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Diario YA


 

Son imágenes duras, violentas

El silencio de la imágenes (II)

Juan Manuel Alesson. Mientras escribo este artículo en la cafetería del nuevo y espectacular edificio de la bolsa, ‘The Cube’, en Eschborn, Frankfurt, en el hall, sobre un panel inmenso tres pantallas gigantes de televisión –con el volumen de sonido a cero- muestran imágenes de lo que se ha dado en denominar este mundo, o esta época, o el presente, o la realidad –o cuantos sinónimos más se quiera añadir-. Silenciosamente, sin interrupción, de la mañana a la noche, en los informativos de Blomberg, de n-tv y de la CNN, se suceden las imágenes con un ritmo de vértigo.
Son imágenes duras, violentas. En su mayoría -cuando no se muestran gráficos, cotizaciones de valores o cualquier otro índice o indicador bursátil- son imágenes de guerras y revueltas armadas, de desolación y muerte. Carros de combate destruidos, abandonados en las dunas del desierto; caza bombarderos despegando de la cubierta de un portaviones al amanecer; montones de cadáveres apilados en un camión; líderes arengando a unos seguidores que gritan consignas enfebrecidos; centrales nucleares ardiendo en medio de la noche; desastres ferroviarios; ciudades arrasadas por las aguas; rostros de niños desnutridos hasta el extremo de tocar la muerte. Es como si te dijeran: ‘mira esto, y no pienses. No sientas’. Como si interesara que te tuvieras que acostumbrar a algo. Pero no se nace, nadie nace para esto.
Mostrar un espectáculo dantesco en televisión significa implicar a los espectadores en el horror. Quizá por ello, quienes presentan estos informativos suelen ser mujeres. Nunca son muy jóvenes. Son muy buenas, excelentes profesionales. Después, no hay más filtros. Cuando ellas desaparecen de la pantalla, lo que te enseñan las imágenes es buena parte de todo lo que se conoce como real: un mundo donde cada vez cuesta más cualquier cosa, por pequeña que sea. Hasta el simple hecho de respirar, adoptando una frase hecha.
A través de la cristalera se ve el hall, que poco a poco ha ido llenándose de gente. Muy pocos de los que están ahí miran las pantallas. Parece que les fuera del todo ajeno el espectáculo que muestran. Un espectáculo extraño a su sensibilidad, a su realidad inmediata. Aunque en absoluto lo sea a su vida. Pero esas pantallas no existen para ellos. No representan nada. Son nada. Piensas que la distancia que separa este tiempo -que ahora te toca vivir- de otro donde, pese a los inconvenientes propios de su época, acaso no te hubiera disgustado nacer, es, sencillamente, sideral. Nada tienes que ver con todo esto. No es tu mundo. Aunque te haya afectado siempre tanto.
Es obvio que el hombre de hoy carece de un mundo y una forma de vida que pueda asumir. Si los problemas materiales son graves, los emocionales aún lo son más. No le es ajeno el hecho de que occidente, al dar la espalda a la religión se la ha dado igualmente a la historia de su cultura. Los efectos negativos que produce el desarraigo son evidentes. Y a medida que pasa el tiempo, aún se perciben más. Los hombres se han ido alejando gradualmente de su camino –piensas, mientras vuelves a enfrentarte a esas pantallas de televisión-. Todo esto no sólo es consecuencia de los intereses de ciertos individuos o grupos, con tanto poder como pocos escrúpulos. La violencia es el resultado de una determinada forma de concebir la existencia, mantenida en el tiempo. El resultado de la degeneración de una determinada idea de cómo debería ser la vida.
En último extremo, estas imágenes son, por enésima vez, el hombre enfrentado al hombre. El hombre, utilizado y dominado por el hombre. Envilecido por otro hombre y ya acostumbrado a contemplarse a sí mismo así, cuando, finalmente, está domesticado y es dócil.
Pero, cambiará. Debería cambiar. No puede seguir, siempre. Además, tienes la otra cara de la moneda. Pese a todo, la vida también es maravillosa. Entonces caes en la cuenta de que has pasado buena parte de la tuya pensando y repitiendo eso mismo. Y te consuelas imaginando que para quienes gobiernen en un futuro el planeta, acaso éste haya sido destruido hasta ese día tantas veces y tanto, que no tenga sentido ya seguir haciéndolo, y que, cuando las circunstancias de la existencia lleguen a ser tan distintas que hagan improductiva e inútil la guerra… ¿Has dicho ‘que hagan improductiva e inútil la guerra…’?