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Diario YA


 

La calumnia en la ficción presentada como historia

P. Luis Joaquín Gómez Jaubert. 13 de febrero.

 
La utilización de la calumnia, como arma, se está generalizando en una sociedad huérfana de principios. Los programas de televisión que se dedican a airear supuestos actos de los muy o de los no tan famosos son buena muestra de ello. La noticia está por encima de cualquier otra consideración con respecto a la verdad de los hechos o del honor de los perjudicados. En este contexto, las calumnias a la Iglesia católica o a su jerarquía, a personajes históricos que no casan con los contravalores actuales, son motivo de gran repercusión mediática.

Autodenominados historiadores dan pié al fenómeno de libros, con grandes ventas, en las que autores sin escrúpulos mezclan historia y ficción sin aclarar donde está la primera y donde la segunda. Al final, terminan presentando sus acusaciones calumniosas como datos históricos sin que el lector, casi siempre poco avezado en la materia, pueda tener la oportunidad de un mínimo de discernimiento. El aviso disimulado de la ficción queda totalmente ocultado con la pretensión de que la novela, por ejemplo, es histórica sobre personas e instituciones que quedan, totalmente, difamadas. Las falacias o mentiras permanecerán en la memoria de una gran cantidad de personas durante muchas generaciones, aunque historiadores más honrados y estudiosos del tema en concreto, hayan demostrado la nula veracidad de las mismas. Se hace honor a la conocida frase “calumnia que algo queda”. En el pasado, el novelista se basaba en algunos historiadores repitiendo, de otra manera, lo que de verdad o mentira pudiera haber apuntado el experto. En nuestro presente, es difícil encontrar historiadores serios que no parezcan novelistas o novelistas que no se manifiesten como historiadores. Unos buscan en el sensacionalismo coartadas para vender, otros disparan sus calumnias para desautorizar a sus enemigos políticos o religiosos, en cualquier caso un verdadero pecado más a sumar en estas últimas décadas, no porque antes no haya existido sino por su generalización y aceptación.

Con respecto al pasado lejano, es difícil averiguar lo que es verdad y lo que es calumnia, por ejemplo en la descripción que realiza Plutarco sobre Temístocles como corrupto que acepta sobornos. Ahora bien, en relación con temas y personas más que estudiados o lo que se pueda referir a un pasado reciente es indignante la proliferación de mentiras y su pronta difusión sin que respuestas autorizadas puedan hacer justicia a la verdad.  “El Código da Vinci”, novela de Dan Brown, fue un buen ejemplo, muy dañino y con gran eco, de calumnias a Cristo, a la Iglesia Católica y a algunas de sus instituciones. En una ficción construye la historia que desvela el secreto que los católicos habían escondido hasta nuestros días… y muchos lectores se lo creyeron. La película “Camino”, de Javier Fesser, presentada como ficción, copia suficientes datos de la vida de Alexia, muy manipulados, para entender el motivo de la dedicatoria final a esta católica niña. “Ficción donde no hay nada inventado”, en expresión de su director, podría ser la frase que nos guiara a la realidad de lo que buscan este tipo de obras: insultar, difamando, a instituciones y personas muy reales. Un colectivo enfermo premia tal inmoralidad. Con la justificación de una frontera invisible entre ficción y realidad a Napoleón se le hace homosexual, al poeta Luis Rosales se le acusa de cómplice en el asesinato de García Lorca  (para combatir esta calumnia Félix Grande escribió una biografía en su defensa), etc.

Hubo un tiempo en que se condenaba judicialmente por estas canalladas, como sucedió en sentencia de los Tribunales de Justicia en 1975 en Italia contra el autor de la novela “muerte en Roma” y el director de la película “represalia” dentro de la campaña difamatoria contra el Papa Pío XII. Pero en el nuestro, indefensos estamos cuando se acepta la historia novelada o lo que comúnmente denominamos el género de la novela histórica no como siempre ha discurrido en el pasado con los componentes y licencias propias de tal modo de expresión, ideando conversaciones o situaciones en fidelidad a un hecho conocido, sino como falsificación contraria a la verdadera historia.  En nuestros días, toda calumnia procedente de una ficción que pretende ser histórica es insuficiente, en una inexistente justicia, para dar lugar a un resarcimiento por daño moral. 

 

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