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se ha puesto de moda entre los más fieles seguidores del buenísmo institucionalizado

Fobistas y fobiados

Santiago García Casado. Abogado y Politólogo. De un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda entre los más fieles seguidores del buenísmo institucionalizado, etiquetar con algún “atributo pestilente” a todo contrincante político, activista o ciudadano disconforme con el argumentario oficialista impuesto desde los atriles del Sistema.

Este nuevo mecanismo de etiquetación del adversario político, del crítico o del ciudadano ha requerido de una nueva semántica que introdujese la acuñación de nuevos conceptos perversos cuyo empleo permita desacreditar cualquier opinión, manifestación de libertad ideológica e incluso la difusión de una simple noticia, reduciendo este principio fundamental de cualquier democracia cual es la Libertad ideológica, la Libertad de expresión y de manifestación política a un acomplejamiento por parte de quien sufre la etiquetación.

Como consecuencia de esta nueva etiquetación, el etiquetador pretende rebajar la autoestima de aquel al que considera adversario político, velipendiando su discurso, reduciéndolo al absurdo, cuando no criminalizándolo y relegándolo al más absoluto ostracismo social y político.

En este contexto, los sabedores del funcionamiento de este mecanismo de juego sucio, envenenan el debate político llenándolo de prejuicios, cuya única pretensión es desviar la atención del auditorio, los lectores y del público en general.

La última moda, en esto del debate político, es la impuesta por los “fobistas”. Los fobistas utilizan este mecanismo perverso del fobismo para etiquetar a cualquiera que disienta de su punto de vista. De este modo el fobista acusa de xenófobo, islamófobo, catalanófobo, eurófobo, etc… a todo aquel que discrepe del ideario o de los intereses personales del fobista. El fobismo es empleado en mayor medida cuanto menor capacidad intelectual disponga el fobista. Así, cuando una persona carente de argumentos intelectuales se halla frente al fobiado, recurre con urgencia a habilitar un “-fobo” que etiquete al fobiado con algún calificativo denigrante.

La razón de la fácil recurrencia a los “fobos”, viene fundada por la connotación negativa que tiene en nuestra civilización cristiana el odiar algo o a alguien. Nuestra cultura considera a los que rechazan (odian) a algo como si fueran enfermos o inadaptados (claustrofóbico,  aradnofobico, agorafóbico, hidrofóbico, etc…).

En este contexto, llevo observando en todos los debates políticos y en casi todos los medios de comunicación, como se recurre cansinamente al empleo de esta técnica fácil y burda de descalificar al adversario, sin entrar a debatir ni a afrontar intelectualmente las posiciones del fobiado. Se procede al descrédito del disidente político, obligando a éste a utilizar sus recursos no para reforzar su discurso si no a dedicarle esfuerzos a negar tales acusaciones y a defender su autoestima. Mientras tanto el fobista se dedicará a colocar nuevas etiquetas que fortalezcan su escasa profundidad discursiva.

Esta mezquina técnica del fobismo es tan fácil de implementar como resultona en el corto plazo. Frente a ello es difícil combatir. Sin embargo, dado que llevo tiempo estudiando estas técnicas de propaganda negativa en la comunicación política, he llegado a la conclusión, de que es un arma boomerang para quien la emplea si el “fobiado” dispone del mismo tiempo y medio para defenderse –aspecto éste que no siempre es posible-, dado que la propia introducción del “vocablo perverso” abre la posibilidad de aperturar el debate sobre cuestiones que nunca quiere –el fobista- afrontar en profundidad, de cara ni de forma objetiva.

Advertido está el lector. Ármese con la mejor réplica discursiva y no permita que el fobista se salga con la suya. A fin de cuentas y como no podía ser de otra manera, en esta país es muy habitual oír aquello de: “Yo no soy “….fobo” pero estoy harto de ….”

Santiago García Casado. Abogado y Politólogo.
@SantiagoGCasado

 

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