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Diario YA


 

La crisis del maltrato

Yolanda Aldón Toro. Como cada año, venimos celebrando lo que desde la Asamblea General de las Naciones Unidas designara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Siendo invitados los gobiernos, organizaciones internacionales y organizaciones no gubernamentales por la ONU a organizar actividades dirigidas a sensibilizar a la sociedad internacional.  

Ha sido muy reciente, concretamente en octubre de 2006  cuando fue presentado por la Asamblea General de Naciones Unidas el Estudio a fondo sobre todas las formas de violencia contra la mujer, que manifiesta la existencia de obligaciones concretas de los Estados para prevenir esta violencia, para tratar sus causas así como para investigar, castigar y enjuiciar a los agresores.
 
Dicho esto a modo de preámbulo, este año, me gustaría destacar la relación existente entre la crisis que padece nuestro país y la interrelación con el descenso de números de casos de violencia de género, camuflándose las cifras bajo el miedo por la falta de recursos, la renuncia de las mujeres a continuar con el proceso judicial por maltrato y la disminución de presupuestos destinados por la Secretaría de Estado de Igualdad.  
 
Si ya supone para la mujer maltratada un sacrificio reconocer su agresión, ya sea física o psíquica,  acudir a una administración a interponer una denuncia, resulta un añadido que en las oficinas de atención a las víctimas, los recursos se hayan minimizado e incluso desaparecido estas instalaciones en algunos puntos del territorio español.  
 
Si antes se contaba con profesionales especializados única y exclusivamente para estos casos (cuerpo nacional de policía, psicólogos, trabajadores sociales) y aún así se convertía en una odisea para la mujer que interponía denuncia sobre su agresor, ahora se multiplica el factor riesgo por la falta de, por un lado, sensibilización mediática puesto que lo que nos muestran los mass media son los resultados obtenidos por mujeres que notificaban ante los juzgados los maltratos y terminaban en cementerios o con secuelas físicas cometidas por sus parejas-agresores. Y por otro, si a esto le añadimos que el gobierno en esta materia, ante la falta de un presupuesto anual que se ajuste a las necesidades ha decidido menguar los recursos destinados a esta problemática, la vulnerabilidad de las víctimas de género se acentúa por lo tanto de un modo directo con la crisis.      
 
Cabe destacar que cuando hablamos de malos tratos, se producen sin distinción de religión, raza o clase social, nadie está exento de padecerla. La persona maltratada (hombre, mujer o niño) es consciente que comienza a sufrir malos tratos pero encuentra la posibilidad de perdonar al maltratador como ayuda al ser que ejecuta los malos tratos, pensando de modo equívoco que pueda ayudar psicológicamente a este individuo, que por lo general ha sufrido malos tratos durante su infancia.  
 
El perfil de estos suele ser de cara a la sociedad muy afable, extremadamente ejemplar para recibir reconocimiento por la comunidad y afrontar su frustración y baja autoestima. A cambio, en su vida privada descarga su malograda psicología en atentar contra su pareja e incluso hijos para sentirse protagonista en el seno de su familia. Primero, evitando cualquier vínculo externo de su víctima con su vida afectiva o externa, construyendo historias ficticias sobre la vida de su pareja y culpándola de sus fracasos personales hasta tal punto de neutralizarlas.  
 
Son inteligentes y algunos casos carismáticos, algunos necesitan estar en contacto con varias mujeres para que les hagan recordar que son hombres y que existen como tales, que les recuerden sus valías para volver a la cotidianidad. Por lo tanto, el perfil del maltratador puede recaer sobre intelectuales o adonis de profesiones no letradas, ambos perfiles ejecutores de la espiral del abuso.  Por lo tanto, la crisis ampara al silencio de las víctimas y su libertad se difumina cuando se atisba el temor.