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Diario YA


 

La nueva faz del poder

Pilar Muñoz. 24 de noviembre.

La actitud de poder es consustancial al hombre, es una de las pulsiones que más lo atraen y la que más incapacita e invalida la convivencia y el encuentro. El poder se concibe como el dominio de uno o varios individuos sobre otro u otros. Cuantitativamente, para que el poder sea rentable a quien lo establece ha de tener unas proporciones básicas; pocos dominan a muchos. Si invertimos los datos numéricos no salen las cuentas para el poderoso. El perfil egótico y despótico del poderoso aumenta y se hipertrofia cuantos más servidores y sometidos tenga.

Tradicionalmente el poder se ha identificado con una variedad de símbolos, estéticas y semánticas. Tenemos algunos signos evidentes ante los cuales reaccionamos con actitud de obediencia o conformidad: uniformes, títulos, estrellas, botas, batas, entorchados, joyas, riqueza, armas. Esta simbología afectaba directamente sobre el grupo mayoritario y de forma desigual, puesto que la sola exhibición de uno de aquellos, desencadenaba la actitud compatible y alineada con el sujeto o sujetos poderosos. Podemos hablar con propiedad de un condicionamiento operante o respondiente, el cual está montado sobre la consecución en el tiempo y en el espacio de un estímulo determinado y la contingencia ocurrida a la respuesta emitida. Aclaremos conceptos: si cada vez que veo una bata blanca tengo que exponer mi cuerpo a una situación displacentera, asocio en mi cerebro el rol de médico con la respuesta individual de obediencia y conformidad, aunque se trate de un bien en sí mismo para el sujeto que obedece.

En la actualidad las formas de poder resultan engañosas y difusas en cuanto a su presentación, pero mucho más condicionantes y acaparadoras de masas que las hasta ahora conocidas y “peleadas” por el hombre. Ahora los centros de poder tienen unos tentáculos adaptados perfectamente a los deseos del individuo de hoy, lo someten con extrema facilidad, sólo con el dominio de escasos pero fundamentales recursos: los “mass media”, la estética/imagen y la química sin control. El conducto para el éxito es el uso de un lenguaje ampuloso, abstruso y hueco, con telepredicadores de éxito y trono.

En esta semana han ocurrido dos hechos alejados entre sí, en cuanto a impacto y contenido, pero próximos en la causalidad más profunda, si consideramos su perfil social. El joven Älvaro Ussía asesinado en las puertas de una discoteca madrileña, y la denuncia de la presencia de crucifijos en las aulas de un centro escolar vallisoletano. Lo propio de cada una de ellas es el contenido en sí, hablamos de una muerte en el primer caso, y de una abolición simbólica de arraigada presencia espiritual en el mundo (con independencia de credos religiosos). Lo común de ambas es el nuevo perfil sutil, maléfico y oculto de las formas de poder. El poder lo pueden ejercer un puñado de matones de gimnasio y proteína, son los señores de la noche, y todo joven sabe reconocer su poder: traje negro, gafas oscuras, bíceps desmesurados y escaso cabello. La presencia del poder-portero de discoteca elicita una respuesta de obediencia y conformismo. Si no estás de acuerdo puedes acabar con el corazón reventado. La consecuencia social ya está establecida, ha quedado en la retina y el cerebro de todos, pero especialmente de nuestros jóvenes.

Me detendré ahora en el siguiente suceso, la denuncia de presencia de símbolos cristianos, crucifijos en las aulas. El contexto, un colegio público CEIP, el grupo de poder, el AMPA, a la cabeza con un padre envalentonado por esta minúscula institución, pero trampolín para el poder local de los padres y microscopio para todo personal docente. Ahora los niños saben que el poder lo tienen sus padres, cuanto más “asertivos” y “demócratas”, más poder para poner al claustro a su propio servicio, o al servicio del boletín de notas del hijo. Ese poder también se manifiesta en una llamada de teléfono a una emisora de televisión, a una radio de emisión sensacionalista, o al partido político, rama local que corresponda. Ahora las siglas de un partido político afín al gobierno, significa poder, traducido en: aboliciones, asignaturas nuevas, ausencia de medidas de control y vigilancia (castigos). Aunque en apariencia sean conductas pro-sociales, la trama profunda es el poder y dominio en estado puro.

Para terminar de someter a la sociedad, en este caso, a la española, basta con el envoltorio semántico de términos que han perdido su profundidad, y que han dejado de significar su contenido real. Las declaraciones de los matones no hablan de paliza, sino de hecho accidental, ¿dónde está lo accidental?, su asimetría en el poder nos evidencia que fue voluntario y premeditado. Las razones ofrecidas por la denuncia del padre “demócrata” de Valladolid fueron: higiene democrática. Aquí además se juega muy sucio, porque en el sustantivo cae la carga intencional de obediencia y miedo del colectivo padres. El término higiene nos evoca salud, bienestar y funcionalidad, de tal modo, que en los circuitos profundos del sistema neuronal rechazaremos, o al menos nos justificaremos para hacer desaparecer al único símbolo de verdad y vida: la crucifixión de Cristo. 

 

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