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Diario YA


 

La falsedad como imagen corporativa

La “Razón de Estado” o la hipocresía farisaica de Occidente

Miguel Massanet Bosch.

Desde Nicolás Maquiavelo, el florentino del siglo XVI, en perpetua lucha con los Médicis, surgió de su obra literaria más conocida, El Príncipe, el concepto de que el fin justifica los medios. En realidad lo que quiso remarcar el escritor florentino, es que hay ocasiones en las que el bien común exige que se tomen medidas excepcionales, aunque sean poco ortodoxas o lesivas para un determinado grupo de ciudadanos condenados, en virtud de los “altos intereses de la nación”, a ser las víctimas propiciatorias. El legado que nos dejó Maquiavelo, ha sido utilizado, en numerosas ocasiones, por los dirigentes de distintos países y, en honor a la verdad, deberemos admitir que, en la mayoría de los casos, quienes con más frecuencia y menos justificación han hecho uso de tal principio, han sido los dictadores y tiranos que se han amparado en él para asegurarse su permanencia en el poder. La historia ha sido testigo de hechos crueles, de genocidios odiosos, de magnicidios interesados y de traiciones vergonzosas, todos ellos pretendidamente basados en la “razón de Estado”. Dejando aparte las purgas que los romanos llevaron a cabo, por “razón de Estado”, con las poblaciones de los países que iban conquistando y los asesinatos de tribunos y cónsules para usurparles el poder, si nos referimos a épocas más recientes, nos encontramos con personajes como José Stalin que puso en práctica la deskulakización, que trajo como consecuencia la expropiación masiva de las tierras explotadas por los hacendados capitalistas (kulaks), lo cual causó una reducción de la producción de cereales y una gran hambruna en Ucrania, que supuso la muerte de varios millones de ucranianos; algo que se pretendió justificar por los estalinistas como: “una medida necesaria para acabar con la retención y sabotaje de productos que ilegalmente practicaban los kulaks”.

La revolución francesa fue otro ejemplo de aniquilación de castas, esta vez a cargo de los jacobinos, justificada por la necesidad de limpiar Francia de la nobleza y de opositores, radicales o conservadores. Basta remontarnos a los años cuarenta del siglo pasado para observar como, Adolfo Hitler, exterminó a cientos de miles de judíos por considerarla una raza perniciosa para la nación alemana o el extermino de kurdos por Turkía o el feo asunto de la repatriación de los prisioneros y otros ciudadanos rusos por las fuerzas británicas (Operación Keelhaul) en mayo y junio de 1945, entregados por la fuerza a Rusia, una gran parte de los cuales fueron fusilados por los soviéticos en la Alemania de Este, ante la vista de los mismos soldados británicos. Otro ejemplo de la “Razón de Estado” que predominó entre los países asistentes a la Cumbre de Yalta en la que se repartió parte de Europa entre ingleses, franceses y rusos.

Hoy en día estamos asistiendo a una de estas situaciones en las que las naciones prescinden de la legalidad, de la honorabilidad, de la justicia y la vergüenza, para aplicar, sin el más mínimo rubor, el aforismo de que “el fin justifica los medios”. Túnez había sido un protectorado francés y seguía manteniendo relaciones con la metrópoli con la que tenía un importante intercambio económico. Tenía una zona de libre comercio con Egipto, Marruecos y Jordania. En el 2001 la UE firmó acuerdos con Túnez para controlar la emigración clandestina y países como Portugal, España, Francia, Italia, Malta, Mauritania, Argelia, Marruecos y Libia, se unieron a Túnez para formar el Grupo 5+5 en el 2002. El presidente Ben Alí ya estaba al frente del país cuando se firmaron aquellos acuerdos y ha permanecido en él, sin que ninguna de las naciones que mantenían relaciones con su país elevara su voz, pidiera sanciones o se ocupara de pedir otro trato para los ciudadanos “oprimidos” que, recientemente, se han levantado contra el régimen del presidente Ben Alí para derrocarlo.

Que el señor Gadafi era un terrorista consumado, hace ya años que se sabe en toda Europa y EE.UU. Pero Libia tenía petróleo en cantidad y se le perdonó los atentados contra dos aviones de pasajeros, en los que murieron varios cientos de personas, a cambio de una suculenta indemnización económica para sus familiares. No interesaba poner en cuestión la forma autoritaria de su gobierno, sus excentricidades, sus amenazas o la pobreza de sus súbditos. Ninguno de los mandatarios que hoy le han vuelto la espalda, hacia ascos a la hora de recibirlo como a un jefe de Estado y nadie regateaba elogios para aquel que tenía en sus manos las llaves de una parte importante del petróleo que surtía Europa (especialmente a España) y, lo mismo se puede decir del señor Mubarak de Egipto o el señor Buteflika de Argelia. Sin embargo, vean ustedes lo que pueden las “razones de Estado” que, de la noche a la mañana, han convertido a los antiguos “aliados” en verdaderos apestados, en sujetos despreciables a los que hay que eliminar de un plumazo en bien de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad de estos pueblo sojuzgados por sus gobernantes. Los antiguos amigos se han convertido, en sólo unos pocos días, en sus más feroces enemigos. La señora Trinidad Jiménez, en el foro de los Derechos Humanos, ha esgrimida la espada flamígera de la dignidad ofendida, de la justiciera despendolada y de la demócrata beligerante para pedir los más duros castigos para el señor Gadafi, convertido en un mortal enemigo cuando, sólo hace unos pocos días, era uno de nuestros más “dilectos” amigos. ¿Era o no era una democracia lo que existía en Túnez, Argelia, Egipto, Jordania, Barheín o Marruecos? Y, sí no lo era, ¿cómo se justifica que ninguno de los países europeos o americanos, que se lucraban con su comercio, no hubieran tomado represalias contra ellos, no les hubieran impuesto sanciones o no se les hubiera dejado de comprar petróleo? ¡la famosa y sempiterna “razón de Estado”, otra vez!

¿Es esta la moral que impera en la UE? No, señores, porque las naciones no tienen moral alguna, ni sus gobernantes tienen otra preocupación que mantenerse en el poder, ni existe la más mínima solidaridad que los una; sólo existe el egoísmo más descarnado y, si es preciso aliarse con el Diablo para conseguir petróleo, pues se hace y no pasa nada; si unas naciones más poderosas quieren que se aprueben unas determinadas reglas aunque ello signifique que otras, más débiles, se vean abocadas a la miseria, pues se hace y todos contentos (menos las naciones afectadas, claro) Si hoy es preciso apoyar a una serie de revolucionarios que se han levantado en contra de sus gobiernos y nadie es capaz de poder pronosticar en lo que van a acabar sus revoluciones; ni tan siguiera, si todo va a acabar en una islamización de todas las naciones del Norte de África, formando un frente común. O que, todo lo que ahora se nos pinta como un camino hacia la democracia resulte que no se cumple porque, como dicen los “hermanos musulmanes” de ningún modo les interesaría una democracia como la que tienen en Turkia”. Puede que haya alguien que piense que es una suerte que se hayan producido estos cambios políticos en varias naciones musulmanas y, también, que se crean que, en unos días todo habrá pasado y volverá la calma, ¡Ojalá! Pero mucho nos tememos que sólo sea el principio de una serie de enfrentamientos entre los que han tomado parte en estas revueltas y, Dios no lo quiera, estas manifestaciones de jolgorio colectivo, estas esperanzas de los ciudadanos en mejorar su nivel de vida y estas promesas que han recibido de quienes han sido los inductores de estos alzamientos contra los gobiernos constituidos; acaben en desencantos cuando la gente se aperciba de que los milagros no existen y que el levantar a una nación no es cosa ni de horas ni de días, sino algo que requiere muchos años, sacrificios y trabajo. O eso opino yo.