
Manuel Parra Celaya. A fuer de catalán, me declaro fielmente orsiano, pues tengo para mí que D. Eugenio d´Ors representó en el siglo XX el culmen de la filosofía en mi tierra, en paralelo al cenit madrileño en Ortega y Gasset, ambos tan diferentes y, no obstante, tan coincidentes en muchas cosas.
Y he aquí que, en vísperas de la Fiesta Nacional de España, que equivale en profundo al Día de la Hispanidad, recurro al Maestro Xenius, para confirmar las ideas esenciales, por una parte, y, por la otra, para desplegar en el tiempo sus aciertos, esta vez entresacados de su Nuevo Glosario.
Dice don Eugenio que la idea de la Hispanidad puede ser un numen “a condición de que se descubra en ella aquella vocación universal por cuya virtud la esencia alquitarada de lo que pudo tomarse por estrechamente nacional se vierte en la amplitud de lo ecuménico y católico”. No, nos dejemos asustar por la culta y barroca terminología orsiana -él, tan clasicista por otra parte- , y, a poco que reflexionemos, encontraremos la clave en palabras más sencillas: España se justificó como nación histórica por superarse a sí misma y abrirse al mundo. Y siguió diciendo nuestro genial referente que “cuando los españoles han comprendido, finalmente, que su cultural misión -y, por consiguiente, su patria y su política (…) aspira a la milicia de lo eterno”.
Ha llegado acaso el momento de entristecernos: ¿somos los españoles hoy aquellos a los que se refería Eugenio d´Ors, empezando por algunos de sus paisanos, que escriben en las paredes, a modo de blasfemia, un “nada que celebrar”?
No obstante, sigamos leyendo su Nuevo Glosario y actualicemos su palabra; así, nos dirá que la colonización de los territorios descubiertos y conquistados “representa una fórmula interina (…), pues se trata de un fenómeno y no de un numen, de un acontecimiento y no de una constante. Podría salirse de dos maneras, o bien por el camino de la unidad, que es el de Roma, o por el de la dispersión, que es el camino de Babel”.
Y en este punto tocamos fondo de actualidad: se eligió en esos territorios, y hemos elegido también los españoles de aquí, esta segunda fórmula; y, como también dicta nuestro filósofo, “por impotencia para comprender cómo en la belleza -y quien dice la belleza, dice en la verdad y en el bien- son compatibles la unidad y la pluralidad”. Y, tanto en la América Hispana -no en una mostrenca Latinoamérica-, como en lo que se llamaba madre patria y que un servidor prefiere llamar hermana patria, impera Babel, es decir, la dispersión.
Rescatemos de todo lo dicho algunos conceptos clave… Primero: el ya afirmado por Ors de que España se justifica como patria por haber desempeñado un rol de universalidad; España como conjunto, y no cada una de sus Comunidades o territorios que la integran por separado, por mor de un Estado de las Autonomías, tan mal pergeñado por sus creadores que está sirviendo para alejarnos unos de otros, al capricho de las oligarquías localistas.
Segundo: la tentación de Babel, por consiguiente, esa que don Eugenio atribuía “no a Dios, sino al diablo” permanece hoy en día en nuestro inconsciente colectivo, alimentada incluso por los teóricos responsables del Estado; y, al decir nuestro inconsciente colectivo, lo amplío al más amplio sentido de Hispanidad, que debe abrirse a hispanos europeos, hispanos americanos, hispanos asiáticos, hispanos africanos…, es decir, que alcanza a todos los puntos donde España, en su historia, llevó a cabo su tarea misional, con mayor o menos intensidad y fortuna.
Tercero: Hispanidad es auténtica globalización del espíritu, que no globalismo, que es cosa muy distinta y contraria a la anterior, pues infiere, en primerísimo lugar, una tendencia “a la unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento; es decir, un fin religioso”, como dijo otro glosador llamado José Antonio Primo de Rivera. Antagónico es aquel globalismo, que nos reduce al individualismo de los hombres y de los pueblos, que desintegra a la persona de sus contornos naturales: la familia, el municipio, la nación-Estado…, y, por supuesto, convierte el trabajo en una mercancía sometida al dios-Mercado. En superación de cualquier forma de localismo, de nacionalismo, de indigenismo…
Cuarto: como consecuencia, la Hispanidad, tomada en este exacto y profundo sentido, es una propuesta de rebeldía ante el pensamiento único y sus dogmas, ante la imposición de un orbe regido por oligarquías financieras a costa de los pueblos.
Quinto: según otro gran glosador actual, Alberto Buela, Hispanidad propone, no un multiculturalismo, sino su contrario: un interculturalismo, que desemboca en una cultura mestiza, de síntesis; no en un universo rígido y planificado desde los poderes, sino en un pluriverso, que es casi una gran poesía épica, donde cada una de sus estrofas reconoce el sello de lo español y de lo hispano, es decir, de lo universal y lo eterno.