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Diario YA


 

El Muro sirvió para prevenir la emigración masiva desde Alemania del Este y los países del Telón de Acero

En el Cincuentenario del Muro de Berlín

Pedro Sáez Martínez de Ubago. Este sábado se han cumplido los 50 años del Muro de Berlín que, desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989, separó a la República Federal Alemana de la República Democrática Alemana. Oficialmente, fue erigido para proteger a la población de elementos que conspiraban para prevenir "la voluntad popular" de construir un estado socialista en Alemania del Este. Prácticamente, el muro sirvió para prevenir la emigración masiva que marcó a Alemania del Este y a los países del Telón de Acero tras la II Guerra Mundial.

Según la frialdad de las cifras, el muro se extendía a lo largo de 45 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 kilómetros que separaban a la parte occidental de la ciudad del territorio de la RDA. Fue uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría y de la separación de Alemania. Según el Ministerio de Seguridad Nacional, en la primavera de 1989 el muro estaba formado por: 41,91 km de muro de una altura de 3,60 m; 58,95 km de muro prefabricado de una altura de 3,40 m; 68,42 km de alambre de espino con una altura de 2,90 m; 161 km de calles iluminadas; 113,85 km de vallas; 186 torres de vigilancia; y 31 puestos de control.

Las tropas fronterizas de Alemania del Este tenían órdenes de impedir por todos los medios la evasión de cualquiera que intentara cruzar el muro, incluido el uso de armas de fuego, aún a costa de la vida de los fugitivos. Órdenes que se cumplieron en incontables ocasiones, pues, según la Fiscalía de Berlín el saldo total de víctimas probado es de 270 personas, incluyendo 33 que fallecieron como consecuencia de las minas.

Aunque no deja de ser curioso que tal cincuentenario coincida con la limitación a los ciudadanos rumanos de entrar en España o con un desmesurado auge de las bandas de delincuentes del este de Europa, sería bueno reflexionar sobre otros muros que separan actualmente a los seres humanos. Por ejemplo la hambruna de Somalia y el Cuerno de África, donde hoy más de 500.000 niños están en peligro de morir de hambre.

Los EEUU tienen su particular “muro de Berlín” en el Río Grande (Río Bravo para los Mejicanos); Europa lo tiene en el Mediterráneo, donde cada año naufragan incontables pateras y, como se ha apuntado, algo queda aún del caído telón de acero. En Asia las fronteras de la República Popular China son otro amenazante muro de contención. En África y Oriente Medio los muros los ponen el petróleo, con la injusticia y la desigualdad extrema entre ricos y pobres, y el integrismo islámico… Sería muy largo detallar todos y cada uno de los elementos que integran estos muros como se ha hecho con los del Muro de Berlín.

 Y en España, además de estos muros que, como señaló Juan Pablo II, dan origen a un “cuarto mundo”, no somos tampoco inmunes a nuestros propios muros internos, levantados por la envidia, el recelo o la ignorancia, como los cimentados en una lengua o RHs sanguíneos, o en bastardos intereses económicos o históricos de reinos que nunca lo fueron; otros se levantan sobre heridas ya cicatrizadas en virtud de pretendidas justicias y memorias históricas; o sobre espurias interpretaciones de la libertad, sea de ideología, de reunión,  sexual, religiosa, de cátedra …

Muy pronto tendrán lugar en nuestra nación unas elecciones generales y sería deseable que, quienes salgan de ellas busquen una regeneración de la España actual, en claro proceso de desintegración, donde la gangrena de la política con minúsculas (como dijo alguien, esa palabra tan odiosa que a la madre la convierte en suegra) ya hace que por todas partes huela a podredumbre y corrupción. Ante este panorama, recordemos la respuesta de Jesús a los fariseos (Mat. XII, 25) cuando le acusaron de haber realizado el exorcismo o sanación en nombre de Belcebú: "Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá".