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Diario YA


 

La consecuencia fue la consolidación del sistema democrático en torno a la figura del jefe de Estado

A 30 años del 23-F

José Luis Orella. Hace cien años fallecía Joaquín Costa, quien diagnóstico a España la necesidad de un cirujano de hierro que recuperase la salud perdida por nuestra patria. El ejército, escudo y espada, de la nación ha sido llamado en ocasiones especiales para reconducir a la normalidad la situación de un país. En 1958, el ejército francés y grupos sociales tomaban el control del país para encomendárselo al general De Gaulle, quien cambió las evoluciones y dio nacimiento a la actual V República. Del mismo modo, hace treinta años en España se vivió una de las peores crisis del país. En 1980 se produjeron 2.103 huelgas, ETA cometía 96 asesinados, sin contar entre ellos las víctimas del Corona de Aragón, y la crisis del partido del gobierno provocaba la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del gobierno, en su momento mas bajo de popularidad.

Los medios políticos anunciaban la posibilidad de enderezar el rumbo con un gobierno de concentración presidido por un militar independiente. La dimisión de Suárez precipitó las cosas, y la acción del teniente coronel Tejero se estrangulo con el golpe de timón pensado por algunos cerebros del CESID, y la nostalgia del cirujano de hierro en algunos generales. Finalmente el cortacircuito se convirtió visiblemente en un intento de golpe de Estado.

Los hechos se fueron desencadenando de la forma siguiente: El 23 de febrero de 1981, a las 18, 23 h de la tarde, mientras se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como nuevo presidente de Gobierno, el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, irrumpía en el congreso de los diputados al mando de una compañía de números del instituto armado, y tomaba a los presentes como rehenes. El teniente coronel anunció que quedaban retenidos a la espera de una autoridad militar. Entretanto, el director de la seguridad, Francisco Laína, constituyó un gobierno provisional con los subsecretarios de los ministerios, y bajo la protección del jefe del Estado mayor del Ejército, José Gabeiras. Por la noche, unidades blindadas tomaban posiciones en Valencia ante la declaración del estado de excepción declarado por su capitán general, Jaime Milans del Bosch. En Madrid, el general Luis Torres Rojas intentaba hacerse cargo de la división acorazada Brunete, y pudo enviar destacamentos para la toma de los medios de comunicación (RTVE y RNE). El comandante Ricardo Pardo Zancada, con una compañía de la policía militar, partió hacia al congreso para sumarse a los guardias civiles alzados, a los cuales se les sumó también el capitán de navío Camilo Menéndez.

Entretanto, el capitán general de la 1ª región militar, Guillermo Quintana Lacaci, impidió se sumasen más fuerzas. El general Alfonso Armada, segundo jefe de Estado Mayor, se personó como posible cabeza de un gobierno  de concentración nacional, que fue desestimado por el teniente coronel Tejero. A la 1,15 h de la madrugada, Juan Carlos I, uniformado como jefe de las Fuerzas Armadas, ordenó a todas las fuerzas militares su acuertelamiento. Al día siguiente, los guardias civiles se entregaban a las fuerzas de seguridad que rodeaban el congreso.

La consecuencia del frustrado intento de golpe de estado fue la consolidación del sistema democrático en torno a la figura del jefe de Estado. Juan Carlos I se legitimó ante el extranjero como un monarca democrático. Los responsables del golpe fueron condenados a duras penas de prisión y pérdida de su carrera militar, y 20 meses después los socialistas de Felipe González ganaban las elecciones generales en representación del cambio, y con las bendiciones de Willy Brandt, presidente de la Internacional Socialista, y padrino del socialismo español. El alemán había guiado hacía el camino a la socialdemocracia a un socialismo que se despegaba de un exilio aparcado en los mandiles y las pistolas.