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Diario YA


 

la gallera

Contra el ecologismo

José Escandell. 3 de enero.

En sentido estricto, el trabajo humano tiene que ver con las acciones encaminadas a resolver los problemas de supervivencia. Hambre, sed, frío, primariamente. Aunque incluso estas cosas elementales se abordan de una manera «humana», lo que quiere decir que las soluciones tienen siempre algo de superfluo o lujoso. No se trata, por ejemplo, tan sólo de ingerir alimentos, sino que se trata de hacerlo de manera agradable y con alguna prestancia. No basta con una cueva para vivir, sino que uno sólo se da por satisfecho con una casa dotada de algunas comodidades. Ni nos vestimos con ropa que se limita a proteger del frío.

En un sentido algo más amplio, pero ya insinuado en el anterior, el trabajo es la búsqueda de un lugar en el mundo. La creación de un hogar humano en el mundo natural. La humanización del mundo. Conseguir que el mundo sea nuestro vestido, nuestro cuerpo amplio.

Como el hogar es en donde uno quiere estar, y no se limita a ser lugar de paso, asimismo el mundo tiene el carácter no sólo de un lugar de paso, sino también de residencia. En ese caso, ya no se limita el trabajo a utilizar el mundo como vestido del hombre, sino a vivirlo como fin. Esto es a lo que apunta la idea griega del ocio y la latina de la contemplación. En la casa en la que vivo disfruto con el mero estar en ella. El trabajo culmina en la contemplación y en la fiesta.

El ecologismo al uso hace del hombre un siervo del mundo. Para muchos ecologistas los hombres somos una pieza más (y generalmente una pieza más bien nociva) en el conjunto de los seres naturales. Ellos piensan que nuestra existencia está en función de la totalidad del mundo natural. Entienden que el hombre no tiene fines propios que pasan por la incorporación del mundo como vivienda, sino que su fin es funcional, utilitario, como el de hacer de guardián de la casa. Pero cuando el hombre se somete como instrumento a la naturaleza cósmica, ya no es trabajador ni puede ser contemplador. Es un vigilante, al que se recompensa tan sólo con descanso para que vuelva enseguida a su tarea.

En el primer caso, el hombre se concibe como señor del universo: alguien cuya vida consiste en acoger la naturaleza entera como prolongación del propio cuerpo. No, por lo tanto, un señor tiránico, con derecho a ser caprichoso y arbitrario, sino que, señor de sí mismo, domina el mundo para ser más humano. El ecologismo deprime al hombre. De señor pasa a sirviente de una realidad (el mundo) esencialmente inferior y ciega. Aquí ya el hombre no se define por ser trabajador, sino por ser esclavo. 

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