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Diario YA


 

Algunos moralistas afirman que podría darse su licitud al reunirse ciertos condicionamientos

Huelgas de hambre como remedio de reivindicación

P. Luis Joaquín Gómez Jaubert. No son pocas las huelgas de hambre que se producen a lo largo de un año. Sin embargo, casi ninguna alcanza la notoriedad o difusión que la que acaba de finalizar, felizmente con vida, la saharaui Aminetu Haidar. Fue muy reconocido el uso táctico de la llevada a cabo por Gandhi, que él solía llamar ayuno, consiguiendo sus objetivos sin derramamiento de sangre. También tuvieron su importancia las de los presos irlandeses que luchaban por su independencia: durante el siglo XX, catorce republicanos perdieron la vida con esta práctica desde 1917 hasta 1976, entre ellos el alcalde de Cork, MacSwiney, que murió en prisión tras 74 días de huelga de hambre en 1920, en plena guerra de la independencia. Sin embargo, sería la colectiva de 1981 la que tendría una gran repercusión mediática y social: Sands y otros nueve presos políticos republicanos morirían en esta ocasión. Según algunos expertos en el tema, ese hecho iba a ir sustituyendo la lucha armada por la acción política lo que explicaría los cambios que ha experimentado el movimiento republicano Sinn Féin.   Ciertamente, fueron asumidas con todas las consecuencias lo que descalifica las "huelgas de hambre" de los terroristas que, en España, se compatibilizan con el jamón y son sólo un acto propagandístico del terror.

Es, por tanto, un recurso que se ha generalizado como remedio para reivindicar unos supuestos derechos y, al mismo tiempo, llamar la atención de la opinión pública sobre el problema en cuestión, para que la sociedad se solidarice con la postura del huelguista. La distinguimos de la huelga o ayuno que se pretende suspender cuando se acerca el peligro real de muerte. Estamos, por ello, ante una privación absoluta o abstinencia total de alimentación, por la que opta voluntariamente una persona hasta llegar a la muerte si no consigue lo que demanda, con el fin de ejercer presión sobre aquellos que considera causantes  de la injusticia denunciada y reivindicar unas determinadas posiciones. Nos preguntamos ¿desde el punto de vista moral se puede considerar lícita o legítima?  ¿Hay algún motivo que merezca la pena sacrificar la vida, bien supremo, por este medio?

Algunos moralistas afirman que podría darse su licitud al reunirse ciertos condicionamientos: si antes de llegar a ella se han agotado todos los recursos o medios posibles para solucionar el problema y, sólo, si la causa es justa o la idea que se reivindica es digna y más importante que la propia vida humana porque trasciende hacia un bien general. Además el huelguista no decide su muerte en ese momento, sino que las autoridades disponen de tiempo para deliberar sobre la justicia de lo demandado. Otros sostienen que se trata de un suicidio directo,  que se encuadra dentro de lo denominado por Santo Tomás “voluntario en sí mismo”, es decir querido en sí mismo, siempre ilícito.  El catecismo católico, específicamente no contempla el caso cuando analiza el quinto mandamiento “no matarás”. Ciertamente, frente al suicida que se quita la vida en un instante, el huelguista de hambre desea vivir y, de hecho, solucionada o iniciada la solución de su reivindicación abandona la huelga. No obstante, no creo convincente que no existan otros medios de protesta, incluido el ayuno prolongado, que no consideren entre sus posibles fines la muerte.

Quede claro que nada de lo arriba escrito resta ni valentía a la activista Haidar ni justicia a sus reivindicaciones sobre su situación personal y sobre la del Sahara que Marruecos ocupa ilegítimamente, privando del derecho a los saharauis, antiguos connacionales nuestros, que aman la lengua española, a decidir sobre su independencia.