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Diario YA


 

A propósito del terremoto y el tsumani de Japón

El alarmismo politizado y ramplón de la izquierda

Miguel Massanet Bosch

En España somos muy propicios a dejarnos llevar más por lo que desearíamos en nuestros corazones que sucediera que por lo que realmente está ocurriendo. No hacía falta más que un terremoto de los que sólo ocurren cada 400 años, seguido de un maremoto – ¿por qué la manía de denominarlo tsunami? –, de idénticas características, para que algunos aprovecharan para desenterrar la espada de la discordia dispuestos a arremeter contra las centrales nucleares y reverdecer los pronósticos apocalípticos en el caso de que las naciones se sigan abasteciendo de energía nuclear. Lo que ocultan, lo que se dejan en el tintero y lo que prefieren desconocer es lo que ocurriría si, de verdad, se prescindiera de este medio de producir energía que ha venido demostrando ser el menos contaminante, el más barato y el más productivo, con gran ventaja, sobre el resto de procedimientos que se han venido utilizando tradicionalmente.

Es obvio que, ante un fenómeno de las características del que se ha producido en el Japón, es difícil que haya algo que se mantenga en pie y si, al terremoto, le añadimos el maremoto consiguiente que, según dicen, ha sido el que mas daños ha causado a los japoneses es muy posible que este evento sea de los más dañinos y aparatoso de los que han tenido lugar en el mundo desde que existen aparatos para medir su intensidad. Deberemos reconocer que, el que sólo unas pocas de las 54 centrales atómicas japonesas hayan sido dañadas, si no queremos creer en milagros, demuestra que en su construcción se tuvieron en cuenta todas las eventualidades humanamente previsibles para afrontar con éxito los frecuentes sismos a los que está expuesto el archipiélago Nipón. El hecho fortuito de que, en alguna de dichas centrales se hayan producido problemas de refrigeración del núcleo y que, por precaución, se haya evacuado, ordenadamente, a la población de los alrededores; demuestra que con unos protocolos bien establecidos y actuando con frialdad y orden, los peligros de que la radiactividad pudieran, como ocurrió en la central rusa de Chernovil, quedan minimizados y controlados por los servicios técnicos que se ocupan de su correcto funcionamiento. Dudo mucho de que, cualquiera que pudiera ser el resultado que finalmente se pudiera producir en alguno de los núcleos puestos en cuarentena el gobierno japonés decidiera prescindir por completo de este tipo de energía si se tiene en cuenta que sustituirlo por otra de las energías renovables seguramente supondría un coste muy superior y un rendimiento evidentemente más bajo.

Sin embargo, en la vieja Europa, antes de que se hayan valorado debidamente cuales serán los efectos finales de los problemas nucleares de las factorías afectadas, ya se ha comenzado a poner en marcha la habitual propaganda de las izquierdas, endémicos enemigos de todo aquello que tenga visos de modernidad y de ser beneficioso para la población mundial gracias a este empeño en identificar todo lo que sean progresos tecnológicos, innovaciones e inventos que puedan ayudar a la población mundial a alcanzar una mejora sustancial en su modus vivendi o unos avances significativos que ayuden a una mejor calidad de vida y a una prolongación de las perspectivas de vida de la raza humana. En efecto, algunos podríamos pensar que este sector antinuclear, de estas organizaciones, tipo Greenpeace, ( que, en otros aspectos, realizan una labor encomiable) están esperando la ocasión de que se produzca algún incidente que afecte gravemente a la población para poder decir que “ya lo habían advertido que ocurriría”; o estos grupos “anti todo” que se dedican a manifestarse en cualquier lugar del mundo en el que se reúnan los gobiernos o los representantes económicos de las distintas naciones para lanzar sus eslóganes en contra del capitalismo o la “globalización” sin tener en cuenta que sin el motor de la economía todavía estaríamos en la edad de las cavernas y vestidos de pieles.

¿Cómo esperan estos señores que haya fábricas, que existan hospitales con los últimos avances tecnológicos, que disfrutemos de electricidad y podamos usar automóviles, si no aceptamos que, para ello, debe haber emprendedores, gentes que arriesguen sus dineros en proyectos, que no siempre tienen éxito, e inventores y científicos que se ocupen de que la humanidad vaya avanzando hacia una meta común que nos conduzca a todos a un tipo de vida mejor? Es muy fácil decir “nucleares no” si no se acompaña de unas propuestas en las que se demuestre que existen otras alternativas, aplicables, sensatas, posible, económicamente mejores y técnicamente realizables y que, dentro un tiempo prudencial, pudieran sustituir por completo a la energía atómica que, si bien entraña peligros latentes, no hay duda que, hoy por hoy, es la más rentable de todas las conocidas y la que causa menos contaminación.

Lo cierto es que la humanidad deberá presentarse el siguiente dilema: o bien, volver a la naturaleza para vivir prescindiendo de comodidades como aviones, electricidad, trenes, restaurantes, vestidos, etc. regresando a un tipo de vida rousseauniano, un tipo de anarquismo moderado, que el filósofo francés nos legó en su Contrato Social; algo que, por desgracia, nunca ha pasado de ser una hermosa utopía pero, evidentemente, irrealizable, si se conoce cual es la verdadera naturaleza del ser humano; o bien, aceptar que estamos condenados a vivir en una sociedad que se ve obligada a asumir riesgos; una sociedad que se ve expuesta a los errores humanos, tanto propios como del resto de ciudadanos; una sociedad en la que estamos comprometidos colectivamente y que sabemos que debemos pagar peajes, en ocasiones dolorosos e inesperados, porque la civilización, la vida moderna , el progreso y las técnicas modernas comportan aceptar riesgos calculados pero que, en ocasiones se convierten en inevitables por mucho que pretendamos minimizarlos y prevenirlos. Por desgracia no creo que, estos que tanto critican la civilización, sean capaces de garantizarnos una vida mejor renunciando a las ventajas que nos proporciona la civilización porque, señores, el mal no está en las cosas de las que nos hemos rodeado, ni en los inventos, ni en la ropa, el mal es algo intrínseco al ser humano y, sean cuales fueren las condiciones en las que tuviéramos que convivir con el resto de las personas, surtirían enfrentamientos, habría quienes se quisieran imponer a los otros y aquellos que quisieran lavar las ofensas con sangre; con lo que sólo habríamos conseguido vivir peor, con menos medios y comodidades, pero los achaques de la naturaleza humana los tendríamos que seguir soportando.

En fin que, si bien es cierto que debemos procurar una sociedad más justa y equitativa, no deberíamos pretender hacerlo consiguiendo que todos nos convirtamos en indigentes, sino, todo lo contrario, el empeño debe encaminarse a erradicar la pobreza y esto, en un mundo que va creciendo y que debe saber administrar sus recursos, no se puede conseguir más que avanzando a la par de que se va produciendo el crecimiento demagógico, se vaya progresando en las técnicas, los procedimientos, las invenciones, los nuevos descubrimientos de alternativas alimentarias, etc. de modo que, en lugar de retroceder a épocas pasadas consigamos domesticar los progresos que vayamos consiguiendo en orden a garantizar un estado de bienestar para todos; esto sí, asumiendo que nunca se va a conseguir la perfección porque, por desgracia, todos, creyentes y no creyentes, sabemos que, en este mundo en el que vivimos, nadie puede saber lo que lo que va a suceder al día siguiente y, el azar (la Providencia), seguirá desempeñando un papel decisivo en cuanto a la renta de vida que nos queda. O esto es lo que opino yo.