En esta España sin memoria hasta los más memos guardan en su caletre los nombres de Riego, Pavía, Martínez Campos, Narváez y O´Donnell. Aunque sólo sea porque diversas ciudades españolas albergan calles, plazas y monumentos que llevan esos nombres.

Hace algunos años los recordaba en una de sus "nótulas" del Correo de Andalucía, Aquilino Duque, narrador, poeta y ensayista sevillano, que ganó en su día el Premio Nacional de Literatura.

A excepción de Riego, todos ellos dan nombre a diferentes calles de la Villa y Corte regida por el Sr. Gallardón, yerno del otrora ministro franquista D. José Utrera Molina. Y todos ellos forman parte del elenco de generales que en el siglo XIX llegaron al poder en España por vía del pronunciamiento, la revolución o el golpe de Estado. De los cinco, sólo uno, Narváez, el de peor fama por cierto, tiene algo en su haber: el Canal de Lozoya, el Palacio de las Cortes y el Teatro Real, además del Código Penal de 1848. A Narváez no lo trata muy bien Galdós, pero lo que dice de él es enteramente aplicable a los otros cuatro, a los que trata algo mejor. Mucha arenga, mucha intriga, mucho ruido de espuelas y de sables, mucho morrión y mucho entorchado y muchas bandas de moaré y cruces pensionadas pero, en resumen, nada entre dos platos y el país a dos velas.

D. Aquilino Duque apuntaba que no es que de los políticos civiles haya mucho que decir, pero como botón de muestra puede bastar el hecho de que en las historias de encargo se proclame a Suárez y González estadistas del siglo por esa obra de la Transición, cuyo fin último es la balcanización de España. Si esa Transición se hizo "sin traumas", según dicen, fue porque la nación estaba unida y era próspera y el Ejército disciplinado. Los generales que alcanzaron el poder en el XIX siguen en la memoria colectiva a través de sus calles en Madrid. De los dos del siglo XX sólo mantienen sus nombres en el callejero los agradecidos, es decir, como reza el proverbio, los bien nacidos.