Principal

Diario YA


 

Los socialistas son especialistas en "arrimar el ascua a su sardina"

El anticlericalismo antidemocrático

Miguel Massanet Bosch

Alguien, creo que fue un tal H. Becque, definió cínicamente el concepto de democracia, entendiendo que:“La democracia acaso deba entenderse así: los vicios de unos pocos puestos al alcance de todos” y, la verdad, no encuentro una forma más adecuada para entender la manera de interpretarla de muchos de estos “progres” que, hoy en día, se atribuyen en exclusiva el ser demócratas y, en consecuencia, el actuar en consecuencia y, a la vez, tener la soberbia y temeridad de atribuirse la facultad de juzgar, para decidir quienes son verdaderos demócratas y quienes no. Para ello utilizan un método discriminatorio muy propio del totalitarismo excluyente; se los condena a ser vejados, maltratados, insultados y despreciados, por el sólo hecho de tener opiniones distintas, profesar credos no correctos políticamente, practicar éticas o morales que ellos detestan por contravenir su particular modo de interpretar lo que es reprobable y lo que no lo es. Ni que decir tiene que, desde que entraron en el gobierno los socialistas, uno de sus objetivos fue convertir, a los españoles, a su particular credo de conducta, adoctrinarlos desde la niñez en sus particulares conceptos de lo que es conveniente saber y practicar, obviando el derecho constitucional de los padres de ser los encargados de decidir sobre el tipo de enseñanza religiosa o moral que quieren que se les imparta a sus hijos. La implantación obligatoria de la asignatura EpC, una asignatura de la que cada autonomía ha hecho un uso distinto y que, cada edición, ha tenido un formato ad hoc,  según que fueran quienes tuvieran que dispensarla. Este fue el primer hito de su ofensiva contra la religión y la enseñanza religiosa de la juventud.
 
La filosofía relativista, el agnosticismo o ateísmo y la lucha implacable contra la religiosidad y moral más difundida entre la ciudadanía española, la religión católica –aquella que recibimos a través de la ocupación romana y que ha venido perdurando, entre los distintos avatares políticos, hasta nuestros días –, que heredamos de nuestros padres y que siempre ha sido útil, tanto para creyentes como para agnósticos o ateos, porque ha ayudado a establecer una frontera entre el bien y el mal, un freno para las pasiones desordenadas y un modus vivendi basado en la misma ética y principios del orden y convivencia que ha mantenido, durante siglos, un orden social aceptable..
 
Los que con más odio se han manifestado contra la Iglesia católica, los que se han empeñado en destacar los defectos de los miembros de esta congregación, insistiendo en inculpar, implacablemente, de sus imperfecciones, sus abusos y sus delitos, tanto a sus Ministros como a los feligreses, sin tener en cuenta que, en todo grupo humano, en toda sociedad, tanto religiosa como civil, precisamente por estar formada por personas, existen quienes se dejan arrastrar por las malas pasiones, por el egoísmo y por las tentaciones de la carne, sin que estos casos ( menos numerosos en la Iglesia católica que en otras agrupaciones civiles o religiosas) puedan privar a sus fieles de la fe y de la confianza en un más allá, una vida distinta y más justa, en una metafísica esperanzadora y libre de las desigualdades, las injusticias y los males de esta existencia terrenal. Nadie, ni los mas santos, están exentos de ser tentados por las flaquezas humanas y que, el simple hecho de ser más instruido, gozar de una mayor dignidad y autoridad y ocupar un lugar preeminente dentro del magisterio de la Iglesia, no significa ni implica que esté inmune al pecado o que cometa faltas, como les ocurre al resto de los mortales.
 
Si queremos salvar la verdadera democracia, de la idea nefasta que tenían de ella personajes como Bernad Shaw o  A. Guinon, –quien llegó a decir algo tan duro como: “El peligro de los representantes del pueblo  es que, con harta frecuencia, se limiten a representarlo en sus defectos…” –; deberemos partir del hecho de que, el concepto de democracia, definido como: “el gobierno del pueblo por el pueblo”, no pude prostituirse convirtiéndolo en “el gobierno de una minoría opresora sobre una mayoría oprimida”.
 
El hecho, incontrovertible, de que, desde la llegada de los socialistas al gobierno, se ha venido produciendo una caza sin cuartel de los católicos; un intento tras de otro de reducir la influencia de la Iglesia católica dentro de nuestra nación; una continua situación de acoso contra todas las instituciones dependientes del clero católico, especialmente en el aspecto de la enseñanza; fomentando actuaciones de determinados colectivos, tradicionalmente contrarios a la institución eclesiástica, como los grupos de gays y lesbianas, los de los llamados, impropiamente, representantes de la cultura y los colectivos a los que yo denomino como miembros de “la farándula”, que han tenido el dudoso honor de protagonizar las burlas, las caricaturas, los despropósitos, las calumnias, las injurias y los desmanes que, en su obcecación, han sido capaces de imaginar, para enlodar el buen nombre de la Iglesia católica mediante descalificaciones y mentiras, con la idea de crear un ambiente adverso y de odio contra ella.
 
Claro que, un proceder semejante, nada tiene de democrático, nada del respeto por la opinión de los demás, nada de libertad de ideas y opciones religiosas y, por supuesto, nada de espíritu de fraternidad y tolerancia hacia los demás. Curiosamente, parece que estos ardientes detractores de la Iglesia católica  no experimenten la misma ojeriza hacia otras religiones que, vean por donde, tienen recogidas dentro de sus creencias, acciones que, no solo son ajenas por completo a nuestras costumbres, sino que, en algunos casos, llegan a constituir verdaderos delitos penados por nuestras leyes, como es el caso de la ablación del clítoris o los castigos corporales, preconizados por el Islamismo. Las consecuencias de este estado de cosas han sido los asaltos a las capillas de las universidades; el comportamiento torticero y permisivo de algunas autoridades académicas que, en lugar de cumplir con su deber, han permitido que se produjeran tales hechos sin tomar media coercitiva alguna; cuando no han tomado parte a favor de los vándalos que los cometieron, ¿recuerdan, algunos de ustedes, los actos que tuvieron lugar en los meses previos a la Guerra Civil, cuando se incendiaron conventos, se profanaron tumbas de religiosos y se saquearon los bienes de la Iglesia? Y ¿recuerdan, también, los asesinatos y violaciones que siguieron a tales actos vandálicos en tiempos del tristemente famoso Frente Popular? ¿Era aquello una verdadera democracia?
 
Han eliminado, por puro rencor y deseo de humillar a los católicos, todas las imágenes que pendían de las paredes de las escuelas, alegando que ofendían a algunos alumnos no creyentes. Para vergüenza de los extremistas que dieron la orden ahora, el tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ha fallado, en un caso en el que se ponía en cuestión tal escarnio, dando la razón a quienes pedían que no fueran retirados los crucifijos de las iglesias italianas, con una resolución lapidaria: “el crucifijo es un símbolo, no solo de la fe cristiana, sino de identidad cultural”, una sentencia que crea jurisprudencia y, por consiguiente, aplicable en España. ¿Va el Gobierno español a dar marcha atrás y a reintegrar los crucifijos que mando retirar o se empecinará, como suele ocurrir, en “mantenella y no enmendalla” incurriendo, con ello, en una desobediencia a la legislación internacional? En todo caso, no ha terminado la persecución de los bárbaros en contra de los católicos y su iglesia, ya que existe una convocatoria para el Jueves Santo para hacer una procesión “atea” en el centro de Madrid. Ustedes mismos juzgarán. No existe, a mi criterio, un mayor ataque a la misma esencia de la democracia.