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Diario YA


 

El aguijón

El piloto Lobato

David Martín. 2 de mayo. La Sexta se hizo con los derechos de retransmisión del Campeonato del Mundo de Formula-1 y propició que Tele-5 se quedara en paños menores. No contentos con ello, los directivos de la cadena de las productoras ficharon a Antonio Lobato para que, al igual que había hecho en Tele-5, pusiera voz a las carreras. Un golpe de mano que despojó a la “pantalla amiga” de todo taparrabos y aún está buscando el modo de taparse las vergüenzas. La Formula-1 ha llegado a La Sexta y con Lobato, quien, con la ayuda de Fernando Alonso, ha convertido en espectáculo lo que hasta ahora era para muchos puro tedio. Hace años nadie sabía lo que era un monoplaza, pero hoy hablamos de difusores, neumáticos duros o blandos, incluso del conocidísimo kers, igual que el hombre del tiempo lo hace de anticiclones o borrascas.

El pasado domingo se celebró el Gran Premio de Barheim y allí, en pleno desierto catarí, estaban Lobato y su equipo, pasando calor, al pie del cañón, para contárnoslo. Como la práctica habitual de las cadenas es que cuando algo funciona se exprime hasta la saciedad, La Sexta no iba a ser menos y quiso sacar todo el jugo al limón. Hora y media antes de darse la salida, Nira Juanco, Jacobo Vega, Victor Seara y el propio Antonio Lobato, nos ofrecieron una sucesión de entrevistas, encuestas y reportajes sobre el mundo de las cuatro ruedas que, aunque tuvieron ritmo, se hicieron algo pesados. Y es que cuando se estira mucho el chicle al final se termina rompiendo por bueno que sea. También estaba Pedro Martínez de la Rosa, quien antes de situarse en la posición de comentaristas explicó a la audiencia, no sin tecnicismos, las claves de la carrera. No pasa nada. El espectador se ha convertido en un experto y ya no le asaltan las dudas cuando escucha que en el circuito del emirato árabe la alta temperatura facilita que no haya graning pero sí falta de adherencia en los neumáticos. Toma ya.

Se acercaba el inicio de la carrera y Lobato comenzó a imprimir mayor ritmo al largo previo. Las entrevistas, los reportajes, y las continuas alusiones al termómetro dejaron paso a los datos. Se repasó la parrilla de salida, se hizo la habitual entrevista a Alonso a pie de pista, y no faltaron las cuentas de la lechera con la gasolina que había cargado cada piloto. Fulano entrará a repostar en la vuelta trece y Mengano esperará al menos hasta la veinte. Es como hacer la Declaración de la Renta, pero sin volverse mico. Como hay que hacer caja, los cortes y microcortes publicitarios se sucedieron a ritmo vertiginoso. Había tiempo para todo porque Lobato no pisaba el freno. Antes de ponerse el semáforo en verde, su locuacidad parecía alcanzar los 300 kilómetros a la hora. El pausado compás del inicio era historia, y del sopor pasamos a rozar la taquicardia. El que pestañee, decían no hace mucho, se lo va a perder. No es que lo perdamos, es que con tanto frenesí ni llegamos a tenerlo.

Tras la vuelta de calentamiento llegaba el momento de la verdad. Cinco, cuatro, tres... La cuenta atrás parecía subir la adrenalina de Lobato por momentos. Fue aparecer el color verde en los semáforos de salida y oír sonidos onomatopéyicos procedentes de la boca del narrador. “Guau, guau, guau... Que locura de salida... Madre mía como ha empezado esto... Guau, guau, guau”. A los habituales del circo de la Formula-1, la salida les parecería una de tantas, pero Antonio Lobato, pese a su cabeza rapada, se estaba desmelenando. Primeras curvas de la carrera y ya hizo mención a sus redes de espionaje en los garajes de los equipos. Esas confidencias que sólo a Lobato le cuentan sobre los problemas que aparecen en los coches. El desenfreno de la narración fue moderándose a medida que avanzaba la carrera y las distancias entre los pilotos aumentaban, y es que no hay garganta que soporte semejante exaltación. No por ello, el periodista y sus colaboradores dejaron de dar emoción a la retransmisión. Antonio Lobato sigue mostrándose como el mejor para esta labor. Sabe manejar los tiempos y aplicar a cada uno de ellos el ritmo que requieren. En cada carrera salen veinte pilotos a pista, pero no todos logran superar la línea de meta;  en las cabinas de retransmisión hay otro que nunca se sale de la trazada y ese es el piloto Lobato. 

 

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