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Diario YA


 

Firmas

EL triunfo de los fracasados y el fracaso de los triunfadores

P. Luis Joaquín Gómez Jaubert. Las valoraciones que se realizan en una sociedad pobre de principios, sin alma, son expresiones de una decadencia progresiva. Los últimos acontecimientos nos muestran a miles de personas hundidas por la muerte de un ídolo de la canción, y algunas menos, pero muchas en todo caso, contemplando con desilusión a otro ídolo, esta vez de las finanzas, caminando hacia la cárcel. Dos escenas que se repiten, constantemente, en la historia de muchos personajes que no aprenden nada de las experiencias del pasado de otros y algunas del propio. Y lo peor es que, los que no se suicidan física o espiritualmente, siguen esperando con cierta fruición la aparición de nuevos “mitos” que, triunfadores en lo exterior, se constituyan en nuevos centros de atención idolátrica. Hay como una enfermiza necesidad de su existencia.

Sin embargo, está claro que todo este fenómeno no deja de ser el reflejo del gran fracaso de una forma de entender la vida, con un culto desmedido al éxito o al reconocimiento social y un nulo espíritu crítico en aquello que, en mayor medida, deberíamos valorar. La admiración por un artista o un deportista o cualquier profesional, con  gran proyección pública en el desarrollo de su labor, no debería suponer la idealización de su persona. Pero la verdad es que la imagen que hacemos de ella borra o minusvalora la realidad.

Las ansias de ser famosos y aplaudidos son fomentadas desde nuestra niñez, como se puede comprobar en tantos programas de los medios de comunicación. Frente a esta tendencia social de todo tiempo, se alza la concepción cristiana de la finalidad de nuestro actuar, poseamos fama o no, y que el propio Jesús pedía a cada uno de sus seguidores, muy saludable para nuestro espíritu: “cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10) o aquella otra recomendación, también muy eficaz para no ensuciar el sentido de nuestras acciones: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los Cielos"(Mt 6, 1). Está claro, que existen profesiones que llevan aparejado un gran eco social en su desarrollo, pero lo dicho por Cristo ayuda muchísimo para mantener el equilibrio en sus facetas espirituales, morales y psicológicas, evitando finales tristes para nuestro interior sin entrar a considerar sus consecuencias exteriores.

 

El éxito en el mundo no lleva aparejado el triunfo en nuestro interior que es, en definitiva, donde se encuentra el verdadero camino de una buscada felicidad. Como el fracaso ante el mundo, en muchas ocasiones, se convierte en un verdadero triunfo ante Aquél para el cual no hay héroes anónimos. Jesús, ante el mundo fracasó al ser crucificado como un criminal, pero su obediencia hasta la muerte, derramando su sangre por nosotros, nos llevó al triunfo de la redención. Nuestro esfuerzo, en esta vida, sólo debe buscar un reconocimiento y este, como la autoridad, debe venir de lo Alto.