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Diario YA


 

en el caso del obispo de Bilbao, una nueva insurrección de sus vecinos vizcaínos

El clero vasco (con perdón) mea fuera del tiesto

Miguel Massanet Bosch. Estamos en tiempos de filosofía relativista, que quiere decir que cada cual puede montarse su propia teoría acerca de aquello en lo que cree o en lo que no cree o respecto a cual será su destino final o si habrá un más allá después de la muerte o si acabaremos convertidos en meras cenizas y, en esta miserable situación, nos mantendremos durante toda la eternidad, si es que la eternidad, existe en realidad. En esta confusión de conceptos, desde el más inteligente y preparado teólogo hasta el más ignorante de los mortales, se siente autorizado a dar su opinión y a exponer su particular teoría sobre lo trascendente y lo efímero. Por ello, no debe de sorprendernos que, aquellos que con más ímpetu, con más ardor y convencimiento, se pronuncian en contra de la religión católica suelan ser, precisamente, aquellos que en su vida han leído un libro de religión, empezando por los libros de la Biblia y acabando por los cuatro Evangelios. Dentro de esta especial categoría de personas están comprendidos, como no, aquellos que, aparte de presumir de no creer en nada, de opinar, sin preparación alguna, sobre lo divino y lo humano; tienen todavía la temeridad y desfachatez de despreciar a todos los que no se resignan a pensar que todas las maravillas del universo son fruto de la casualidad y que, cuando rindamos el tributo a la muerte, todo lo que quede de nosotros, todo aquello bueno o malo que hemos hecho durante la vida y todas las injusticias que, tan desigualmente padecemos los humanos, no tengan una recompensa o un premio en otro lugar, desconocido, pero que, para los católicos entendemos que pudiera ser en el seno de Dios.

Ahora bien, si a nivel de laicos, de seglares, de aquellos que no hemos optado por la vida sacerdotal; estas inquietudes, estas dudas, estas desviaciones de la perfección, estos temores y estas tentaciones que nos acosan pueden considerarse como algo propio de nuestra fragilidad humana, la verdad es que nos cuesta aceptar, aún reconociendo que los sacerdotes son personas como nosotros, que no están inmunes a las tentaciones y que tienen que enfrentarse a graves dificultades en su vida de sacerdocio; el que, en algunas regiones de nuestro país, en determinadas comunidades étnicas o dentro mismo de sectores que se declaran cristianos practicantes exista un clero que no duda en anteponer a su obligación como dirigentes espirituales de sus feligreses, determinadas ideas de carácter nacionalista, algunos posicionamientos en política o actitudes levantiscas en contra de las decisiones de sus superiores eclesiásticos cuando se trata de acatar las órdenes que se les trasmiten dentro de lo que se puede entender que forma parte de la obediencia debida que debe regir en toda las Iglesia católica.

Nos cuesta tener que aceptar que, en Catalunya, incluso por parte del obispado, se entre en cuestiones que nada tienen que ver con el cometido espiritual que les compete a los pastores de la Iglesia y que sí deberían ser obviadas por el clero, en virtud de aquella célebre división de jurisdicciones entre la comunidad religiosa y la política, que Jesucristo dejó aclarada con aquello de “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Y digo que nos cuesta aceptarlo, no sólo por lo que podríamos entender como un enfrentamiento a la autoridad vaticana, sino por algo que, incluso, puede parecernos más criticable y que es causa de mayor confusión entre la feligresía y es el ejemplo, el mal ejemplo, que actitudes semejantes dan a aquellos acólitos, en ocasiones no confortados con el don de la fe, que se sienten escandalizados de que, por razones nacionalistas, por pretensiones separatistas, por pretendidos derechos culturales o históricos, los ministros de la Iglesia, encargados de aleccionarnos a cerca del camino que debemos seguir en esta vida, de la caridad que debemos demostrar hacia nuestros hermanos de cualquier etnia, nacionalidad o cultura que fueren, a aquellos que debemos considerar “nuestros prójimos”; se pierdan en cuestiones terrenales, formen grupos protestantes, aúnen agravios y propongan exigencias que, en el fondo, no pretenden más que intervenir en una determinada política o en aspiraciones de tipo secesionistas que nada tienen que ver con su misión como clérigos.

Si ya son demasiado frecuentes las rencillas que se producen en determinadas localidades por la intención de los municipios de inmiscuirse en temas propios de las iglesias de sus pueblos o si son demasiados los capellanes que incurren en actos que desacreditan su credibilidad como dirigentes espirituales de sus parroquias; si  no fueran bastantes los  perjuicios que le han causado, al prestigio de los ministros católicos, los casos de pederastia, exagerados, sin duda, por sus enemigos, pero que no se puede negar que han existido; no faltaba nada más que, como ya ocurrió con el nombramiento de Monseñor Munilla en Guipúzcoa, (que se tuvo que enfrentar, con valentía, al vacío que se le hizo, no de la comunidad católica, sino de sus propios compañeros, los sacerdotes nacionalistas de la diócesis, que hubieran deseado un obispo  vasco), no sabemos si por simple empeño de considerar a los vascos superiores al resto de españoles o por pensar que un obispo al estilo de Monseñor Setién, les  aproximaría más a sus pretensiones de carácter separatista; pero el caso es que, ahora, se vuelve a repetir, en el caso del obispo de Bilbao, una nueva insurrección de sus vecinos vizcaínos, que no aceptan que su actual obispo, Monseñor Blázquez, sea sucedido por el actual auxiliar, Mario Iceta.

Sin reparar en lo que debe ser la caridad cristiana; saltándose a la torera la obediencia debida; ignorando los deseos del Pontífice y rebelándose contra su autoridad, como vulgares hugonotes; están pretendiendo imponer un prelado nacionalista. No olvidemos los pecadillos que han ido acumulando los sacerdotes vascos en las distintas contiendas que han tenido lugar, como en el caso de los Carlistas, o los que apoyaron a los rojos durante la pasada Guerra Civil española y, para no ser menos, pretenden volver a las andadas olvidándose de sus juramentos de obediencia, para mudarlos por otros intereses más terrenales que, por lo visto, para estos clérigos vascos, son más importantes que la salvación de sus almas. Si ya se ha dicho que, en las iglesias vascas, se ocultaban activistas de la ETA; si ya se hablaba de las intervención de algún obispo, mediando entre los terroristas y el Gobierno de la nación; si se sospechaba que se celebraban reuniones de separatistas dentro de los claustros de los monasterios vascos, ya no falta más que, ante la desafección de tantos católicos de la práctica de la religión, todo lo que sean capaces de hacer, estos capellanes nacionalistas, sea enfrentarse, por el nombramiento de un obispo, con la misma Santa Sede.

Suena a cisma, revela muy poca humildad y respeto por el Papa y, sin duda, es una muestra del más rancio y pueblerino caciquismo religioso, el que 700 perronas, entre laicos y capellanes, hayan firmado un escrito dirigido al nuncio, Renzo Fratini, quejándose de que no se haya tenido en cuenta a la iglesia local a la hora de escoger un obispo. Pero su principal exigencia es que el pastor del rebaño vasco, debe ser de sangre vasca (recuerden aquello del PH) lo que ellos han decidido definir como intereses “exclusivamente evangélicos” añadiendo por si no se entendiese “esta esposa no quiere un esposo impuesto. Ni secretismo. Ni juego de intereses que no sean los exclusivamente evangélicos”. Miren por donde, como ocurre a menudo, estos peticionarios predican lo que no creen. ¡Como siempre! Y luego se quejarán.