación y de las siguientes, ya está enterrada en los libros de historia; lo malo es el propósito de los desenterradores y profanadores, no solo de tumbas y de evocaciones históricas. 
    Lo dicho: fue una presunta despedida y un adiós presentido. Ojalá me equivoque. Pero quien no debe equivocarse es el pueblo español, para que nunca se repita la tragedia de una guerra entre hermanos, a pesar de las instigaciones para ello.  
 

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