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Diario YA


 

Faltaría más

¡Y un jamón!

Miguel Massanet Bosch

El grado de estupidez al que es capaz de llegar la criatura humana no tiene límites conocidos y, por ello, la facultad de muchos de los habitantes de este planeta llega, en su desvarío mental, a grados tan extremos de ignorancia, fanatismo, descerebración y cerrilismo, que consiguen que, aquellos que creemos que no nos queda nada nuevo que conocer; que nos consideramos curados de espantos por nuestra larga experiencia y que pensamos que hemos llegado al tope, en cuanto a la posibilidad de sorprendernos; cuando nos encontramos ante un suceso, como el que la prensa ha dado conocer, de un hecho sucedido en un colegio de la Línea de la Concepción, el instituto Meléndez Tolosa; en el que, un profesor de larga experiencia y reconocida capacidad docente, en un momento determinado de su explicación en clase, se refirió a las condiciones climáticas de España e hizo un comentario sobre los lugares más adecuados para la curación de los jamones y de cómo se fabricaban los embutidos; fue interrumpido por uno de sus alumnos, un alumno musulmán, que le interpeló, recriminándole por haber hecho mención a un producto porcino lo que, para su religión, es un tema tabú.

Hasta aquí la sucinta narración de los hechos, sin embargo, no se trata de un tema nimio ni algo que deba pasar como una mera anécdota sin trascendencia o como una más de las muestras de indisciplina escolar y falta de respecto a los profesores; a las que, por desgracia, tan acostumbrados estamos. Hace ya tiempo que, en esta nación, estamos siendo poblados por personas, que vienen emigrando de otros países pobres, en busca de un trabajo que, por las circunstancias que fueran, no consiguen encontrar en sus países natales. No todos los que llegan reúnen los requisitos para que se les de una buena acogida ni todos los que se han regularizado han correspondido a la buena acogida que se les ha dispensado, quizá con demasiada liberalidad; y, por supuesto, tampoco el control de la inmigración por parte de las Administraciones públicas, se ha caracterizado por el esmero en comprobar la clase de personas que, por los distintos medios a España; informándose de sus antecedentes en sus países de origen y comprobando que sus credenciales laborales son en verdad las que exhiben ante nuestras autoridades. Aparte de la macro regularización de los sin papeles, realizada por el antiguo ministro socialista de Trabajo, señor Caldera, que afectó a más de un millón de inmigrantes y que fue la causa principal del “efecto llamada” que nos trajo la gran invasión de los años posteriores; el hecho cierto es que, la afluencia de inmigrantes ha seguido y que su presencia, en algunos casos masiva, en la península ha dado lugar a hechos preocupantes que han puesto en alerta a muchos españoles.

Esta izquierda casposa que se ha apoderado del poder en nuestra nación, tiene un sistema muy efectivo de descalificar a los que no opinan como ellos, aquellos que no comulgan con sus ideas o que se resisten a aceptar sus imposiciones totalitarias; tanto en cuestiones religiosas como económicas o, incluso éticas y morales; un latiguillo con el que ya descalifican al que se lo aplican para poder defender sus propias opiniones y exponer los argumentos que las avalan; porque, señores, a estos progres desarrapados, a estos supuestos representantes de la “cultura” y a estos intransigentes defensores de las “libertades”, les basta con aplicarle el apelativo de “fascista” a cualquier persona que se declare de derechas, para desposeerla del derecho a contradecirles. Lo mismo viene ocurriendo con aquellas personas que no aceptan de buen grado que España reciba a determinadas personas que, bajo la piel de cordero de inmigrante en busca de trabajo, se instala en nuestra nación y la utiliza como base de operaciones; ya fuere para invadirnos de bandas latinas de delincuentes o de mafias organizadas por antiguos mercenarios venidos del este o, y no perdamos de vista a este colectivo, de personas árabes llegadas del sur, especialmente de Marruecos, que en un gran número, han iniciado la invasión pacífica de nuestras tierras, han instalado sus centros de culto, han organizado sus propios tribunales islámicos e, incluso, los ha habido que, en Barcelona, se han dedicado a entrenar terroristas para luego enviarlos a Afganistán a luchar contra nuestras propias tropas. Cuando se pretende denunciar tal situación, cuando se intenta advertir del peligro que supone, para los ciudadanos españoles, el darles manga ancha a estos colectivos que proceden de países que, claramente, se han declarado beligerantes en contra de España, reclamándole la devolución del antiguo Ándalus (prácticamente más de la mitad de nuestra nación) y pretendiendo que se les devuelva la antigua mezquita de Córdoba; entonces, señores, esta izquierda apátrida, este socialismo que no cree en el concepto de nación española y, evidentemente, esta masa de inmigrantes que no renuncia al botín que ha conseguido, se muestra intransigente, se rasga las vestiduras y apela a la sensiblería popular; al oscurantismo de quienes pretenden cuartear España; a los ilusos y meapilas que todavía creen en la buena fe de todos los que nos invaden y, en fin, en el sentimiento “caritativo” que nos obliga a comulgar con ruedas de molino; no tiene el menor empacho de calificar a quienes velan por España de xenófobos, intransigentes y egoístas.

Sin embargo, es fácil ver como, estos colectivos, no todos por supuesto, que se niegan a integrarse en la cultura del país de acogida; de estos que pretenden que seamos nosotros quienes cedamos ante sus exigencias o que regresemos a unos cuantos siglos anteriores en el tiempo, para regresar a la civilización propia de la Edad Media, en la que ellos siguen cómodamente instalados y, renunciemos a la herencia judeo–cristiana de la que procedemos, para convertirnos al Islam; no son más que avanzadillas, quintas columnas, ojeadores y espías que han tomado como campo de operaciones nuestras tierras, sobre las que ya han echado el ojo y pretenden ir conquistando, como diría uno de ellos “con el fruto del vientre de sus mujeres” y con su concurrencia a las urnas; es decir, lo que sus antecesores consiguieron con la fuerza de las armas hasta que los Reyes Católicos consiguieron expulsar al último de ellos, Boabdil el Chico, a finales del siglo XV; lograrlo ahora por un método más sibilino. El ejemplo de este chico fanático, que se ha enfrentado con su profesor, evidentemente, obcecado por el lavado de cerebro que le han hecho sus padres, una familia musulmana extremista que no ha sabido entender que están de prestado en nuestra patria y que no pueden pretender que los españoles renunciemos a nuestras costumbres, nuestras creencias religiosas, nuestro sistema educativo y nuestras libertades para expresarnos libremente, sólo porque ellos, los nuevos invasores, hayan llegado a trabajar en nuestra nación, a valerse de nuestra Seguridad Social, a aprovecharse de nuestra enseñanza y a ocupar un puesto de trabajo que quizá debería ser de alguno de los 4.600.000 parados, que dependen del subsidio de desempleo y, algunos, ni eso tienen.

No sé, exactamente cuántos serán, ahora, los inmigrantes árabes que residen en nuestro país, pero puedo suponer, con fundamento, que pasan del millón y medio. Supongamos que el rey de Marruecos, Mohamed VI, que en tantas ocasiones nos ha amenazado y que, últimamente, nos ha puesto en el disparadero con la invasión del campamento de protesta cercano a El Aaiún; insiste en recuperar Ceuta y Melilla. Supongamos que ZP no consuma la traición de entregársela por las buenas y decide plantarle cara ¿qué ocurriría? ¿cuál sería la postura de todos estos musulmanes que hemos acogido en nuestra sociedad? No quiero ni pensar que decidieran ponerse de parte de sus paisanos.