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Diario YA


 

La otra crisis: Mal de muchos, justificación de algunos

Jesús Asensi Vendrell.   A veces nos complicamos la vida y no paramos de darle vueltas a las cosas, buscando un hilo argumental que nos tranquilice la conciencia y deje en evidencia a los que criticaban nuestra conducta.

La Dirección General de Tráfico nos ha informado que la mitad de conductores implicados en los accidentes de circulación iban bajo los efectos del alcohol o de las drogas. Uno, al enterarse de esto, puede optar por hacer examen y sacar el propósito de no ponerse jamás al volante si no está en condiciones. Pero también es posible que, al ser una persona sobria y cabal, aproveche este dato para justificar su exceso de velocidad en las autovías. “Controlo y soy consciente de lo que hago. Además, otros circulan mucho peor que yo”, podría ser el argumento esgrimido por alguno de estos individuos. Argumento que no convencerá en absoluto al radar o al agente de tráfico que le imponga una denuncia por exceso de velocidad.
 
Pero la cosa puede ir mucho más allá. Pues algún iluminado, deseoso de hacer al volante lo que le venga en gana, podría exigir la derogación del código de circulación porque atenta contra la libertad de los conductores o porque es una invención impuesta por unos pocos que ostentan el poder político. Qué atrevida es la ignorancia, ¿verdad?
 
A veces nos complicamos la vida y tratamos de justificar nuestro modo de ser y de actuar. Miramos a nuestro alrededor y advertimos que no somos los únicos, que hay otros que van más allá, cruzando límites que nosotros jamás traspasaríamos… de momento. Por eso, al ver lo que hay, procuramos tranquilizar nuestra conciencia que, como radar o agente de la ley, nos recuerda una y otra vez el “código de circulación”.
 
Pero la cosa puede ir mucho más allá. Algún iluminado, deseoso de hacer siempre lo que le venga en gana, afirmará que la Verdad no existe, que hay que acallar la voz de la conciencia, pues atenta contra la “libertad” de las personas y es una invención impuesta por unos pocos que ostentan el poder religioso. De verdad, ¡qué atrevida es la ignorancia!