Principal

Diario YA


 

Los sindicatos nos separan de las exigencias comunitarias

CEOE y Sindicatos no deberían suplir al Parlamento

Mientras el señor Blanco se ha calado el yelmo, se ha puesto la armadura y ha empuñado la tizona para, utilizando el más apocalíptico y épico lenguaje de la más pura demagogia, para advertirnos de que la nueva cruzada española emprendida contra la nación Libia, nos va a llevar “a liberar el pueblo de Libia”; como si de nosotros dependiera toda la maquinaria de guerra – a mi entender exagerada y desproporcionada, dado el objetivo a batir – que la coalición internacional ha puesto en marcha para machacar al señor Gadafi y darles el poder a los revolucionarios; cuyas intenciones futuras están muy lejos de ser previsibles de modo que nos permitan anticipar si van en dirección a una verdadera democracia o si, por el contrario, no será más que un cambio de personajes, de modo que, al saliente Gadafi, le sustituya un nuevo y flamante dictador, sólo que de otro color, que deje las cosas, como diríamos en derecho, “rebus sic stantibus”; es decir, tal y como estaban antes de la revolución (a la que, sin embargo, parece que los aliados occidentales están tan empeñados en favorecer). En España, señores, en un segundo plano de la actualidad, pero con mucha mayor repercusión en nuestro más inmediato futuro, siguen los encuentros entre empresarios y sindicatos en un intento de llegar a acuerdo sobre la llamada “reforma laboral” que, al paso que van las cosas y, vistas las declaraciones de los dirigentes de CC.OO y UGT, mucho nos tememos que poco va a tener que ver con lo que se nos pide desde Bruselas.

En efecto, como es habitual en Zapatero, el Ejecutivo ha preferido quitarse las pulgas de encima y renunciar a tomar la sartén por el mango para imponer una legislación que sea capaz de suprimir los viejos tópicos del mercado laboral español en el que, tradicionalmente, se ha venido relacionando el salario de los trabajadores, más con los incrementos del coste de vida que con la productividad. O sea, se ha venido primando lo que se consideran salarios fijos (base, antigüedad, pluses etc.), que los variables, que dependen del mayor esfuerzo físico, la mayor calidad, el mayor número o el mayor esfuerzo intelectual que cada trabajador empeña en su tarea. Los Sindicatos siempre han sido reacios a que la parte variable supere a la fija, simplemente, porque estiman que el trabajador trabajando las horas reglamentarias y yendo a su ritmo ya tiene derecho a toda la retribución, fija y variable; lo que, obviamente, está en contradicción con el hecho de que la función del variable es la de primar una actitud más positiva del operario de modo que, a mayor producción mayor rendimiento.

No es algo que se haya puesto sobre la mesa de negociaciones ahora mismo puesto que, hace ya muchos años que se ha venido convirtiendo en el caballo de batalla de toda negociación colectiva. Si CC.OO y UGT se muestran tan intransigentes en dos puntos, que ellos consideran irrenunciables: la indexación de los salarios en función del incremento del coste de vida y en mantener los convenios colectivos de sector o los provinciales o nacionales; no tiene ningún secreto, debido a que de ellos depende su influencia sobre los trabajadores y, en consecuencia, su propia supervivencia; que saben quedaría muy disminuida si se tuvieran que limitar a las negociaciones de convenios de empresa, lo que significaría, de hecho, que todas las pequeñas empresas y autónomos quedarían fuera de su vigilancia a favor de los comités de empresa.

Claro que es posible que la CEOE, este mastodonte en manos de las multinacionales y dirigida por un neófito, el señor Rossell; también perdería mucho poder si los empresarios tuvieran que negociar directamente con su personal, y limitaren los aumentos salariales a la situación particular de sus empresas, al rendimiento promedio de su personal y a sus perspectiva de ventas, algo que, con toda seguridad, haría que los incrementos se afinasen más, se promoviera el sistema de productividad y se condicionaran las retribuciones a la marcha general de la empresa y a su competitividad respecto a la competencia. En realidad, estas reuniones, a lo que podríamos denominar “alto nivel”, entre los jerifaltes de la CEOE y los directores de los Sindicatos no tienen parecido alguno con las que se mantienen para los convenios colectivos empresariales, donde se discute con mayor apasionamiento, se miden mejor las concesiones y se valoran con mayor precisión los costes de cada una de las cesiones y contraprestaciones que se acuerdan. Como podrán entender fácilmente, no se puede comparar una gran empresa, muy mecanizada y robotizada, con sistemas informáticos de última generación, cuya plantilla pueda haber quedado muy reducida y, por consiguiente, sus costes laborales, por altos que sean los salarios, repercutan menos en los costes totales del producto, que otra que pueda requerir una plantilla más elevada, donde la mecanización sea menor y donde el coste del personal sobre el producto acabado pueda llegar a un 30 o un 40%.

El peligro de las negociaciones a alto nivel es que, generalmente, se celebran, al menos por parte de los empresarios, por señores de alto nivel, que conocen a la perfección los mercados y las tendencias pero que, en cuestiones de personal, no andan muy duchos y tienen que fiarse de sus asesores que, a la vez lo hacen de otros asesores, de modo que los problemas de base de las plantillas de sus propias empresas les pueden resultar casi incomprensible y ya no hablemos de cuando se trata de defender una postura de toda una determinada rama de la producción o, como ocurre con la CEOE, se atribuyen la representación de todas las empresas del país. En esta posición, los Sindicatos llevan siempre la ventaja y sus posibilidades de presionar a la patronal se pueden considerar muy superiores a las de sus adversarios en la negociación que, por si fuera poco, siempre se ven desplazados al tener que tratar con personas que no tienen su mismo nivel para comunicarse; que suelen ser más bruscos en sus exigencias y que, generalmente, tienen un conocimiento más práctico de las leyes y una información más detallada, conseguida a través de los distintos comités de empresa, que la que tienen los empresarios a los que se enfrentan que, por no darse pistas los unos a los otros prefieren no dar demasiados datos de sus medios productivos ni de sus sistemas de incentivos.

Por esta razón, en los convenios sectoriales, autonómicos o nacionales, no suele entrarse a tratar de los sistemas de incentivos ni de la productividad; de modo que suelen limitarse a fijarse incrementos porcentuales sobre los salarios variables lo que, para algunos, puede significarles ventajas y, para otros, desventajas, según cual sea su propio sistema salarial. Este es el motivo de que, en países como Alemania y, en menor medida, Francia o Inglaterra, hayan preferido relacionar directamente el salario con la productividad de cada trabajador, de modo que los salarios puede que sean más altos que los de los trabajadores españoles, pero tiene la ventaja de que, en todos los casos, sus costes laborales se ajustan milimétricamente a la producción que cada uno de ellos realiza, de modo que los mejores trabajadores son los que, a la vez, se llevan los salarios más altos. Mientras en España, como parece que va a suceder de nuevo, se quiera equiparar los salarios de todos, prescindiendo de la valía y esfuerzo de cada trabajador, no cumpliremos, por muchos acuerdos a los que se llegue, con las normas que, desde Europa, se nos han dado para mejorar nuestra productividad y competitividad como medio de competir, en igualdad de condiciones, con nuestros rivales europeos o del resto del mundo. El taumaturgo Octavio Mirabeau decía: “Negocios son negocios” y acertaba. O eso es lo que yo pienso.