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Diario YA


 

Modelo de incompetencia

El mal ejemplo de los gobernantes degrada el conjunto de la sociedad

Juan Manuel Alesson. Como premisa, podría colar –pese a la certeza de que, al final, cada uno tiene lo que se merece- el que la sociedad española se encuentre hoy en una situación lamentable porque quienes detentan el poder la han empujado a ello, sin que aquí se haya hecho nada, bueno o malo, para evitarlo. A nivel internacional, la falta de control sobre determinadas entidades bancarias e intermediarios financieros, y las decisiones equivocadas de los gobiernos, son responsables directos de la crisis. Es el precio de una especulación salvaje. Pero tan severa como la crisis financiera, e incluso aún más, es la crisis moral de una sociedad decadente, sin ilusiones ni perspectiva. Sin duda, es ésta última, la crisis de valores, la crisis de humanidad, la que ha degenerado en la crisis financiera.
Una de las consecuencias de esta crisis generalizada es que una mayoría de la sociedad ha descubierto hasta qué extremo estaban justificadas algunas de sus sospechas. Por ejemplo, y por decirlo de un modo suave, que las entidades bancarias no tienen corazón y, como resultado, cuando las cosas han venido mal dadas han optado por poner familias en la calle antes de implicarse seriamente en alcanzar una solución útil para todos. Es evidente porque se ve a diario. Los desahucios en España están generando un malestar que alimenta fantasmas sociales como el odio, la impotencia, la violencia o la rebeldía. A quien se le ha quitado lo que antes acaso no se le debió dar, no será fácil conformarlo. Y no son casos aislados. Además, se está advirtiendo ya que en 2012 el número de desahucios se incrementará notablemente, con toda la carga de desastre humano que esto conlleva.
No son números ni entes abstractos. Son seres humanos como los demás los que aparecen detrás de cada una de estas noticias. Son dramas y tragedias personales. Pero los bancos, hasta por comodidad –como ha sucedido en un caso en Estados Unidos-, parecen preferir el tener una vivienda cerrada y anunciarla con una foto en su folleto inmobiliario antes que seguir intentando que quienes hoy viven en ella puedan seguir haciéndolo mañana. ¿Demagogia? Cuando el banco echa a la calle a una familia, no resulta una de las partes beneficiada y la otra, perjudicada. Pierde toda la sociedad. Y si se piensa un poco, es mucho peor el remedio que la enfermedad.
¿Es que no se podía haber llegado a algún tipo de solución temporal, a algún acuerdo? ¿No se podía reducir, o incluso suspender temporalmente el pago de ciertas hipotecas, esperando a que mejorase la situación? Me resisto a creer que la única solución consista en echar a la gente de su casa. Sin embargo, parece que no pueda existir una solución alternativa, entre otros motivos porque una parte de los moradores de este antiguo reino de España son históricamente proclives a la inflexibilidad, los extremismos y a hacer el ridículo en todo cuanto la falta de sentido común, de imaginación y humanidad les permita. Primero, inundan a la gente con las dichosas hipotecas, y al día siguiente, si alguien no puede seguir pagando, entonces tenemos una tragedia terrible pese a que han sido ellos los responsables directos de semejante ridículo. Esto jamás pasaría en Gran Bretaña o en Alemania, nuestros socios comunitarios.
Es penoso comprobar cómo ante una misma situación económica complicada, dependiendo de la política que aplique cada entidad bancaria, se puede asistir a una solución completamente distinta del problema. Y en muchas ocasiones, opuesta. Incluso dentro de un mismo banco varia el resultado, en función del director de cada sucursal. También hay ejemplos diarios. ¿Puede parecerle esto serio a alguien?
¿Y los gobiernos? ¿Qué papel juegan aquí los buenos gobiernos democráticos? ¿Estos gobiernos que tanto se preocupan del bienestar mental y físico de sus ciudadanos –no bebas, no fumes, no corras, no gastes, no hables…- y tan solidarios ellos con el resto del mundo? Corre por ahí la pregunta de por qué le dan tanto dinero a los bancos mientras se olvidan de las familias y las empresas que lo necesitan con urgencia. ¿Y por qué, vía impuestos, se exige un dinero a los contribuyentes para entregárselo después a unos bancos que, lejos de comprometerse con esos mismos contribuyentes, cada vez que toca los ponen en la calle? ¿No es ahora cuando resulta más necesaria la solidaridad?
Todo esto recuerda demasiado los peores momentos –y los hay realmente muy malos- de la historia de España. ¿En un futuro, de qué modo se estudiará la relación que existe hoy entre el gobierno y los bancos? ¿Cómo enjuiciarán los libros de historia el hecho de que el poder político permitiera que se echara a familias enteras a la calle porque no podían hacer frente a una hipoteca que los mismos bancos habían concedido, en algunos casos, sólo unos meses antes? ¿En base a qué supuestos podían admitir todo esto los gobiernos en la época del tan cacareado ‘estado del bienestar’? Y sobre todo: ¿cómo acabó reaccionando la gente de la calle, el pueblo llano que apenas lograba soportar el peso de unos impuestos excesivos y arbitrarios? ¿Se dejó avasallar o hizo frente a la injusticia?
El mal ejemplo de los gobernantes degrada el conjunto de la sociedad. Las peores pesadillas de nuestro pasado han sido siempre éstas. Los mismos gobernantes irracionales, incompetentes y corruptos, y el ciudadano de a pie desentendiéndose y cayendo tan bajo como ellos. Y el hombre libre, el que no tiene más remedio que rebelarse ante la injusticia con entereza y valentía. Es el mismo país de héroes y de villanos. Otra vez, es España repitiendo el mismo modelo de incompetencia.