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la gallera

Aborto y sexualidad

José Escandell. 14 de marzo.

Parece que cuesta darse cuenta de lo importante del aborto (provocado). Aunque es lógico que quienes ponen su vida en mínimos de tranquilidad, de normalidad económica o en metas privadas, sean poco perspicaces en este asunto. No lo es tanto que a veces falte sensibilidad en personas que son honradas y serias. Porque, en general, no es patente que el aborto toque una fibra central de la vida humana en su totalidad. Más bien parece un asunto, muy grave sin duda, que se refiere a una dimensión particular, a una parte del vivir humano.
En primer lugar, y como pasa con todo lo malo moral, en el aborto el hombre se pone en lugar de Dios. Esto es claro para todo el mundo. Cuando mentimos, cuando somos desleales, o cuando abortamos, decimos qué es lo bueno, lo establecemos, frente al poder del Autor de la Naturaleza. Nos colocamos en el Trono de Dios. Mas en el caso del aborto hay algo más, algo específico y, al mismo tiempo, algo esencial para la vida humana. Con el aborto se toca el nervio del poder humano de creación de vida humana y queda involucrada un aspecto básico del hombre, que es su sexualidad.
En cuanto que tiene que ver con el poder creador de vida humana, con la reproducción del hombre, el aborto trastoca en su raíz el puesto del hombre en el mundo. Estar en el mundo consiste en vivir en relación con la naturaleza, aprovecharla para la solución de las necesidades y ser miembro de ella. La reproducción es seguramente la forma más perfecta en la que el hombre puede contribuir al equilibrio natural, a la configuración del mundo. Para los seres vivos, la reproducción es el acto físico menos físico, por así decir. Porque es el acto en el que el individuo rompe la limitación de su materialidad limitada, al transmitir lo que cada uno es a otro individuo. En la reproducción la naturaleza consigue salir de su particularidad y aproximarse a lo realmente universal.
Por eso mismo en el aborto hay una alteración esencial de la sexualidad. El aborto es la negación de que la sexualidad sea reproductiva. Queda reducida a su aspecto privado. Algo destinado a la universalidad queda encerrado en la particularidad del acto sexual efímero, incluso aunque se realice con otra u otras personas. Ya no es un acto sexual.
Es entonces fácil ver cuál es el poder de la sexualidad. Como la dinamita, puede emplearse en allanar montañas para que pase el camino, o puede emplearse para la destrucción propia. Fuente de placer y de éxtasis, rompe la vida del hombre si no encuentra su cauce racional. Una sexualidad desbocada es destructiva y no es extraño que los grandes pervertidos de la historia la hayan emparejado con la muerte. Es muerte y lleva a la muerte cuando se la encierra en las estrechas paredes individuales y pierde su sentido de universalidad. Es lógico que quien no quiere salir de sí no deje que nada nazca de sí. Una sexualidad que es muerte no produce más que muerte. El aborto es su fruto.
 

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