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Diario YA


 

INVICTUS

Victor Alvarado

Morgan Freeman tiene muchas posibilidades de llevarse un Óscar en una producción injustamente infravalorada por la academia de Hollywood.
 
Los que desconozcan la historia de Sudáfrica, puede que tengan dificultades para entender el significado de esta obra cinematográfica del norteamericano Clint Eastwood.
 
El apartheid fue una medida política que separaba a los negros de los blancos de ese país. Por tanto, se trataba de un tipo de gobierno racista que elaboraba leyes como estas dos que pueden servirnos de ejemplo:
 
1)      Es ilegal para una persona blanca y una persona no blanca sentarse juntos en un salón de té, a menos que se haya obtenido un permiso especial
2)      Excepto si se ha obtenido un permiso especial, un profesor africano comete un delito criminal si acude a dar una conferencia por invitación de un club blanco.
 
Una vez aclarado ese punto, la historia en cuestión es bastante sencilla, pues nos desgrana la estrategia política utilizada por Nelson Mandela antes y durante el desarrollo del campeonato de rugby, que se celebró en el citado país africano.
 
La idea del largometraje, que se basa en la novela de John Carlin, llamada  El factor humano, partió del actor Morgan Freeman, que  presenta un sorprendente parecido con el líder político. Su interpretación resulta espléndida, aunque la de Matt Damon tampoco se queda corta y su interpretación se encuentra repleta de matices, pero sin estridencias.
 
De todas formar, los aspectos más llamativos de la cinta se encuentran en los valores que se desprenden del visionado de esta notable obra del celuloide como la capacidad de perdón de un preso político que más tiempo ha estado privado de libertad y que, como demuestran sus escritos, no perdió la fe. Una idea que da pie para recordar la conversión espiritual de Clint Eastwood, que intuimos por el grado de optimismo y esperanza de sus anteriores producciones   [Gran Torino (2009) y El intercambio (2008)] lo que se confirma con el guiño a la misionera Helen Lieberman en una de las escenas.
 
También, el cineasta destaca el valor de un hombre como el capitán Francois Pienaar, que quiere ser un ejemplo para la sociedad y para su equipo.
 
Además, el largometraje destaca el patriotismo en el sentido más democrático y más positivo del término porque fue utilizado para unir a una nación partida en dos. Un elemento del que debían de tomar buena nota alguno de nuestros políticos. Nelson Mandela (“El futuro no se construye sin la persistencia del clamor por la justicia, pero tampoco con el rencor”) fue un político bondadoso y generoso, que con astucia, supo sacrificar su ideología para buscar el bien común y gobernar a los 43 millones de habitantes que vivían en Sudáfrica. Por tanto, es un hombre que no le gustaba delegar en otros, considerando que las decisiones importantes deben correr a cargo del líder, que no debe tener miedo a las encuestas, sino que tiene que ser valiente a la hora de decidir aún corriendo el riesgo de perder las siguientes elecciones. No obstante, nos presentan a un político demasiado idealizado, esperemos que estén en los cierto.
 
En contraposición con lo positivo habría que decir que las escenas deportivas no están rodadas con elegancia, no permitiéndonos disfrutar de la belleza de uno de los deportes más bonitos que existen. Se suele decir y coincido plenamente que el rugby es un deporte de bestias, jugado por caballeros, a diferencia del fútbol que es un deporte de caballeros, jugado por bestias. La clave para que hubiesen funcionado esas escenas habría sido el uso de planos más largos.