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José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Ortega: “Cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más perturbadora será su influencia"

LA VELOCIDAD Y EL TOCINO

Manuel Parra Celaya. O, si lo prefieren, y con perdón, el culo y las témporas. Sin pretender sentar cátedra de antropólogo, me voy a referir a cuestiones que, desde el punto de vista de una lógica elemental, no guardan relación entre sí, pero se ven imbricadas en las conciencias por causas ajenas a su naturaleza.
    Pongamos como primer ejemplo la política y el fútbol; aquella puede considerarse, según las versiones que consultemos, una ciencia o un arte; el fútbol consiste (según algunos) en un deporte; según otros, en un espectáculo; y, según mi humilde opinión, en un negocio. Pero las respectivas hinchadas se apresuran a vivirlo con fanatismo irredento, adaptando los colores de sus equipos a la opción política más radical que encuentren a su paso (y no digo ideológica pues no acostumbran a entender de ideas), sobre todo si el equipo rival enarbola con idéntica pasión símbolos enemigos. 
    Otros ejemplos estarían en la misma línea del absurdo; así, si un escritor, cineasta o influencer homosexual persigue con afán que todos sus personales servidos al público participen de su tendencia, y creo que el caso más actual está en el señor Amenábar y su particular Cervantes prisionero en Argel, película a cuyo preestreno -según dice la prensa- asistieron el presidente del Gobierno y el señor Grande-Marlaska. 
    O, incidiendo en la interferencia entre deporte y política, el rechazo de la “izquierda transnacional”, o exclusivamente localista, a la política bélica de Israel en los territorios de Gaza, saboteando la vuelta ciclista a España con la colocación de obstáculos en el camino de los ciclistas, que poco o nada tienen que ver con el señor Netanyahu.   
    Claro que habría que tener en cuenta otros factores decisivos para todos estos ejemplos aislados, como es la moda, las consignas de obligado cumplimiento, la propaganda en general y el contagio social, lo que lleva a la imitación de posturas, por muy absurdas que nos puedan parecer o, en ocasiones, a un simple “paletismo”, o a evitar ser señalado por el dedo acusador del vecino. 
    Pero, si obviamos estas motivaciones mencionadas, podemos deducir que estas confusiones entre la velocidad con el tocino o el trasero con las témporas es una consecuencia de dos elementos: uno se adentra en el ámbito de la Psicología Profunda;  otro, en el de la Sociología.
    Con respecto al primero, habría que investigar, acaso desde el Psicoanálisis freudiano, las exigencias de un “yo” sometido a las pulsiones de un “ello” que se impone desde el subconsciente y de un “super-yo”  castrador; demasiado trabajo para un humilde articulista…
    Con relación al segundo, parece más sencillo el diagnóstico, y lo ofrece certeramente don José Ortega y Gasset con su teoría de las masas y de las minorías; según el filósofo citado, “masa es todo aquel que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás”; y aclara este autor “no es un división en clases sociales, sino en clases de hombres” (“La rebelión de las masas”); se es hombre-masa en solitario, ante una pantalla de cine, ante un televisor o ensimismado en sus pensamientos, y, sobre todo, en colectividad, porque los congéneres contribuyen al enardecimiento personal. 
    En otro lugar dirá también Ortega: “Cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más perturbadora será su influencia si se pretende proyectar sobre la totalidad de la vida. Imagínese lo que sería un vegetariano en frenesí que aspira a mirar el mundo desde lo alto de su vegetarianismo culinario: en arte censuraría cuanto no fuese un paisaje hortelano; en economía nacional sería eminentemente agrícola”  (“El Espectador”).
    Ahora bien, cabe profundizar un poco, pues ni Freud ni Ortega me acaban de explicar el trasfondo de la compleja naturaleza humana, que se desenvuelve entre grandes contradicciones. Así, si Amenábar hubiera profundizado en la vida y escritos de don Miguel de Cervantes, ¿hubiera resignificado su percepción de “género” en el personaje de su película?
    O, si las ramas feministas de esa izquierda transnacional o localista hubieran meditado sobre el papel de la mujer bajo la sharía, ¿habrían hecho acto de presencia en la vuelta ciclista a España con sus protestas ataviadas con el velo islámico, tal como hemos visto en las imágenes de televisión? O, incidiendo en el mismo tema, manifestándose con las mismas prendas en protesta por la normativa de un centro escolar riojano.
 También, si el hincha extremista de unos colores futbolísticos se enamorara de una persona partidaria del equipo rival y enemigo, ¿persistiría en su fanatismo cuasi belicista? Conozco casos de profundas conversiones a causa del amor.
    Los ejemplos podrían multiplicarse, pero, en todo caso, que quede constancia de lo incongruente e inestable que puede ser una existencia humana, especialmente si se incluye en la catalogación de hombre-masa del maestro Ortega; y no digo nada si sentamos al sujeto en el diván del psicoanalista…
 

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