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Diario YA


 

La Gallera

Cómo ser feliz

José J. Escandell. Hace unos días se leía en un periódico de internet la explicación que “el hombre más feliz del mundo” daba de cómo consiguió serlo. Se trata del monje budista Matthieu Ricard, hijo de J. F. Revel y de una pintora. La explicación resultó ser muy breve: un profesor de una Universidad revelaba que el cerebro de Ricard “funciona de manera muy diferente a la del resto de humanos”, pues “parecía mostrar mucha más actividad en la corteza pre-frontal izquierda”. Acabáramos.

En otro periódico digital, y por esos mismos días, se podía leer que “perdonar es un acto beneficioso para la salud física y mental”. Otra vez, una prestigiosa Universidad ha descubierto “que el acto de perdonar puede mejorar la salud al bajar el riesgo de ataque cardiaco, mejorar los niveles de colesterol y el sueño y reducir el dolor, la presión sanguínea y los niveles de ansiedad, depresión y estrés”. Sólo falta que tenga descuento de Hacienda.

Es verdad que el verano es época propicia para este tipo de noticias y comentarios, cuando parece que hay poco que contar (aunque España está bien calentita) y el deseo de los lectores es hojear cosas relajantes en la piscina. La felicidad es siempre relajante, en cuanto se lo pinta con aspecto científico y fácil (aunque en realidad sea imposible, porque no sabe uno cómo tener más actividad en la corteza prefrontal izquierda).
El Papa Francisco, en una entrevista al diario argentino “Clarín”, ha enumerado diez consejos para ser feliz. Sin embargo, al margen de lo que pueda pensarse del contenido concreto de esos consejos, el plano en el que se sitúan difiere por completo de aquel al que pertenecen las dos noticias antes referidas.

Téngase claro que la felicidad de la que se habla no es la felicidad humana absoluta y completa, aquella que puede alcanzarse (y puede no alcanzarse) una vez traspasado el velo de la muerte. Aquella que “ni ojo vio ni oído oyó”, y que estriba en la íntima unión con la Trinidad. Sin negar ésta, también cabe hablar de felicidad en este mundo traidor y pasajero, en cuanto que la vida que llevemos pueda resultar más o menos decente y satisfactoria. Y he aquí una primera esencial diferencia. Mientras que el Papa propone acciones y actitudes exigentes, los científicos universitarios, gurúes y médicos que aparecen en las otras noticias dejan la felicidad en el orden de la mediocridad aburguesada y autocomplaciente.
De donde deriva la segunda observación. Los consejos del Papa tienen ese tono especial y diferente precisamente porque engarzan y consuenan con la naturaleza de la felicidad ultramundana. Los consejeros de las otras noticias tan sólo ofrecen la tranquila felicidad de quien sitúa el horizonte de su vida no solamente dentro del estrecho marco de este mundo, sino en el ámbito de actividades elementales y pedestres (cuya aparente nobleza deriva de su lejano recuerdo de la moral trascendente).

Hay, finalmente, una tercera consideración que añadir. En el fondo, la diferencia entre uno y otros se resuelve en la diferencia que hay entre buscar lo bueno y buscar la satisfacción. Los viejos moralistas distinguían tres tipos de bienes: el bien útil, el honesto y el deleitable. Pues bien, mientras que el hombre consciente de su dignidad busca el bien “honesto”, el hombre vulgar se atiene principalmente al bien “deleitable”. ¿Y qué diferencia hay? Lo explicaré con un ejemplo. Supongamos a una persona que está conversando una tarde con un amigo en un lugar apacible y grato. Podemos preguntarle: “- ¿Qué es lo que te mueve a estar con tu amigo?”. Quizás nos responda: “- Estoy con mi amigo porque quiero estar con mi amigo”. También podrá suceder que diga: “- Estoy con mi amigo porque disfruto estando con él”.

Es verdad que estar con una persona a quien se quiere nos causa satisfacción. Pero conviene distinguir entre la persona con la que estamos y la satisfacción de estar con esa persona. Lo primero es el bien “honesto” (estar con esa persona); lo segundo, el bien “deleitable” (la satisfacción o gusto del encuentro). Yo diría que quien quiere estar con un amigo debido al gusto de estar con él, y no por el amigo mismo, es un patán. En cierto modo, convierte al amigo en un medio, en un instrumento para la propia satisfacción.

Esta es la cuestión. Mientras en las dos primeras noticias, la medida de la felicidad está en la satisfacción del sujeto (y una satisfacción toscamente física, meramente sanitaria), en la segunda el Papa está invitando a descubrir los bienes honestos, aunque alcanzarlos pueda resultar costoso.

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