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Diario YA


 

Las modernas plagas bíblicas

Pilar Muñoz. 29 de abril. La noticia más preocupante a nivel internacional es la fiebre porcina. Todas las televisiones emiten con especial interés sus causas y sus consecuencias para el hombre. Se agolpan especialistas sanitarios y sistemas de seguridad para proteger y paliar, en la medida de lo posible la expansión e invasión de la terrible enfermedad. El foco espacial ha estado situado en México D.F, pero la nueva tecnología nos acerca la posibilidad mortífera a cualquier rincón del planeta.

Semanas atrás, en la vecina Italia han enterrado a decenas de muertos, víctimas de unas sacudidas de las entrañas de la tierra. Cientos de personas corrían despavoridas, desamparadas e indefensas del temblor intestino. No había seguridad, no había tregua, no había discriminación de edad o posesión. Tampoco el rugido de la naturaleza respetó los pilares del Templo. Nuevamente, la situación trascendía al poder tecnificado y omnímodo del hombre actual.

La devastación del paro, el empobrecimiento de cada vez más ciudadanos del primer mundo, es otra plaga que atenaza y devora a miles de individuos. Aniquila esperanzas, hunde la dignidad del profesional, que lo deja a merced de instituciones perversas y anónimas: Gobiernos ciegos, sordos y charlatanes, Oficinas de desempleo con filas interminables de “parias” del sistema. Las garras de esta plaga se extienden a cualquiera de nuestros hogares, de nuestros vecinos, amigos o familiares.

Hace años asistíamos temerosos e hipocondríacos al virus del Sida, o todavía unos años antes, en España, sorteábamos la “neumonía atípica”, luego resuelta en una variedad sintomatológica de envenenamiento. El virus del Sida, amplificado por prácticas poco éticas y la segunda, facilitado y posibilitado por una ambición y codicia sin límites.

La reflexión que debemos hacer como ciudadanos del siglo XXI es la vigencia de la Biblia en la actualidad. Cada pasaje del Libro Sagrado son retratos y pedacitos de la realidad. Exégetas, estudiosos y teólogos nos han transmitido la simbología de pasajes bíblicos, pero de igual modo, nos han manifestado la indefensión del hombre ante hechos que lo superan, que lo sitúan en el plano de verdad que tiene y que es: su pequeñez y finitud.

El hombre ante la realidad que le supera, se sobrecoge, teme, culpabiliza, se queja y huye. No hemos de asustarnos por estas reacciones tan humanas, pero hemos de aprender de nuestra pequeñez para no jugar a ser dioses, a vivir de espaldas a otra dimensión espiritual que nos supera. El hombre no lo puede todo, más bien, puede muy poco. La suma de los hombres trabajando en pos del Reino de Dios y del prójimo puede construir seguridad, justicia, trabajo y pan.

No existen soluciones desde la técnica, ni desde la ciencia, aunque son herramientas que nos facilitan la vida celular. Las verdaderas soluciones pasan por dimensiones más profundas del hombre, pasan por reconocer su identidad, pasan por apelar a su corazón limpio y no embotado de ceguera y pasiones. Sólo desde la verdad y la realidad fuera del mismo hombre, adquiere fortaleza, serenidad y seriedad en cada paso vital: constructivo o destructivo.

El hombre no debe temer a ninguna plaga, debe temer a su propia ambición, a su sentimiento de arrogancia y anhelo de poder. La alianza de Cristo con el hombre selló todo sufrimiento, y eso no ha sido creído por el hombre actual. Se puede investigar con células, se pueden generar objetos inimaginables con fibra de vidrio, se puede operar con holografías, se puede teletransportar….Se puede todo, menos aceptar lo que supera al hombre: la enfermedad, el dolor y la muerte.

El hombre no sabe ni conoce su propia identidad, y reclama obscenamente el carnét de identidad de Dios. 

 

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