Principal

Diario YA


 

la inmediatez del click

La desconocida paciencia en la correspondencia digital

Emma García

Mandar una carta de amor en mis tiempos mozos suponía escribirla a mano, romperla y repetirla varias veces, luego ensobrarla y echarla al buzón. Después de ese gesto de valentía debías esperar a que llegara a su destino, y confiar que fuera leída y quizás respondida. Si la respuesta no llegaba en cierto plazo de tiempo, podías pensar que era porque se había retrasado el cartero, o mejor aún, porque la carta se había extraviado por el camino. Cualquier justificación era buena con tal de no perder la esperanza de recibir contestación.

En la actual era digital las declaraciones amorosas son on-line y se realizan a ritmo de click. Un mensaje por internet o por telefonía móvil ahora tarda en llegar lo que antes se tardaba en pegar el sello de correos. Y si es rápido en ir, más rápido será en regresar. Los/as nativos/as digitales no cultivan su paciencia con dosis de incertidumbre durante días o semanas como hacíamos antaño, como mucho esperan unas horas. La tardanza en la correspondencia digital no está bien vista. Si recibes un e-mail has de contestarlo de inmediato, y si te mandan un sms la respuesta ha de ser instantánea.

Cuando viajaba de vacaciones me gustaba enviarles una postal a mis amigas de la playa donde veraneaba. Yo tardaba un buen rato en escoger las más adecuadas, y ellas tardaban unos días en saber dónde me encontraba. Ahora, los/as nativos/as digitales se auto fotografían con sus cámaras digitales y automáticamente envían un mms vía 3G que es recibido por varios destinatarios a la vez en sus teléfonos móviles de última generación, allá donde se encuentren. Hoy en día, podemos seguir en directo por la red un viaje de novios alrededor del mundo, sin necesidad de tener que esperar a la vuelta de los recién casados para disfrutar de las fotos de la luna de miel. 

La tecnología y la inmediatez conviven y se complementan. Aunque pienso que la primera existe para facilitarnos la vida, y la segunda para complicárnosla. A menudo me encuentro media docena de llamadas perdidas de mis hijos, realizadas en períodos a veces de no más de media hora. Lógicamente en cuanto recupero la cobertura o salgo de la reunión de trabajo les llamo angustiada por si se tratara de una emergencia, y cuando descubro que no lo es, siento una mezcla de alivio y rabia. Parece que nos sean capaces de entender que tras la primera llamada no contestada han de esperar. Aún así, para evitar sentirme como en el cuento de Pedro y el lobo, seguiré respondiendo al momento cualquier llamada de mis hijos o cualquier correo electrónico de mis clientes.