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Cortinas de humo e inversión de la escala de valores

Joaquín Jaubert. 29 de mayo. En la observación de algunas iniciativas, llamadas sociales por unos y tildadas como cortinas de humo por otros, se retratan éstos y aquellos. Todos hemos contemplado el espectáculo que nos han ofrecido las personas públicas, como consecuencia de los proyectos de leyes encadenados y continuados, sin eslabones perdidos, en temas que socavan la dignidad del ser humano, en las defensas de los citados por sus propugnadores o en el intento de minusvalorarlos, al considerarlos como simples tapaderas, sus débiles opositores sin recalar ni unos ni otros en argumentos que nos lleven a la raíz de la maldad de este tipo de proceder.

La coincidencia, en el tiempo, de una crisis económica con discursos que plantean cambios legislativos, que afectan al derecho a vivir o al de los padres a educar a sus hijos, no nos ha de conducir a buscar otras realidades que las que derivan de una ideologización perversa plena de contravalores por un lado y de la inversión de la escala de valores por el otro. Como complementarias, ambas actitudes explican que, en nuestra sociedad occidental, irremediablemente, las batallas a favor de la dignidad de la persona parezcan todas perdidas si tenemos en cuenta el avance de este tipo de legislaciones que unos realizan y otros conservan.

Cuando se formula la pretensión de una ley perversa por parte del poder dominante, se está actuando en consecuencia con la finalidad que persigue la ideología del mismo. En España, el partido que gobierna tiene más interés en la imposición de sus contravalores que en la economía y más bien aprovechan la situación de crisis, como aliada, al encontrar a la sociedad en horas bajas para defenderse. Por tanto, no es el contravalor de turno el que se utiliza como cortina de humo para ocultar una crisis sino ésta como la posibilidad que se le brinda para imponerlo con mayor facilidad.

Como respuesta a los contravalores, desgraciadamente, encontramos la escala de valores invertida. Se propone un casi monotema que gira alrededor de la economía, centro de todo interés vital. Se presenta un pasado de éxitos económicos y un futuro en la misma línea. No se puede ofrecer un pasado de éxito en valores porque la práctica del aborto aumentó, los medios de comunicación no mejoraron en moralidad, algunos de líderes unieron parejas homosexuales de su propio partido y un no corto etcétera. El atacar las propuestas de los contravalores acusando a sus fautores de querer una cortina de humo para ocultar lo que, realmente, está mal, es decir la economía, manifiesta una doble y preocupante consecuencia: primera postergar, en su discurso, una crisis moral mucho más peligrosa que la material y, segundo, llevarnos a pensar que lo más importante en un programa es el bienestar material aún acompañado del asesinato de inocentes en el seno materno.

Entre dos opciones que enarbolan como banderas una los contravalores y la otra la escala de valores invertida, el cristiano ha de trabajar por otra tercera que coloque a la persona, como centro de su preocupación, con toda su dignidad lo que implica proteger la vida, la familia natural y los derechos de los padres, nuestras raíces cristianas y todo aquello que siempre ha querido la doctrina social de la Iglesia por el bien de la humanidad. En otras palabras, una verdadera escala de valores. No interesa tanto que algunos políticos presuman de cristianos como que sus programas y compañeros de lista, que tendrán poder de decisión, lo sean. 

 

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