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Diario YA


 

La conducta explícita e implícita de un asesinato

Pilar Muñoz. 10 de diciembre.

Un hombre español, y vecino de Vascongadas, ha sido asesinado en plena calle a manos de uno o varios sujetos que deciden y ejecutan comportamientos violentos, so capa de “una autodeterminación”. La conducta violenta es el extremo del “continuum” agresivo, es decir, el asesinato es la patología de la agresividad.  La agresividad la definen algunos autores como “aquel comportamiento cuyo objetivo es causar daño a un sujeto u objeto, y que se reconozca socialmente como tal”.  Cada asesinato de este grupo sociópata conlleva una contingencia de respuestas en distintos sectores de la población española.

El grupo terrorista manifiesta una conducta explícita en sus conductas, pero también en sus pensamientos y en sus manifestaciones públicas. Todo el grupo está bien cohesionado, y cada una de sus partes, por pequeña que sea, o alejada del poder o líder tiene una coherencia comportamental entre lo explícito y lo implícito. Esta manifestación conductual es fácil de detectar y genera una nitidez ante la cual podemos defendernos y protegernos. Un joven de la “kaleborroka” mantiene la misma actitud destructiva bebiendo cañas que prendiendo cajeros. No hay confusión, no hay neurosis. Existe patología social, pero no contradicción.

El grupo político, comprendiendo como tal la población de los dos grandes partidos españoles, más los partidos separatistas, ofrecen una dualidad comportamental que desorienta y confunde a su electorado, y sorprende al observador crítico. La conducta explícita es el acompañamiento en el duelo, el protocolo de lenguaje cada vez más vacío de emotividad, y un lenguaje gestual contenido. La conducta implícita es la que acontece cuando el cadáver ya está enterrado, cuando se barajan acercamientos, negociaciones, encuentros, pactos…demasiada nomenclatura para un solo significado: justificar, mitigar, comprender y empatizar con la extrema agresividad, con los violentos.

El entorno espacial en el que ha ocurrido el cruel asesinato, inmediaciones del Santuario de Loyola, no ha sido casualidad. En ese lugar Santo se dieron encuentros entre los que no tienen esquizofrenias conductuales, y los líderes políticos, los cuales sí presentan distorsiones, ambivalencias, neurosis y esquizofrenias entre lo explícito y lo implícito. Loyola les ha puesto en evidencia en su comportamiento. Los terroristas matan porque lo han manifestado constantemente, y seguirán haciéndolo porque los políticos no aúnan lo explícito y lo implícito. Si condenamos con el lenguaje, hemos de condenarlo con los pensamientos y finalmente con la acción.

La población vasca también está dividida entre los explícitos y los implícitos. Los primeros viven en “libertad”, no les afecta el terror, disfrutan de paisaje, gastronomía y folklore. Este grupo de ciudadanos no tienen que parar su partida de cartas cuando un conciudadano suyo yace tiroteado en el suelo. Su comportamiento es nuevamente coherente, no tienen porque disimular, no les impacta la violencia porque la han introyectado y justificado. El objetivo está abatido, por lo tanto no tengo que condenar nada. Sin embargo, el otro sector de población vasca, tiene una conducta implícita que recónditamente anhela un mismo objetivo, pero sin la extrema conducta violenta; es una cuestión de espacio en la cola de la curva de Gauss. Su pensamiento implícito les lleva a votar, apoyar y llenar Anoetas, lo cual es reforzante y mantenedor de la conducta explícita de los terroristas.

La población española, también dividida según regionalidades y pretensiones separatistas, se mueve entre lo explícito y lo implícito. Los sujetos más comprometidos con su nación, más críticos con el Gobierno mantienen una conducta explícita de condena semántica, racional, emocional, y si fuese posible conductual. Aunque este grupo es el que podría reducir o extinguir al terror, es el grupo al que se cataloga como extrema derecha o radicales. Lo que parece molestar al grupo país, es su coherencia y objetivo positivo en la liberación del crimen. Los sujetos más cercanos al poder o con pretensiones de ostentarlo, aunque sea en reductos pequeños, vuelven a manifestar una expresión verbal y gestual de condena, y su conducta manifiesta camina alejada de conseguir el objetivo: acabar con el crimen y el tiro indiscriminado.

El grupo jurídico vive permanentemente en lo implícito, se marea entre las leyes y sus múltiples interpretaciones, para así seguir en esa placenta etérea, difusa y coladera para aquellos que sí tienen una claridad en sus objetivos y en su conducta manifiesta. Los primeros muestran comportamientos implícitos más compatibles con cobardía, cinismo y egoísmo, mientras que los terroristas exhiben una contundencia comportamental desafiante, “valiente” y con proyección de futuro. La frase más estrafalaria e hipócrita ante las cámaras es la referida a los días contados de los terroristas. Nuevamente el espectador intuye lo implícito del mensaje, puesto que lo explícito y real es la noticia venidera del nuevo asesinato.

Por último, apelo al mensaje cristiano de Jesús de Nazaret, el cual nos explicitó el camino seguro para la convivencia y el encuentro. El Evangelio no nos pide literalmente que pongamos la otra mejilla, para así igualarnos en el dolor, puesto que esto supondría un masoquismo. Nos propone una conducta valiente y asertiva, suponiendo dar la cara al enemigo y preguntarle: “Si no te he ofendido, ¿por qué me abofeteas?”. Esta conducta explícita conlleva a plantar y frenar el abuso, el terror y la hipocresía. 

 

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