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estadísticas recopiladas en los últimos 20 años revelan un paralelismo

INFORME: A más uso de fármacos anticonceptivos, aumentan las infecciones por VIH-1 en las mujeres

Jennifer Kimball y Steven W. Mosher. Treinta años después que el Centro para el Control de las Enfermedades (Center for Disease Control [CDC]) informara el primer caso en Estados Unidos del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), la enfermedad sigue estirando su manto de muerte en todo el mundo. Esto ocurre a pesar de los miles de millones de dólares que se han invertido en el desarrollo de vacunas, de lo que se ha gastado en terapias antirretrovirales y de lo difundido en la distribución de preservativos y programas de educación sexual.

Pero hay una tendencia extraña e inquietante, ahora evidente en los nuevos casos de VIH/SIDA que se informan, y se refiere a las mujeres en edad reproductiva. Según el informe más reciente del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA, publicado en el 2009, cerca del 50% de todas las infecciones recientemente adquiridas en todo el mundo del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH-1) se presentan ahora en mujeres en edad reproductiva. Sólo una década antes, en 1998, sólo aproximadamente el 36% de los casos denunciados se referían a las mujeres de todas las edades. ¿Por qué este enorme aumento? ¿Por qué, cuando el tratamiento para el VIH se ha vuelto más accesible y el total de muertos ha ido disminuyendo poco a poco, más y más mujeres son las que están infectadas? ¿Y por qué el aumento está concentrado en las mujeres en edad fértil? El coito heterosexual es el punto de transmisión para la mayoría de estas mujeres recientemente infectadas.

No hay sorpresas aquí. Pero el sexo no es sólo sexo en estos días. En gran medida financiados, los programas de control de la población han impulsado, e incluso impuesto, potentes fármacos anticonceptivos basados en esteroides en decenas de millones de mujeres del Tercer Mundo. Lo que ellos pregonan como “un mayor acceso mundial a los métodos de planificación familiar”, de hecho ha dado mayor acceso del virus VIH a los cuerpos de las mujeres, al alterar las inmunidades locales y sistémicas de las mujeres, las respuestas cérvico-vaginales y de protección de la flora vaginal, todo ello en direcciones que hacen más probable la infección.

Las estadísticas recopiladas en los últimos 20 años revelan un paralelo entre el aumento del consumo de fármacos anticonceptivos y el aumento de las infecciones por VIH-1 en las mujeres. Varios estudios epidemiológicos en el mismo período también parecen demostrar una relación. Estos estudios fueron realizados con distintos grupos de mujeres, desde madres casadas, adolescentes solteras y “trabajadoras sexuales”, y se llevaron a cabo, en su mayor parte, entre las poblaciones de usuarios de clínicas africanas de planificación familiar. Pareció evidente un vínculo entre el uso de fármacos anticonceptivos y el contagio y progresión de la enfermedad VIH-1, aunque la mayoría de los estudios -por la razón que sea- no pudo llegar a conclusiones consistentes o fuertes respecto a este vínculo. Y nada sugirió como resultado que los programas de planificación familiar debieran ser modificados o reducidos.

Un meta-análisis de 28 estudios en 1999 sugirió una asociación positiva entre los anticonceptivos orales y la incidencia del VIH-1. Pero un estudio posterior, llevado a cabo en el 2006, afirmó que no había riesgo general de contraer el VIH-1 como consecuencia del uso de dichos fármacos. Estos resultados tan dispares permiten a los promotores de los programas de control de la población seguir confiando en tales fármacos anticonceptivos, afirmando que “no está resuelto científicamente”. Muchas de las organizaciones que participan en estos programas son, por razones obvias, reacias a ofrecer claridad a las mujeres sobre la correlación entre el uso de anticonceptivos y la prevalencia de la enfermedad VIH- en las mujeres. De hecho, varios estudios parecen casi diseñados para ocultar deliberadamente este hecho. Evidencia adicional de esa relación proviene de otros estudios que demuestran en forma concluyente que el uso de anticonceptivos hormonales está asociado positivamente con un aumento del riesgo de otras infecciones de transmisión sexual (ITS), como la clamidia.

¿Entonces por qué los estudios que se ocupan de la transmisión del VIH-1 son poco concluyentes? Las razones incluyen control deficiente de variables como la edad y las variantes sexuales del estilo de vida, la evaluación infrecuente, la falta de seguimiento y una amplia variedad de métodos de distribución de anticonceptivos. Los intentos de entregar datos comparativos son difíciles, y algunas de las compilaciones estadísticas y algunos de los esfuerzos meta-analíticos parecían diseñados para servir a la política de población. También hay otras lagunas. Pocos estudios consideran los diferentes efectos de los estrógenos y la progesterona -y sus contrapartidas basadas en esteroides sintéticos- en la estructura e inmunidad de la vagina y del cuello uterino. Los estudios que se han hecho en forma amplia comparan el uso de “anticonceptivos hormonales” con la adquisición y progresión del VIH-1 a través de una amplia gama de prestaciones -oral, inyectable, intra-uterina, etc.- que están agrupadas bajo un título genérico de “anticonceptivos hormonales”.

La fusión más común de este tipo, los anticonceptivos orales combinados, consiste en dos agentes hormonales (compuestos similares al estrógeno) y esteroidales (progesterona) que trabajan juntos para prevenir la ovulación, consumido diariamente como “la píldora”. Otras formas de distribución de anticonceptivos incluye sólo el progestágeno, como los inyectables de alta dosis de Depo-Provera (DMPA) y Noristerat, píldoras en dosis moderadas, implantes subcutáneos de dosis bajas y dispositivos intrauterinos insertados (los DIUs). Estas formas de esteroides para prevenir los embarazos afectan el sistema reproductivo femenino en forma algo diferente a sus contrapartes similares al estrógeno. En los regímenes de distribución de dosis baja, las progestinas causan un engrosamiento del mucus cervical que inhibe la viabilidad y penetración de los espermatozoides. En entregas de dosis altas, también ocurren cambios cérvico-vaginales: el desarrollo folicular se detiene junto con la ovulación y el endometrio se adelgaza. Los efectos de los anticonceptivos basados sólo en el progestágeno son claros: influyen muy fuerte sobre la estructura cérvico-vaginal de las mujeres estructura y la flora protectiva, por lo tanto reducen la capacidad de una mujer para evitar infecciones.

Ya en 1991 se descubrió que los cambios anormales en la condición del cuello uterino estaban fuertemente asociados a una mayor susceptibilidad al contagio de VIH/SIDA. La cadena de razonamiento es sencilla: las mujeres que toman anticonceptivos hormonales y esteroidales insertados en un fármaco tienen un mayor riesgo de contagiarse con enfermedades de transmisión sexual. El VIH/SIDA es una enfermedad de transmisión sexual. Por lo tanto, las mujeres que toman potentes fármacos a base de esteroides, llamados “anticonceptivos hormonales”, corren un mayor riesgo de contraer el virus del VIH. Es hora que los investigadores y los responsables políticos afronten en forma responsable estos hechos, para beneficio de las mujeres. Jennifer Kimball, Be.L., es la Directora Ejecutivo de la Culture of Life Foundation [Fundación Cultura de la Vida].
Steven W. Mosher es el Presidente del Population Research Institute y el autor de “Population Control: Real Costs and Illusory Benefits” [Control de la población: costos reales y beneficios ilusoriosVersión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/aids-and-population-control-increasing-womens-riskTraducción por José Arturo Quarracinolation Research Institute y el autor de “Population Control: Real Costs and Illusory Benefits” [Control de la población: costos reales y beneficios ilusoriosVersión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/aids-and-population-control-increasing-womens-riskTraducción por José Arturo Quarracino