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Diario YA


 

de Ágatha Ruiz de la Prada y Pedro J. Ramírez

La "putada" del divorcio

Javier Paredes Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá. La verdad es que me han sorprendido unas declaraciones de Ágatha Ruiz de la Prada. Por lo que he leído, Pedro J. Ramírez, con quien convivía desde hace treinta años y tenía dos hijos, le ha manifestado que la deja. Y también por lo que se lee por la red, parece ser que el motivo es que el maduro de Pedro J. ha encontrado una mujer, veinte años menos madura que él. Y digo que me ha sorprendido, porque lo lógico es que tan progres como siempre han sido Ágatha y Pedro J., tendrían que estar contentos y radiantes de vivir y experimentar la manifestación concreta en sus vidas de las libertades, que durante años han jaleado y apoyado. Pues no, ha dicho Ágatha Ruiz de la Parada que lo que le ha hecho Pedro J. es una putada.

No digo yo que no sea doloroso lo de Ágatha Ruiz de la Prada, que lo es, pero lo cierto es que exagera, porque para lo que se despacha en divorcios, lo de Ágatha solo es una putadita. De putada y hasta de gran putada son esas situaciones en la que los divorciados y sus hijos se han quedado en la puta calle, lamiendo su miseria total y la ruptura de sus almas de un modo irreparable. Todos conocemos una buena colección de esas lamentables situaciones, y ya en el caso de que uno se dedique a la enseñanza el conocimiento de esas situaciones se multiplica, al comprobar las secuelas de todo tipo que el divorcio deja en los hijos. Hasta el punto de que no exagero, si digo que el divorcio es la causa del mayor sufrimiento moral entre los españoles. Que haga una encuesta el CIS, ya verán como me dan la razón. Pero aquí nadie dice ni hace nada que ponga remedio a este mal.

Rectifico, algunos sí que han dicho y hecho. Cuando todo esto empezó por la década de los ochenta, era ministro de Justicia Íñigo Cavero, que pertenecía a una asociación católica bien conocida. Pues Íñigo Cavero fue el que promovió el divorcio en España, eso sí refiriéndose a él como “divorcio-remedio”, y fue así como empezó a introducirse en la vida pública lo del mal menor, que no es otra cosa que la justificación moral de la cobardía y la traición. Íñigo Cavero no completó la faena, y fue Paco Ordóñez el que hizo la ley, pero cuando Paco Ordóñez formaba parte de un gabinete ministerial de la UCD, plagado de católicos.

Quedada el entonces AP de Fraga como esperanza de la defensa del matrimonio, porque allí había católicos y de los de pedigrí; es decir de los que pertenecen a los llamados movimientos y nuevas realidades de la Iglesia; y había muchos y muy diversos, los había de todas las divisas. Pero llegado el momento de la verdad unos cuantos años después, es decir el divorcio de Álvarez Cascos, aquello fue una carrera de velocidad para asistir a la ceremonia civil del segundo matrimonio del asturiano, no fueran a decir que eran unos retrógrados. Eso sí, cedían entonces, porque un buen cargo bien valía la asistencia a un divorcio, cargo que no apetecían por ambición -algunos decían esto sin que les temblara un músculo- sino para hacer mucho bien cuando lo consiguieran. Y cuando les nombraron ministros, en lugar de hacer mucho bien, dieron mayor escándalo del que hasta entonces ya habían dado.

Agotadas las esperanzas de defender el matrimonio desde los partidos políticos, había llegado el momento de encomendar tan importante misión a instituciones sociales, naturalmente, civiles y aconfesionales. Y surgió así el Foro de la Familia, que promovió manifestaciones en Madrid tan aconfesionales, que se anunciaban en los tablones de anuncios de las iglesias madrileñas. ¿Para defender el matrimonio natural, de uno con una de por vida? Ni hablar. Lo más para que nos hicieran una rebajilla a las familias numerosas en los billetes de los autobuses y la RENFE. Y uno no sabe muy bien si el empeño era para beneficiar la economía de las familias o para incrementar el número de usuarios de RENFE, ya que al presidente del Foro de la Familia le había colocado el Gobierno en el Consejo de Administración de RENFE. Y todos tan contentos. Pero no hay que exagerar ni radicalizarse, porque el divorcio es un mal menor, salvo que a uno le toque en propia carne; en ese caso el mal menor se convierte en la putada del divorcio.

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