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Diario YA


 

La politización y mercantilización del mundo del deporte machacan al espectador

¿Un evento deportivo o una mascarada secesionista?

Miguel Massanet Bosch.   No sé lo que haría el señor barón de Coubertin, el organizador de los Juegos Olímpicos modernos, si pudiera asomarse, desde el lugar donde reposa para toda la eternidad, para dar un vistazo a lo que es el deporte de nuestros tiempos, contemplase en lo que se ha convertido, hoy en día, el famoso fair play que intentó que fuera el leit motive de las competiciones deportivas en todo el mundo, a las que quiso darles un marchamo de cosmopolitismo, de reconciliación entre deportistas de distintos países enfrentados políticamente y de despolitización de todo el mundo del deporte. Pienso que sería tanta la congoja que sentiría que regresaría, indignado, a su lugar de descanso eterno. Sin embargo, nadie en sus justos cabales puede ignorar la mercantilización que se ha apoderado de todos aquellos deportes llamados de “masas”; el negocio internacional en el que se ha convertido; el traspaso y compra de jugadores de distintas nacionalidades para integrar equipos de un Estado, gente a la que le importa un bledo los colores del equipo al que se integran y, mucho menos, el público al que se deben, siempre que se les pague religiosamente, las cantidades millonarias de sus contratos.

Pero, si esta mercantilización de los deportes ya priva, a los equipos, de aquel legítimo orgullo que sentían los espectadores, cuando todos sus jugadores eran oriundos de la ciudad, el pueblo o la región a los que representaban; ya no digamos cuando algunos equipos, no sólo se nutren de los más caros jugadores conseguidos en los mercados internacionales, para así asegurarse el máximo de victorias, aunque fuere a costa de tener plantillas babélicas y entrenadores políglotas, sino que, renunciando a cualquier espíritu deportivo, respeto por el adversario y afán  de superación; anteponiendo intereses ajenos a la disciplina deportiva que practican, se han convertido en un simple negocio para ganar dinero y, lo que todavía es peor, se constituyen en ramificaciones más o menos disimuladas de partidos políticos; con lo quedan desvirtuado cualquier  valor humano, espíritu de sana emulación y ética deportiva que siempre deberían ser respetados en una competición limpia y competitiva.
 
Sin embargo, es en España en la que, fruto de la condescendencia que se ha tenido con determinadas expresiones nacionalistas, con partidos políticos abiertamente declarados  contrarios a España y a su Constitución, y defensores de la separación de algunas autonomías de la madre patria; se está dando otro fenómeno que ya sobrepasa los límites de lo permisible o tolerable que, a mi entender, requerirían de la intervención de los organismos del Estado encargados de mantener el orden y la unidad de la nación española, para poner coto a excesos inconstitucionales; atentados a la integridad del territorio nacional e intentos de alterar, gravemente, el orden y la paz entre los distintos pueblos y etnias  que integran el territorio nacional.
 
Y estamos a las puertas de que tenga lugar, por segunda vez y con motivo de la celebración de la final de la Copa del Rey entre dos equipos españoles; otra nueva muestra de las algaradas nacionalistas. Los protagonistas de “fiesta”, parecen haber concentrado en sí mismos el más radical y antipatriótico espíritu independentista. En efecto, en unos días, tendrá lugar la gran final entre el Atlético de Bilbao y el Barcelona que, en lugar de constituir un  memorable evento deportivo, parece que ambas aficiones, la catalana y la vasca, tienen el propósito de convertir el estadio del Atlético de Madrid, el Vicente Calderón, en un mitin nacionalista, en el que se ofenda el Himno Español y se insulte a la representación de la Jefatura del Estado, encarnada por el príncipe Felipe.
 
No obstante, el descaro con el que, desde ambos clubes, se está fomentando el odio secesionista entre las dos aficiones; la forma en la que el señor Rosell, presidente del Barcelona, ha insistido en que los aficionados “expresen libremente sus sentimientos”, en una clara alusión a las vejaciones proyectadas en contra de uno de los símbolos reconocidos por la Constitución como representativos de la nación española y protegido penalmente si se cometen actos ofensivos en contra de él, así como de la propia institución de la Jefatura de Estado, no permite albergar esperanza alguna de que la ceremonia que va a preceder la celebración del partido se vaya a celebrar con la requerida normalidad, orden, paz y respeto hacia el himno nacional y el príncipe Felipe; lo que plantea una disyuntiva que, en modo alguno se puede considerar baladí. O se permite la celebración del partido sabiendo que va a tener lugar este acto de exaltación de los sentimientos nacionalistas catalanes y vascos, permitiendo que los nacionalistas se apunten un punto más en su avance hacia sus objetivos independentistas o bien, la Delegada del Gobierno en Madrid, toma la decisión de cortar por lo sano y se decide a poner en vereda a estas minorías que intentan desestabilizar el país.
 
La opción menos traumática y, quizá, la más oportuna, sería que, ante la posibilidad evidente de que se produzcan altercados y una algarabía a cargo de estos descerebrados independistas que pongan al rojo vivo el estadio Vicente Calderón, se acuerde la cancelación del acto, se devuelva el importe de las taquillas y se ordene la celebración, a puerta cerrada, del partido, en otro día y lugar. Esta medida tendría el efecto beneficioso de tocarles el bolsillo a los dos clubes que pretenden armar la zapatiesa y, a la vez, el privarles de la propaganda gratuita que les proporcionaría un acto de rebelión en contra del Estado, en un estadio repleto de hinchas exaltados. Como ha dicho la señora Esperanza Aguirre, se trata de una clara ofensiva de los nacionalistas aprovechando la final de la Copa del Rey para protestar contra la Monarquía y, a la vez, contra uno de los símbolos más representativos de la unidad de España como es nuestro Himno Nacional.
 
Es obvio que no se trata de un tema menor vistos los antecedentes de actos similares perpetrados en algunas autonomías. El hecho es que, algunos gobiernos autonómicos, han amenazado con incumplir las normas de austeridad y control de las cuentas públicas impuestas por el Estado. Si tuviéramos un gobierno del PSOE no nos cabría la más mínima esperanza de que saliera en defensa de la Constitución y el Estado de Derecho, ya que, las injurias al Jefe del Estado y al himno Nacional, están recogidas como delitos  en nuestro vigente Código Penal. Deberíamos pensar que, con un gobierno del PP, un partido que ha prometido regeneración moral y hacer cumplir las leyes, se actuará con energía, cortando por lo sano estas tentativas desestabilizadoras de estos grupos que se van volviendo, cada vez, más temerarios, confiados y agresivos, a medida que se percatan que, sus “hazañas”, les salen gratis y ninguno paga por los delitos que cometen. Es preciso que el ministerio de Justicia haga cumplir las leyes sin excusas y que, los fiscales, inicien las acciones legales para que, los culpables, no salgan impunes de los delitos cometidos, haciendo que caiga sobre ellos el peso de la Ley. 
 
Si no se actúa con contundencia, podremos pensar que, el temor a las consecuencias o la mojigatería de las autoridades a aplicar las leyes a las autonomías rebeldes, nos va a conducir a una política de hechos consumados, que acabe de dar la puntilla a la unidad de nuestra nación. O esta es, señores, mi opinión sobre tan trascendental tema. 

 

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