Principal

Diario YA


 

las tormentarias

La letra, con silencio entra

Manuel Fernández Espinosa. Me paso el día mandando callar y no soy Pepe Bono: ¿quién soy? Un profesor. Y lo que me pregunto es la razón por la cual hay que estar constantemente ordenando el silencio, pues con el jaleo que meten no hay quien pueda explicar. Si de lo que se come se cría, estos críos parece ser que se han atiborrado de lengua. Y lo penoso es que de todo lo que hablan, claro que todo es dicho, pero poco es dichoso. Después de muchos años impartiendo clase (va para diez años), nunca me he encontrado –hasta este año- con alumnos más parlanchines.
 En otros tiempos me los he llegado a encontrar díscolos, incluso delincuentes. Eran otros pupilos, y otros tiempos. Pero así de habladores como en este curso, nunca. Hablan entre ellos –bagatelas. Hablan consigo mismo en voz alta –insignificantes monólogos. Y capto, de vez en cuando, las mismas coletillas, los mismos comodines idiomáticos que brillan por su lacónica vacuidad.
 En los exámenes, estos irreprimibles parleros ya dicen menos –y, menos todavía escriben. Y lo que escriben lo hacen, pese a todas las admoniciones y penalizaciones, con abreviaturas jeroglíficas, que les falta responder los exámenes con emoticones. Es deplorable, pero es así. Confieso que estoy un tanto frustrado, pues les resbala lo que escribieron los grandes del pasado: las obras completas de Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino… Se disuelven ante el último partido de fútbol anunciado para el próximo fin de semana. Si por ellos –los alumnos- fuese, el acerbo cultural (filosófico, histórico, artístico, literario, musical…) podría haber no sido, que a ellos ni fu ni fa.
 Pero no tengo con qué dar gracias a Dios. Mis alumnos son charlatanes y, por desgracia, en su mayoría les importa un bledo la civilización occidental, pero no obstante puedo decir que ninguno me ha alzado la mano, ninguno me ha amenazado, tampoco se ha atrevido a insultarme (al menos en público y delante de mí) y una sola vez, en una década, me pincharon las ruedas del coche.
 El informe del Defensor del Profesor ofrece un panorama mucho más lamentable, habiendo resaltado que, en el curso 2009-2010, se acusó un incremento de quejas por parte de los docentes. Recibiéndose en el teléfono del defensor del profesor unas 3.998 de llamadas. La mayoría de las quejas y denuncias de los maestros se centran en la dificultad de dar clase (28%), no faltan los que se quejan por la agresividad de los alumnos (14%).
 Pareciera que cuanto menos tiene que decir de valioso el alumnado –por su falta de interés cultural-, menos dispuesto se muestra a callar en los aularios. Y no faltan discentes que ante su deficitaria urbanidad y nulo interés cultural son partidario de los mamporrazos. Buscar las causas de tal desbarajuste nos podría llevar hasta Rousseau, pasando por Tolstoi. Pero, ¿qué arreglaríamos? Poca cosa.
 Algunos consejos para los colegas docentes que me estén leyendo:
1.Para establecer las condiciones que posibiliten impartir una lección el profesor tiene que tener prestigio profesional.
2.Para imponerse no valen actitudes autoritaristas, pues la autoridad la avala el prestigio profesional.
3.Es preferible ser respetado a ser querido. Pero quien prefiere ser querido, termina por no ser respetado.
4.Cuando se trata con un grupo de alumnos, el tratamiento ideal que tendría que existir es el más próximo a la marcialidad. Cuando se trata vis a vis con un alumno, el tratamiento que hay que ofrecerle es el cordial y caluroso que hay que darle a toda persona.
 Malos tiempos corremos, cuando el profesor necesita defensor y no puede defenderse a sí mismo.