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Diario YA


 

La educación es una función y un derecho tan natural y universal de la comunidad humana

Cultura y culturillas

Pedro Sáez Martínez de Ubago. La educación es una función y un derecho tan natural y universal de la comunidad humana, que por su misma evidencia tarda mucho tiempo en llegar a la plena conciencia de aquellos que la reciben y la practican y, a menudo es postergado por intereses nada plausibles en la doble dimensión de su carácter moral y práctico.

De la educación, en este sentido, se distingue la formación del hombre, mediante la creación de un tipo ideal íntimamente coherente y claramente determinado La educación no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen o ejemplo del hombre tal como debe ser; y es algo fundamental de la historia de la cultura que toda alta cultura surge de un discernimiento de las personas, cuyo origen radica en la diferencia de valor espiritual o moral de los individuos.
La palabra cultura significa etimológicamente ‘cultivo’, sea lo ya cultivado o más propiamente, porque todo grado de cultura es siempre mejorable ‘lo que se ha de cultivar’. Y la cultura es algo que se refleja en todas las dimensiones y facetas individuales y sociales de la persona, tanto en aspectos abstractos como el lenguaje, la industria, el arte, la ciencia, el derecho, el gobierno, la moral, la religión, como en el modo en los que se materializan las realizaciones culturales y mediante los cuales surten efecto práctico los aspectos intelectuales de la cultura.
Y mientras una Cultura humanista global buscará recuperar el carácter pleno y tradicional del hombre situado en su mundo, que es el mundo de la naturaleza y de la historia; en una sociedad como la actual, que degrada los valores y categorías de la razón a hechos sociológicos o volitivos, vemos surgir constantes “culturillas” tan diferentes como diferentes sean los gobiernos, de forma que la ausencia de el significado pleno y común, que debería vincula la Cultura al ser humano, enfrenta a las culturillas subjetivas avocándolas a una lucha política, de tal manera que en nuestra sociedad son un hecho cada día más frecuente las subculturas y culturillas. Compárense, por ejemplo, la romanización, la cristianización o el regeneracionismo, con la “alianza de civilizaciones”, los tribalismos urbanos o la en apariencia políticamente correcta tolerancia y permisividad con fenómenos que, más que de carta de naturaleza, gozan de la patente de corso de la desnaturalización de la persona.  
Por eso se huye de la formación y la cultura clásicas, e igual que a Sócrates se le dio a beber la cicuta por creer en una divinidad personal, hoy son muchas las formas en que se da a beber la cicuta: exposiciones “culturales” sacrílegas, obras literarias blasfemas, la elevación de lo perverso a la categoría de lo natural y su protección con legislaciones que prodigan lo que eufemísticamente se llama las discriminaciones positivas, etc.
Lo más anticultural es querer mutilar la cultura, que es universal, mutilándola con apellidos como étnica, regional, popular, folklórica, juvenil… de forma que una teogonía de Hesiodo o el maya Popol Vuh, se equiparen con un combate de carneros, un concurso de lanzamiento de boina, un botellón o un genocidio.
Así es como la Cultura deviene culturilla y degenera de un valor en sí en una mercancía mediatizada por los más diversos intereses. Y la relación directa y simbiosis que antropológicamente se da entre humanidad y cultura, se reduce a un frecuente parasitismo de subjetividades sociológicas pretendidamente sociales, sobreponiéndose por el poder o grupo de presión a de turno las prácticas de sus grupos sociales afines a la exigible potenciación del desarrollo y los fundamentos de la persona tanto en cuanto a su entidad individual de naturaleza racional como a la universalidad de su dimensión social.
Sólo desde esta percepción de la realidad puede comprenderse que la Cultura -que antropológicamente comprende todo el conjunto de elementos de índole material o espiritual, organizados lógica y coherentemente, que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, el derecho, los usos, las costumbres, y todos los hábitos y aptitudes adquiridos por los hombres en su condición de miembros de la sociedad- se esté sacrificando en aras de las innumerables culturillas que, si bien sobrevaloradas sociológicamente, no trascienden la consideración de efímeros estímulos ambientales que generan la socialización de unos individuos que, así son víctimas del conocido divide y vencerás “divide el impera” atribuido a Cayo Julio César.
Así como la existencia de una cultura hegemónica trasciende la cuestión de la pertenencia a un sector social o la instauración de un proyecto de dominación, lo subalterno se nutre de lo dominante, de lo masivo y de lo popular, pero justamente por no estar instituido Es la actual, una cultura popular ordenada por reivindicaciones sectoriales, pero reproductora de modelos sociales vigentes. Es decir una serie de culturillas que aparentan reproducir iconografías de la verdadera Cultura, que, con palabras de William Hurrell Mallock: “no es un sustitutivo de la vida, sino la llave para llegar a ella”.