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Diario YA


 

Crítica a reducción de la Iglesia a la dimensión privada

El Foro de curas de Bilbao

Roberto Esteban Duque

“¿Sabes que pasarán los siglos y la Humanidad proclamará por boca de sus sabios y de su ciencia que no existe la verdad ni el crimen ni el pecado, que sólo hay cuestión en los hambrientos?”. El Foro de Curas de la diócesis de Bilbao considera que la Iglesia se prostituye a los ídolos del siglo cuando la presencia pública de la Cruz se convierte en “un espectáculo de masas”, en los que desean participar los obispos, ávidos de gloria, amantes de grandes y multitudinarios escenarios preparados con solicitud por grupos católicos neoconservadores; que constituye “una afrenta a Jesús crucificado cometida en los empobrecidos por el sistema económico y por su última crisis" la actitud de la jerarquía católica en su “desmedida utilización” que está haciendo del signo de la Cruz con el fin de promocionar la Jornada Mundial de la Juventud, con el “patrocinio económico de multinacionales financieras y el apoyo del gobierno central”, como si al fin “sólo hubiera cuestión en los hambrientos”, según sentenciara Dostoievski, y la opción por la Iglesia no fuera, sobre todo, una opción espiritual, una opción por la unidad y la comunión.

El progresismo católico, plagado de cristianos sofisticados, de teólogos y clérigos tan avanzados que se encuentran en permanente estado de mutación, aspiran a tener dioses comunes, no el Dios de Jesucristo; en su democracia interna no contemplan el depósito de una verdad, la concepción de un fin y una norma moral, supuesto que prevalece en ellos la corporación histórica o el Foro; se sienten cómodos en el mundo, con el que dialogan, reduciendo la fe y la moral a lo que convenga en cada situación y, sin embargo, están siempre dispuestos a un “ajuste de cuentas” con la jerarquía católica, renegando de la propia tradición de la Iglesia y de la civilización que ella creó, lamentándose de que Roma no responda a sus exigencias de autodeterminación, y pidiendo al verdugo perdón por la secular incomprensión de un pueblo que aspira a la paz.

El Foro De Curas de Bilbao desearía otra Iglesia, reducida al interior de las conciencias, donde la fe no posea ninguna pretensión pública de informar la vida de los pueblos. ¿No es esta idea la que canceló la armonía medieval entre la fe y la razón, entre la filosofía y la teología, sin posibilidad de impregnar de sagrado cualquier manifestación de la vida temporal, sin posibilidad ya de hacer permeable a Dios en la historia de los hombres? ¿Se proponen decirnos que no hay pecado en su transgresión contra la Iglesia, “porque sólo hay cuestión en los hambrientos”, supuesto que los pobres no podrán participar del despilfarro de millones de euros en la organización de la JMJ?

Cuando se produce la traición de los clérigos, la abdicación de la prudencia entre sus miembros, es decir, entre aquellos que deben custodiar la verdad y la unidad, ofreciendo un claro ejemplo de amor y comunión a la Iglesia, se corrompen a sí mismos en el incumplimiento de su cometido. Peor, el pueblo desconoce ya los límites del bien y del mal, de la verdad y del error, y sus vidas se precipitan en la incoherencia. Asistimos así a lo que Hans Blumenberg ha denominado como la parábola del “naufragio”, apoyándose en un texto de Lucrecio, que -presentando la escena del espectador que desde la orilla asiste a un naufragio- juega con la contraposición entre la tierra firme y el mar inconstante, expresando así la concepción clásica de la existencia, segura de un punto de apoyo desde el que poder mirar la vida y el mundo. Es esta certeza la que se pierde cuando los clérigos progresistas dimiten de su ministerio: “Vous êtes embarqué”, dirá Pascal. El náufrago es el mismo espectador. No se sabe dónde está el suelo, el punto de apoyo o la referencia.

Feas costumbres, declara el clero progresista, tiene la Iglesia. ¿Por qué no cambiarlas? ¿Por qué permitir que la Cruz salga a la calle y los cincuenta millones de euros dilapidados en la organización de eventos ultraconservadores no sean repartidos entre los pobres? ¿Quién puede tolerar semejante “constantinismo” y “triunfalismo”? ¿Por qué no deponer el dogma y la tradición y, en lugar de servir a la fe, nos servimos nosotros de ella, utilizándola en empresas políticas o nacionalistas, mundanas y profundamente irreligiosas, nombrando nuestros obispos y creando nuestro particular clero, diluyendo la religión en todo para que no sea finalmente nada?

Se vuelven imposibles en la Iglesia la fidelidad y el amor cuando no sabemos a quién hay que ser fieles, cuando falta un asiento religioso permanente y todo queda expuesto al relativismo y a la corrupción que de él brota. La rebelión de un sector del clero vasco radicalizado pretende impulsar un proceso imaginario, individualista, autónomo, igualitario. En el término de este proceso se encuentra el hombre que se sirve sólo a sí mismo, el momento de la idolatría, del culto al Hombre mismo, donde el progresismo católico nos quiere anegar, bajo pretextos de libertad y dignidad, porque “ya sólo hay cuestión en los hambrientos”.