Principal

Diario YA


 

Editorial: "Tiempo de firmeza"

Aunque quizá demasiado diplomática y algo tardía, finalmente se ha producido la respuesta de la Conferencia Episcopal a la campaña de los autobuses ateos con una nota pública que, hay que decirlo, da en el clavo a la hora de analizar la polémica. Y es que los promotores de la provocadora iniciativa agnóstica no hubieran podido llevar su idea más allá del umbral de sus casas si no se hubiera producido algo que es característico de nuestra artificiosa y descompuesta sociedad: el amor loco a lo políticamente correcto y la alergia incurable a la verdad.

Como bien explica Enrique de Diego en su último libro "Salvad la civilización", la mentira y su capacidad de implantación entre las actuales generaciones es una de las señas de identidad inconfundibles de la sociedad occidental. Y por eso, en un cartel en el que se opone la fe en Dios a la consecución de la felicidad personal, la reacción popular no es de extrañeza o rechazo, sino de una borreguil e irracional aceptación. Es decir, ha conseguido triunfar socialmente la constatable mentira según la cual dar la espalda a Dios es un camino directo y seguro hacia la felicidad. Cuando es justo al revés.

Aciertan los obispos al hablar sin tapujos de que la campaña de los autobueses ateos es "blasfema" y supone "una ofensa a los creyentes". El sistema liberal imperante es permisivo con la blasfemia, porque se ha establecido que fuera de la ley no hay nada, que todo lo que es legal es admisible. Los cristianos debemos hacer notar que eso es también una gran falacia, por muy respaldada que esté por mayorías adocenadas y atrofiadas en su capacidad crítica. Ningún crimen es tan horrendo, tan imperdonable, como el que se comete contra el nombre de Dios.

También es correcta la exigencia que realiza la CEE a las administraciones públicas para que garanticen el ejercicio del derecho a la libertad religiosa. ¿Qué pasaría si circulasen por Barcelona o por Madrid autobuses con el slogan: "Alá no existe, no seas idiota y disfruta de la vida"?, ¿quedaría de los vehículos algún fragmento más grande que una uva? Eso no ocurre porque ·se respeta" a los musulmanes (que, traducido, significa que se teme a los musulmanes). En cambio, de los cristianos siempre se espera que pongan la otra mejilla. ¿Es eso de recibo en una institución pública, gestionada con el dinero de todos los contribuyentes?

Insistimos: aunque con retraso, celebramos la respuesta de la Conferencia Episcopal a una iniciativa que, lejos de ser anecdótica y banal, supone un nuevo órdago a los creyentes en un mundo que practica una constante automutilación. No por casualidad se usa un transporte público como soporte de esa publicidad habiendo refrescos, marcas de ropa y coches de lujo que seguro que generan más rentabilidad pecuniaria. Estamos en el momento de dar respuesta firmes a planteamientos relativistas, y los obispos han estado a la altura que les corresponde.

Lunes, 26 de enero de 2009.

 

Etiquetas:editorial