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Diario YA


 

Arbil quiere romper con el silencio

La fuerza de los intereses

Max Silva Abbott. Hace pocos días, en la página www.arbil.org, pude acceder a un video realmente horripilante que muestra sin tapujos el dantesco espectáculo del aborto, y en realidad hay que tener estómago y agallas para ver una carnicería tan cruda como esa. Mas su intención es clara y recta: romper el silencio que ha cubierto esta práctica abominable.
 Resulta asombroso cómo los hombres podemos cegarnos ante la realidad e incluso llegar a increíbles grados de perversión, al nublarse nuestra objetividad en vista a nuestros intereses. La historia es un muy buen ejemplo de ello, porque en aras a estos deseos, por bajos y mezquinos que sean, se ha justificado todo o casi todo; y pese a que los argumentos no sólo racionales, sino que del más estricto sentido común se han acumulado a toneladas ante estas prácticas, se ha hecho caso omiso y seguido con ellas. Está claro que el hombre va aprendiendo con el tiempo, muchas veces a partir de sus mismos errores e injusticias, pero lo cierto es que no basta con sólo saber lo que debemos hacer, sino que también resulta imprescindible querer hacerlo; en caso contrario, los argumentos, por lógicos que sean, se estrellarán contra un muro, al punto que con razón se ha dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.
 Así pasó por ejemplo con la esclavitud: ya los estoicos, antes del cristianismo, comenzaron a criticarla o al menos a ponerla en duda, pero tuvieron que pasar muchos siglos para que por fin se tomara real conciencia de su ilicitud, y varios más para que se vencieran los poderosos intereses creados que existían a su respecto, al punto que recién en el siglo XIX se logró su abolición legal, a veces nada pacífica –piénsese en la guerra civil de Estados Unidos–, aun cuando no cabían dudas serias respecto de su iniquidad desde al menos dos siglos antes. Y aunque parezca increíble, incluso hoy existen todavía esclavos ‘de hecho’ en algunos lugares.
 Con todo, nuestra situación no es mucho mejor. Precisamente uno de los casos actuales en que más se nota cómo priman los intereses sobre las razones existe en la persistente y orquestada campaña mundial por imponer el aborto en sus diversas formas, de lo cual la píldora del día después es en nuestro caso sólo la punta de lanza. Pese a todas las razones científicas, morales, filosóficas y religiosas que se han dado hasta la saciedad para demostrar la ilicitud total de terminar con una vida intrauterina, que es siempre inocente, diversos intereses creados hacen oídos sordos y justifican lo injustificable.
Y tal vez lo peor es que no sólo hay poderosos intereses económicos en medio, sino que además (y perdonará el lector lo que voy a decir, pero lo merecen los niños mártires que muestra el video aludido), da la impresión de que el interés por irse tranquilamente a la cama sin remordimientos tuviera prioridad sobre el valor de toda vida inocente, confiando en que la ley arreglará los posibles ‘efectos no deseados’ mediante la legitimación de un vil asesinato.
 En realidad, no hemos avanzado mucho. Antes, por intereses económicos se esclavizaba; hoy, por eso y por un deseo de goce sexual sin límites, estamos dispuestos a eliminar los embarazos no queridos. ¿A tanto llegan nuestros intereses y a tal punto se ha enceguecido nuestra racionalidad, que estamos incluso dispuestos a matar por ello?