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El mito de la convivencia de las tres culturas

Rafael González. 14 de junio. Llevan muchos años creyéndose el mito de la idílica convivencia de las tres culturas en el Califato de Córdoba. Y han exportado la falsa creencia. Recuerdo que en los inicios de la Transición un político andaluz viajó a Teherán a rendirle pleitesía al Ayatolá Jomeini. Y le llevó de regalo, a un fanático que consideraba la música un pecado, unos discos, seguramente de cante “jondo”, como vestigio de la cultura andalusí. Sin saberlo, fue el precurso de eso que Zapatero llamaría decenios después la “Alianza de Civilizaciones”.

Han exportado, digo, tanto esa falsa creencia que hasta el presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, la ha hecho suya. En la Universidad de El Cairo pronunció un brillante discurso y, entre otras propuestas dignas de aplauso y respaldo, hizo protesta universal de su fe en la justicia, la tolerancia y la dignidad humana como principios comunes sobre los que sustentar un nuevo clima de relaciones entre Occidente (concretamente EE.UU.) y el Islam, a cuyo fin, las religiones monoteístas pueden y deben colaborar para eliminar prejuicios que contribuyan a la paz entre los pueblos.

No soy ningún experto en política internacional y, por tanto, no osaré cuestionar la importancia de la estrategia de Obama para hacer llegar al mundo musulmán su mensaje de apoyo al Estado palestino, su propósito de retirarse progresivamente de Afganistán, negar la nuclearización de Irán y combatir el extremismo. Nada que objetar. Pero lo que sí es objetable es que Obama, para conseguir la cooperación de los Gobiernos de Oriente Medio, sin cuya colaboración no será posible llevar a cabo su agenda, en vez de pedir a las élites intelectuales y autoridades religiosas tolerantes y proclives al diálogo, que expulsen de los gobiernos y centros de influencia a los extremistas islámicos, ha incurrido en esa mentira del mito del Al-Andalus, donde según el progresismo militante, era una modelo de tolerancia y cooperación la pacífica convivencia de cristianos, musulmanes y judíos.

Afortunadamente disponemos de historiados serios e imparciales que han indagado y desentrañado pacientemente la realidad de la España del siglo X, bajo la dominación en Córdoba, de los Omeya. No hay más que leer a ese gran historiador que fue Antonio Domínguez Ortiz, sevillano y granadino, y en especial su obra “España, tres mil años de historia” o acudir a la sapiencia de García de Cortaza, para que a uno se le aclaren un poco las ideas. Es lo que le aconsejo al lector.   

Una cosa es reconocer que a través de Al-Andalus llegó a Europa la sabiduría clásica y otra creerse que aquel mundo fuera un sueño de convivencia, digno de mostrarse como ejemplo. Al-Andalus era un mundo extremadamente violento y cruel. García de Cortaza dice que el Islam era y es una teocracia, a la que le resulta difícil aceptar la modernidad. “No ha tenido los procesos de secularización que ha tenido la teología cristiana con un Tomás de Aquino de intérprete de Aristóteles”, dice.

Los judíos y los cristianos en la Córdoba Omeya eran ciudadanos de segunda clase, frente a los de primera, los musulmanes, que gozaban de más derechos. Aquellos tenían que pagar más impuestos. En esa Córdoba que pintan de luces, la blasfemia contra el profeta se castigaba con la pena de muerte. Tras las discriminaciones de la Córdoba Omeya llegaron las persecuciones religiosas de almorávides y almohades. Averroes, sabio musulmán, y Maimónides, sabio judío, sufrieron el peligroso fanatismo de almohades.

Y en lo de hacer coincidir ese “esplendor” de tolerancia con la Inquisición, además de ser una incongruencia en sí misma lo es histórica, porque la Inquisición (que por cierto, no es una creación española) sino francesa, se funda en el siglo XIII.

Con todo, tenemos que estar agradecidos al presidente Obama. Gracias a su metedura de pata en la Universidad de el Cairo, algunos españoles han decidido echarle un repaso a nuestra historia. Algunos, no muchos; la mayoría seguirá atado masoquistamente a los prejuicios de nuestra leyenda negra. 

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