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Diario YA


 

Ni era la primera vez que una autoridad eclesiástica prefería servir a los hombres antes que a

El que nunca falla en su sentencia es el juicio de Dios

Javier Paredes. El protagonista del día es Jacques de Molay, el último gran maestre de la Orden del Temple, porque el 22 de marzo de 1312 el Papa Clemente V firmó el decreto Vox clamantis, que sirvió para que en la segunda sesión del Concilio de Vienne fuera disuelta la Orden del Temple.

 Sucedió que en 1305, Esquiu de Floyran y otro caballero templario elevaron a Jaime II de Aragón unas espantosas denuncias sobre la Orden. Al no ser atendidos, acudieron con las mismas calumnias al rey de Francia Felipe IV, que por el interés que tenía contra la Orden del Temple, hizo apresar a Jacques de Molay y a todos los caballeros templarios de Francia el 13 de octubre de 1307. Sometidos a tortura confesaron cuantos crímenes les indicaron los verdugos: hechicería, homosexualidad, injurias al crucifijo y sacrilegio. El Papa Clemente V trató en un  principio de detener la iniquidad, pero la voluntad del rey de Francia se impuso sobre un Papa como Clemente V, indeciso y débil, que desde hacía tiempo había caído bajo la influencia de Felipe IV.

 Ni era la primera vez que una autoridad eclesiástica prefería servir a los hombres antes que a Dios, ni tampoco, desgraciadamente iba ser la última. Cuando así actúan obispos y cardenales, marginando y persiguiendo a los hijos más fieles de la Iglesia, para apoyar y encumbrar a los cristianos hipócritas y fariseos, empeñados en poner a la Iglesia al servicio del poder político, es porque cuentan siempre con la complicidad de un sistema político pagano y con el silencio de los mártires de la coherencia. El juicio de la Historia suele aclarar las cosas, pero desde luego el que nunca falla en su sentencia es el juicio de Dios. Y por eso hoy como ayer, es preferible ser víctima de la coalición clerical-política de la derecha  pagana española, esperar y sufrir en silencio, aunque se sepa con pruebas fehacientes quienes son los auténticos lobos con piel de corderos, porque de lo que no son conscientes los triunfadores mundanos es de que al final siempre gana Dios, y esa victoria es para siempre, para siempre, para siempre…
 

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