Principal

Diario YA


 

Protagonista del día

Juan Pablo II

En el próximo mes de abril se van a cumplir los treinta años de la aprobación de ley del divorcio en España, promovida por un gobierno de la UCD, porque en 1981 todavía no habían llegado al poder los socialistas. No, en esta ocasión no fueron ni los rojos, ni los masones, ni Zapatero… Entre los más decididos partidarios de la ley del divorcio había democratacristianos, cuyos nombres es preferible ni recordar.

El 28 de diciembre del año pasado, en una ciudad española un joven de diecisiete años se roció con gasolina y se suicidó, porque no pudo soportar el divorcio de sus padres. Este hecho resume el inmenso dolor de tantos niños y también el de los propios divorciados; dolor del que no se habla, no vaya a ser que nos demos cuenta de que la ley del divorcio es la causa de un inmenso sufrimiento moral para millones de españoles. Y, desgraciadamente, el mal menor ha sellado los labios hasta de los que tienen la obligación y el deber de defender el matrimonio indisoluble.

Y mientras los democratacristianos de la UCD, estaban cocinando la ley del divorcio, el Papa hablaba bien claro, pero los católicos de la UCD, la derecha pagana de entonces, no le hicieron ni caso. Por eso el protagonista del día es Juan Pablo II, porque el 1 de febrero de 1981, se dirigió a un grupo de obispos franceses en los siguientes términos:

“Quienes viven en el matrimonio son testigos privilegiados de la alianza de Dios con su pueblo. Gracias al sacramento, su amor humano cobra un valor infinito, porque los cónyuges manifiestan, de manera particular, el amor del Padre y asumen una responsabilidad importante en el mundo: engendrar hijos llamados a convertirse en hijos de Dios, y ayudarlos en su crecimiento humano y sobrenatural. En el mundo actual, el amor humano es a menudo objeto de burla. Los pastores y las parejas comprometidas en la Iglesia deberán particularmente esmerarse por profundizar la teología del sacramento del matrimonio, para ayudar a los jóvenes esposos y a las familias en dificultad a reconocer mejor el valor de su compromiso y acoger la gracia de la alianza. Invito a los laicos casados a testimoniar la grandeza de la vida conyugal y familiar, fundada en el compromiso y en la fidelidad. Sólo la entrega total permite ser plenamente libres para amar de verdad, no sólo según la dimensión afectiva de su ser, sino con lo más profundo de sí mismos, para realizar la unión de los corazones y de los cuerpos, fuente de alegría profunda e imagen de la unión del hombre con Dios, a la que todos estamos llamados”.