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El sayo

David Martín. 13 de junio. Durante esta semana hemos pasado la fecha del 40 de mayo o lo que es lo mismo del 9 de junio. Según el refranero popular ya nos podemos quitar tranquilamente el sayo sin temor a coger un pasmo. Llega el tiempo de la sombrilla, la piscina, la playa o la montaña, y el del aire acondicionado a pleno rendimiento y todo ello, en lo que al mundo televisivo se refiere, es sinónimo de rebajas. El momento en el que los grandes presentadores abandonan el barco y ceden sus puestos a quienes durante el resto del año, en muchos casos, han hecho el trabajo sucio; el turno de decir adiós a los espacios consagrados por la audiencia y dar el testigo a otros, cuyo único objetivo es intentar motivar a una audiencia sudorosa para lograr la ansiada ampliación de contrato y continuar en la programación de la próxima temporada. En resumen, la época del tostón audiovisual en la que las cadenas televisivas se quitan el sayo y se quedan en top less programático.

Es lógico que los jerarcas televisivos, conocedores de que en el periodo estival el público prefiere estar antes en el chiriguito que viendo la televisión, ahorren y no malgasten sus grandes producciones en una etapa en la que saben que no se van a conseguir audiencias llamativas y por tanto no se va a rentabilizar el producto. Conforme, pero emitir programas menos costosos no tiene que significar renunciar a la calidad, como estamos acostumbrados a ver en los últimos años. En verano las cadenas parecen descuidar el producto porque si no resulta, el fracaso pasa casi inadvertido y pensaran que no merece la pena el esfuerzo. Craso error. En ocasiones se lograrían mejores beneficios si se pensara más en el espectador que en el bolsillo, y no siempre se trataran como despojos a los programas estivales. En verano también se ve la televisión y, si las cadenas pusieran el mismo interés que en el invierno, tendríamos la ilusión de poder ver algún verano programas mucho mejores que los que llegan en la temporada alta.

Aún no ha llegado la época de saldo televisivo, pero a buen seguro que no falta mucho para no librarnos de poder ver programas musicales hechos con las sobras de los que se emitieron en anteriores fechas, de concursos banales en los que ganar mil euros sólo requiere hacer el payaso durante un tiempo, y de esos espacios que costaron lo que no está escrito y en su estreno resultaron ser un fiasco. Tampoco faltarán esos programas que llegan verano tras verano porque a pesar del tiempo transcurrido aún mantienen un mínimo del apoyo masivo con el que contaron en sus inicios, y hay que mantenerlos porque a nadie se le ha ocurrido nada mejor. Sin ir más lejos, el “Gran Prix del verano” ya está en talleres para ser emitido por algunos canales autonómicos. Más que despojarse del sayo esto es nudismo imaginativo. ¿Es posible que nadie haya tenido ideas que superen la simpleza del “Gran Prix”? Que tras quince años sigan intentando conmovernos con el concurso de la vaquilla, más que pena es ridículo.

Julio está a la vuelta de la esquina, luego pasará agosto y así llegaremos a mediados de septiembre, momento en el que volveremos a ponernos el sayo y la maquinaria pesada de los canales televisivos se pondrá en marcha. La programación vestirá, de nuevo, sus mejores trajes aunque luego resulten ser vulgares harapos. Y todo porque el menor tiempo de luz solar y la meteorología propios de la época otoñal inducen a un mayor consumo televisivo y las cadenas querrán conseguir la mejor tajada. Hasta entonces, a buen seguro, sólo podremos ver meros pasatiempos sin ninguna enjundia y gracias, porque si por algún canal fuese seguro que colgaba el cartel de cerrado por vacaciones, pero en la televisión semejante acción no tiene cabida. De momento les vale con quitarse el sayo.

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