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Diario YA


 

lo que está sucediendo este verano en el mundo hace pensar

Las palabras del amor

Juan Manuel Alesson. No hay nada nuevo bajo el sol, pero lo que está sucediendo este verano en el mundo hace pensar que, salvo en las dos guerras mundiales que sacudieron la primera mitad del siglo XX, el hombre no se había enfrentado nunca a una tragedia semejante. Hay que ir hasta lo peor de su historia para encontrar algo parecido. Una antigua maldición dice: ‘ojalá te toque vivir una época interesante’. Caso de que se aceptase que la violencia y la falta de humanidad pudieran ser asumidas como ‘interesantes’, no cabría la menor duda de que la maldición habría multiplicado su poder.
Alguien hizo una vez esta pregunta: ‘el hombre contra el hombre, ¿alguien quiere apostar?’ Hoy, el ser humano apenas tiene adonde mirar sin estremecerse: las guerras civiles y las no civiles; los asesinatos en masa de inocentes en Noruega y México; las catástrofes naturales, como la sequía que asola el Cuerno de África en forma de hambruna terrible; el huracán que ha golpeado las costa este norteamericana, el tsunami que lo hizo sobre Japón; la crisis financiera, con su carga de desesperanza para el conjunto de la sociedad, aún muy lejos de solucionarse; los atentados suicidas diarios... Todo parece encadenarse coincidiendo con las distintas formas que puede adoptar la tragedia. Y siempre, como telón del fondo, el hombre. El ser humano desvalido y a merced de otros hombres.
No es posible contemplar este escenario devastado y permanecer indiferente. Todo es demasiado duro y ha sucedido demasiadas veces. Y vuelve a repetirse. Hay preguntas y algunas respuestas, pero parece que el resultado final depende de que los seres humanos estén divididos entre los hombres que han aprendido a amar a sus semejantes y los que, al margen de sus circunstancias, aún no han aprendido.
Una vez preguntaron a la madre Teresa de Calcuta si iría a una manifestación convocada en contra de la guerra. La respuesta es magnífica. Dijo que en contra de la guerra, no iría. Pero que si la invitaban a asistir a una manifestación a favor de la paz, podían contar con ella.
En Madrid, dos millones de personas, muchas de ellas llegadas de todos los rincones del planeta, han recibido recientemente al Papa. Benedicto XVI ha hablado al mundo entero y sus palabras sencillas, llenas de amor y sabiduría, han sido como una luz que ilumina la conciencia. Y han traído esperanza, para confirmar que el hombre sigue teniendo otros caminos y otras respuestas, opuestos a los de la violencia y el odio. Benedicto XVI ha vuelto a ser el Papa del Amor en el que es tan necesario creer. Incluso algunos medios de comunicación y portavoces no afines han coincidido en señalar que su experiencia personal ha resultado especialmente emotiva.
La llegada del Papa a España ha traído la respuesta que necesitaban las preguntas sin esperanza del hombre, en un verano tan aciago como éste. Ciertamente hacía falta y, para muchos, ha supuesto una revelación. Benedicto XVI es un ejemplo vivo. Pese a todo, su ejemplo, sus palabras, la trascendencia de cuanto supone el mensaje que transmite no puede ponerse en un extremo de la balanza para equilibrar, minimizar, anular o contraponerse al odio, porque el amor en modo alguno puede equipararse al odio. Están en planos tan diferentes como lo están la belleza y el horror. El sentimiento más elevado del ser humano y el que lo acerca más a Dios es el amor. Es la única guía verdadera que tiene a su alcance para vivir en este mundo. Un mundo, tantas veces, atroz. Y tantas otras, maravilloso.