Principal

Diario YA


 

es triste apreciar cómo se han perdido o van perdiendo numerosas tradiciones

Adiós a las fiestas tradicionales... secularizadas

P.S.U. La época estival, particularmente entre el 24 de junio, San Juan y el 14 de
septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, es un periodo de tres meses
cuajado a lo largo y ancho de nuestra nación de pueblos y ciudades que celebran
sus fiestas patronales.

Sin embargo, en una inmensa mayoría de ocasiones, es triste apreciar cómo se
han perdido o van perdiendo numerosas tradiciones locales, que son en sí mismas
tesoros etnológicos, dando paso a unas jornadas más o menos homogéneas que,
denotan una creciente secularización y una también creciente homogenización e
influencia de lo foráneo, frente a la tradicional y sana competencia y emulación o
pique entre cada localidad y sus lugares vecinos, como la expresada por la jota “La
Virgen del Puy de Estella / le dijo a la del Pilar / si tú eres aragonesa, / yo soy
navarra y con sal”.

Salvo en las localidades que madrugan para los encierros de reses bravas, y
muchas veces este madrugar se sustituye por un trasnochar, las fiestas han ido
desplazándose del día a la noche y de la alegría a la borrachera y consiguiente
resaca, cuando no en un pretexto para desordenes peores.

Así, no es raro ver cada vez menos asistentes a los rosarios de la aurora,
procesiones patronales, misas mayores, vísperas, romerías o salves marineras.
Las comidas populares tradicionales, alubiadas, calderetes, migas, costilladas,
sardinadas, abadejadas, marmitacos… en que confraternizaban los vecinos,
quienes, al modo de Juan Palomo, se lo guisaban y comían, han dado paso a la
contratación por el ayuntamiento local de empresas de “catering” que pueden ofrecer
el mismo menú en Gandía, Mondoñedo o Belmonte.

De modo similar, las danzas y cantos populares de cada tierra, son para muchos
jóvenes algo de lo que oyen hablar a sus padres o abuelos o, si hay un especial
interés pueden conocer a través de museos y enciclopedias de etnología o en
novelas y películas como Bailando hasta la Cruz del Sur (R. García Serrano) o
Ronda Española (dirigida por Ladislao Vajda). Porque, en la realidad, lo que ahora
se baila en las plazas son versiones de los 40 principales y canciones de toda la
vida, interpretadas –con el permiso de la SGAE- por orquestas ambulantes, que
actúan como las citadas empresas de “catering” y ya no se baila al son de la gaita, el
pandero o la castañuela, sino a los acordes del Bruce Springsteen o la Lady Gaga o,
en el mejor de los casos, de Georgie Dann o el mariachi de turno.

Hasta los bailes de la era y las romerías han perdido la emocionante picardía de
verse y rozarse mozos y mozas, porque en esta sociedad eso ya está superado y no
hay tabúes y éstas últimas han perdido todo carácter religioso y devenido simples
botellones campestres.

Con esta globalización de nuestras tradiciones populares, se pierde no sólo
nuestra naturaleza, pues a decir de Cicerón, “la costumbre es como una segunda
naturaleza”, sino también nuestra idiosincrasia cultura, personalidad e identidad, si
Baroja tenía razón al afirmar que “una costumbre indica mucho más el carácter de
un pueblo que una idea”.