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Diario YA


 

Cartas al Director

El cuento billete

Manuel Olmeda Carrasco. El epígrafe carece de todo signo, paralelismo o atributo que pudiera interpretarse como una maldad intencionada, hecha con la limpieza y maestría del experto tirador de florete. Simplemente es el recuerdo añejo de mi infancia, cuando algún familiar o amigo (ocioso) daba el tostón a los niños cercanos con aquel monótono: ¿quieres que te cuente un cuento billete que no acaba en un periquete? Para, fuera cual fuera la respuesta, continuar indefinidamente: yo no digo que digas que no -o que sí-, yo te digo que si quieres... (iniciando de nuevo la pregunta interminable). Era, en definitiva, el cuento de nunca acabar, que en otras zonas tendría su propia estructura, pero la misma finalidad latosa.

      Las explicaciones – antitéticas, sui géneris- sobre la subida de impuestos, ofrecidas por distintos ministros, altos cargos de la Administración y el propio presidente (todos ellos responsables -es un decir- del “gobierno de España”), tienen en su disparidad un nexo común: me recuerdan el cuento billete, agravado por la intención, además, de hacernos comulgar con ruedas de molino. Acostumbrados, ellos, al método científico (el lector sagaz habrá advertido la coña), empezaron lanzando globos sonda. “Son limitados y temporales”; “los soportarán los ricos”; “no afectarán al IRPF”; “afectarán poco al IRPF”; “pagarán las rentas del capital”; “vincularán poco al IVA”; etc. etc. Para qué seguir desmenuzando la retahíla de dimes y diretes, afectados por la misma oquedad. Una vez analizada la información, la arrinconan y, tras un ritual pleno de ignorancia, si no prepotencia, Zapatero anuncia en el Parlamento, transmitiendo una magistral clase de economía en que armoniza la micro y la macro, que los impuestos coronarán el uno y medio por ciento del PIB, unos ingresos totales de quince mil millones y un costo por ciudadano de cuatrocientos euros. ¿Alguno da más?

      La mentira acompaña, inasequible, cualquier supuesto o decisión definitiva, incluyendo argumentos y estímulos. Se dice que el repunte del impuesto debe entenderse como un acto solidario en beneficio de los que sufren la crisis con enormes penurias. También para sufragar los costos del estado de bienestar social, sin disminuir una sola de sus conquistas. Se lava la cara al oneroso hecho, por otro lado, anunciando a bombo y platillo la progresividad recaudatoria; es decir, que los ricos pagarán mucho más. Lo dicho, envuelto en papel de regalo, constituye una burda falacia y una sutil manipulación. El aumento del gasto social provocado por el paro, no alcanza -por ejemplo- el exceso que se ha tenido que prometer en la financiación autonómica con la finalidad de conseguir los apoyos necesarios para aprobar los presupuestos y evitar la soledad parlamentaria. El costo social, considerando cualquier tipo de eventualidad, no creo alcance los veinte mil  millones de euros adicionales. Veamos las coberturas de las necesidades. Ocho mil millones, sólo para sanear CCM; de diez a quince mil millones, al menos, para la nueva financiación de las autonomías; ciento cincuenta mil millones para dar liquidez y avales a la gran banca; ochenta mil millones para responder por los depósitos de las cajas; casi mil millones para estimular el sector del automóvil; etc. Como se observa, todos ellos son gastos sociales irrenunciables para un gobierno de izquierdas.
 
       Nadie pondrá en duda que el noventa por ciento, como mínimo, de los trabajadores obtiene un sueldo sujeto a un intervalo de  quince y cincuenta mil euros anuales. Un diez por ciento, entre los que caben los políticos importantes, cobran más, algunos mucho más. ¿Alguien cree que el porcentaje de participación en las arcas estatales será diferente del mencionado por cada sector?  Se viene anunciando la subida de dos puntos en los impuestos indirectos y cuatrocientos euros lineales en los directos. La fiscalidad progresiva se queda, así, en pura retórica  Jubilados y trabajadores llevaremos el peso del desastre económico propiciado, ya en tiempos de Aznar, por una política financiera expansiva que fue utilizada por apalancamientos y otras irregularidades consentidas, para llenarse los bolsillos unos cuantos desaprensivos, sinvergüenzas y ladrones sin más, que ahora moran libres de todo pecado; peor aún, de toda penitencia.

      Es -querámoslo o no- un cuento; el cuento de nunca acabar; caro, muy caro en esta ocasión.